Sexualidad y antropología
por José F. Vaquero
Sexo y antropología, a priori dos mundos muy lejanos entre sí, pero en realidad muy cercanos, tan cercanos como el beso que se dan dos enamorados. La semana pasada celebramos, quizás con demasiado tinte comercial, el día de San Valentín. Y me pregunto: ¿se puede mantener una campaña comercial basada en la pura materialidad de las cosas, en la pura biología? En el mundo del marketing está claro el fin, que el cliente consuma más, pero para ello es necesario jugar con los sentimientos, gustos e intereses del cliente, y eso no es tan material, tan automático como los actos reflejos de un animal.
La sexualidad no está tan lejos de nuestro modo de ser humano y espiritual. Y hablo de espíritu como algo distinto de lo puramente material, incluso sin llegar a una fe religiosa. No es casualidad que en muchas distopías uno de los elementos suprimidos o falsificados sea precisamente las relaciones sexuales entre los miembros de la sociedad, unas relaciones completas y abiertas a la vida. En lugar de relaciones conyugales, de unión entre las dos personas, hay simulaciones de satisfacción personal, cerrada en uno mismo, y sin ninguna consecuencia posterior. Y en esas sociedades siempre hay “rebeldes”, que buscan la verdadera sexualidad, que les sabe a poco esa satisfacción egoísta de sensaciones fisicoquímicas. Para quien tenga curiosidad, que relea Un mundo feliz [Aldous Huxley], 1984 [George Orwell] o El cuento de la criada [Margaret Atwood].
Hay personas que pagan por tener sexo, y saben perfectamente que en ese acto no hay una relación humana, sino un intercambio material de productos materiales. Pago una cantidad de dinero, y recibo a cambio una contraprestación; el “producto” es sólo un derecho al que accedo al haber abonado el importe. La pornografía no está lejos de este esquema. Hace 25 años era más frecuente pagar dinero para adquirir una determinada “revista porno”; hoy en día, sobre todo en internet, se paga aportando información personal y adicción a consumir ciertas páginas, ciertas plataformas. Y la adicción supone entregar un tiempo que quito de otras cosas (trabajo, familia, amigos, etc.). No se paga, al menos inicialmente, con dinero contante; se paga con los datos personales y la adhesión, cada vez más frecuente, a ciertos canales. De ahí al pago monetario hay muy poca separación.
Cuando tengo una relación conyugal con quien amo, percibo, y con claridad evidente, que varón y mujer somos distintos. Hay una diferencia física y corporal obvia, que salta a la vista. Como decían los antiguos: “Contra facta non sunt argumenta”, o dicho de modo coloquial ¿de qué color es el caballo blanco de Santiago?
Pero además de la diferencia física percibimos una diferencia vivencial, experiencial. Varón y mujer no viven a relación como dos gotas de agua; cada uno tiene su particularidad, su curva del placer. Y ninguna es mejor que la otra. Es la “experiencia experiencial” de que varón y mujer somos distintos, pero no por ello opuestos sino complementarios.
Ambos miembros de la pareja constatan que no son sólo cuerpo. El cuerpo nos influye, nos marca, significa mucho, pero hay algo más allá, un cariño, un afecto, un disfrutar juntos. Y sobre todo hay un alguien más allá, que es parte de la misma relación. El otro no es un objeto para mi disfrute, sino un compañero, un “cónyuge”, alguien con quien comparto ese momento, y tantos otros momentos del día. Si fuera un objeto lo estaría reduciendo a un producto que compro y vendo a capricho. Y si fuera sólo un compartir ese momento le estoy diciendo que me interesa poco, que le quiero sólo como un entretenimiento puntual, temporal.
Experimento a la vez que no soy un mero animal de impulsos fisicoquímicos, que puedo decidir sobre mis actos. No soy un simple animal en periodo de celo. Hombres y animales somos distintos. Y si bien esto no justifica que el hombre pueda hacer lo que quiera con los animales, sí nos muestra que la diferencia con ellos no es mera complejidad orgánica, que hay algo más, nuestra capacidad libre de actuar y amar, de entregarnos conscientemente al ser amado.
Estas relaciones conyugales, como cualquier acto humano, tiene sus consecuencias, su repercusión para el futuro. La consecuencia más evidente es el nacimiento de un hijo, y con ello el inicio de un cambio existencial para los miembros de la pareja. En el momento de la concepción, ambos comienzan a ser padres, padre y madre. Y cada uno empezará a vivir esa experiencia de modo distinto, según su sexo, pero de modo real. Todo acto tiene sus consecuencias, y en muchos casos una relación conyugal no tendrá la consecuencia inmediata de un nuevo hijo. Pero siempre tendrá la consecuencia de una entrega total del esposo a la esposa y viceversa. Una parte del esposo empieza a vivir en el alma de la esposa y viceversa. La relación no es pura relación física, igual que un beso no es únicamente el acercamiento físico de dos cuerpos que se tocan. Tiene un componente espiritual, trascendente, el cariño entre ambas personas, y ese componente permanece en el tiempo.
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