Santiago y Barcelona (I)
La identidad de nuestros pueblos, de los pueblos de Europa y la de los pueblos de América es, en efecto, incomprensible sin el cristianismo.
Hoy, hace ocho días, el Santo Padre, Benedicto XVI anunció durante su audiencia habitual su próximo viaje a España, Santiago de Compostela y Barcelona, en los primeros días del mes de noviembre. Una gran noticia que nos llenó a todos de gozo. ¡Qué gran signo de afecto, de cercanía, de solicitud de Pastor bueno ha tenido el Papa para con nosotros! En el espacio de diez meses –vendrá de nuevo con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud en agosto del 2011 en Madrid–, estará el Papa en España. ¡Tres veces con nosotros en tan pocos años! No puede pasar desapercibido este grandísimo gesto. Viene, además, a dos lugares emblemáticos: a Santiago de Compostela, con ocasión del Año Jubilar Compostelano, como un peregrino, y a Barcelona, para consagrar el templo expiatorio de la Sagrada Familia, obra del arquitecto, Siervo de Dios, Antonio Gaudí. En el este y en el oeste de la península, como abrazando así a toda España, que tan reflejada se ve en ambos lugares a los que irá.
Con su visita, confirmará nuestra fe, a veces débil y temerosa, reavivará nuestra esperanza, tan amenazada por la cultura que nos envuelve y penetra, alentará nuestra caridad que se realiza en la verdad, en la situación difícil que atravesamos, tan necesitada de esta «caridad en la verdad». Peregrino por nuestras tierras nos animará a proseguir nuestro camino, sin retirarnos, con la mirada puesta en Jesús, piedra angular sobre la que se puede edificar una humanidad nueva, la más grande e incomparable riqueza que la Iglesia ha recibido y comunica para que la humanidad caída y desanimada se ponga en pie y camine en su dignidad adquirida con su sangre redentora.
Viene a Santiago de Compostela, donde están nuestras raíces más propias y profundas, inseparables de la fe cristiana y católica que constituyen la identidad del pueblo español. Su presencia, su enseñanza, su testimonio allí nos evocan con fuerza la necesidad que tenemos en nuestro país de volver a nuestras raíces para afrontar con decisión y esperanza el reto del futuro.
Además, después de san Benito, es en los caminos de Santiago de Compostela donde surge la conciencia de Europa; ella se ha encontrado a sí misma alrededor de la memoria de Santiago; ella ha nacido peregrinando hacia la tumba del Apóstol. Y es en nombre de Santiago como se evangeliza gran parte de la América descubierta. Su sepulcro, en Compostela, y su memoria son punto de convergencia para Europa y para toda la cristiandad. Es mucho, en efecto, lo que España, Europa y América deben a Santiago. Su legado, que es el testimonio y la fe de Jesucristo, están en nuestras raíces, constituyen el fundamento sin el que no podemos edificar la casa común y caminar hacia el futuro.
La identidad de nuestros pueblos, de los pueblos de Europa y la de los pueblos de América es, en efecto, incomprensible sin el cristianismo. Todo lo que constituye nuestra gloria más propia tiene su origen y su consistencia en la fe cristiana que ha configurado el alma de nuestros pueblos. Nuestra cultura y nuestro dinamismo constructivo de humanidad, el reconocimiento y la defensa de la dignidad de la persona humana y de sus derechos inalienables, el profundo sentimiento de justicia y libertad, el amor a la familia y el respeto a la vida, el sentido de tolerancia y solidaridad, patrimonio todo él del que nos sentimos legítimamente orgullosos, tienen un origen común: la fe cristiana, en cuya base se encuentra el reconocimiento de la verdad del hombre y su pasión por el hombre y su defensa. Esta verdad de la persona humana, base de una sociedad justa, libre y en paz, son inseparables de la fe Dios, Padre y Creador, que se ha revelado y entregado en el rostro humano de su Hijo, en quien nos ha amado hasta el extremo en un supremo gesto de amor en la cruz.
Recordamos las vivas, vigorosas y esperanzadoras palabras que el Papa Juan Pablo II dirigió a toda Europa –y a España– en su primer viaje a Santiago de Compostela –también en noviembre– de 1982. La presencia del Papa Benedicto XVI, cuya enseñanza sobre Europa es tan clara e iluminadora, será también de gran aliento para impulsar y hacer renacer la identidad que somos con renovado vigor. España, con esta visita, recibirá una ayuda preciosa y muy decisiva para volverse a encontrar a sí misma, ser ella misma, descubrir sus orígenes, avivar sus raíces, y aquellos valores que hicieron gloriosa su historia y benéfica su presencia en otros continentes. Nuestra sociedad necesita una reconstrucción que exige sabiduría y hondura espiritual. En la situación nada fácil y delicada que estamos atravesando la visita del Papa Benedicto XVI a Santiago de Compostela espiritual contribuirá, sin duda, a un nuevo renacimiento espiritual y moral, base imprescindible para un nuevo y esperanzador futuro.
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