Miércoles, 30 de octubre de 2024

Religión en Libertad

Santiago y Barcelona (II)


Antonio Gaudí se sumergió, con tanta naturalidad como verdad, en la hondura del cosmos, de la creación obra de Dios, en la profundidad abismal del Evangelio, en el misterio de la Encarnación

por Cardenal Antonio Cañizares

Opinión

Sin duda la visita de Benedicto XVI contribuirá al renacimiento espiritual y moral de España. Su paso por la ciudad de Barcelona, urbe admirada  por tantos motivos, llena de tradición y moderna, que tanto significado tiene en la apertura a Europa, será enriquecedora. Va a consagrar en pleno siglo XXI un gran y singular templo: el de la Sagrada Familia. Se trata de una obra arquitectónica única en nuestros días, no sólo por la pericia técnica de su arquitecto originario y de sus continuadores, sino porque constituye un verdadero modelo de lo que debe ser un templo destinado al culto a Dios , a la adoración del Señor de cielo y tierra, como Dios  mismo se merece: lo mejor, más digno, más bello para Él.

Todo el conjunto arquitectónico, hasta los más pequeños detalles, lleva a Dios, eleva el corazón y centra la mirada en el Señor. Refleja espléndidamente, como pocas creaciones artísticas en nuestro tiempo, lo que debe ser una iglesia. Es de una belleza extraordinaria y de un sentido religioso que conduce a la contemplación del Misterio, de Dios. La vida de fe de su autor, el Siervo de Dios Antonio Gaudí, que es la fe de la Iglesia, se plasma en la construcción material destinada a la gloria de Dios, y refleja esta misma gloria de Dios. Su conjunto nos hace recordar el Libro del Apocalipsis, la liturgia del cielo ante el trono de Dios, y nos invita a sumarnos al coro de la eternidad. Cielo y tierra, historia de la salvación,  Jesucristo Señor, presente  en la Iglesia, se enlazan en este lugar, destinado a ser lugar santo, lugar sagrado, y convocación de la Iglesia para tributar a Dios el verdadero culto en espíritu y en verdad.

Todo el arte de este templo expiatorio de la Sagrada Familia refleja, ciertamente, la grandeza de su arquitecto, un hombre de espíritu con un especial «toque divino», capaz de percibir y plasmar en su singular obra arquitectónica la Suprema Belleza, abismo infinito de hermosura, inigualable y soberana. En esta obra, grande y única,  refleja lo más profundo de su alma, imagen de su Hacedor que la plasmó con el delicado toque de sus «dedos creadores». En toda esta obra de arte, en el conjunto de este templo aparece el espíritu sublime que ha contemplado y penetrado el «misterio», ha sido conducido a su espesura, y lo ha expresado con toda la elevación del arte –junto con la técnica genial–  que sale del fondo del ser iluminado por esa experiencia que trasciende la mirada superficial incapaz de remontarse hacia las cimas más altas del espíritu. Antonio Gaudí se sumergió, con tanta naturalidad como verdad, en la hondura  del cosmos, de la creación obra de Dios, en la profundidad abismal del Evangelio, en el misterio de la Encarnación –de Dios hecho hombre por los hombres y por los hombres entregado en la cruz– o en la victoria sobre la muerte, tan enemiga del hombre, que con tanta belleza como dramatismo expresa esta obra sin par.

Con una fe cristiana, profundamente eclesial, de honda raigambre, bien formada y capaz de dar razón de su verdad, Antonio Gaudí, en esta obra muestra realidades fundamentales de esta fe, enseña, habla a los rudos y sencillos de los misterios más abismales, catequiza, eleva, lleva a la contemplación, al asombro, a la veneración, a la adoración, a la oración en plegaria y en alabanza; da razón de la fe y muestra la sinfonía y la armonía de su belleza, y su enraizamiento y expresión en lo más vivo y genuino de lo humano. Lo ideó en el siglo XIX, pero su arte habla hoy con vivísima actualidad, porque no es la circunstancia o el momento efímero que pronto perecen lo que en él cuenta; sino porque expresa realidades que no perecen, se dedica a la Realidad eterna, Dios, y lo hace con el lenguaje de la «punta del alma», que dirían nuestros místicos españoles. Gaudí habla con los materiales ensamblados de esta obra arquitectónica desde ese «profundo centro del alma», universal y común, donde todo hombre se entiende y se siente concernido, sea de la generación que sea.

La titularidad de este templo expiatoria es la Sagrada Familia. ¿Quién no vea en ello, un signo de Dios, una llamada dirigida a todos –todo hombre, todos los pueblos, España, todos los continentes– desde la singularidad de este templo que nos recuerda que la verdad del hombre es inseparable de la familia, y que el futuro del hombre y de la humanidad se encuentra en la verdad de la familia, nunca al margen, y menos en contra de ella?

¡Qué bien hace el Papa visitándonos con estos motivos!¡Cómo le agradecemos que venga a vivir con nosotros y explicitar estos motivos! ¡Gracias, Santo Padre! ¡Qué alegría y qué gozo!¡Qué gran esperanza!

 

* El cardenal Antonio Cañizares es prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

*Publicado en el diario La Razón

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