Santo Tomás de Aquino y la última sesión de Sigmund Freud
La agenda 2030 ha vuelto a hacerlo. Otra chorrada más. Esta vez ha sido La última sesión de Freud (2023). La película convierte en basura la brillante obra de teatro de Mark St. Germain, que a su vez se basa en el libro The Question of God [La cuestión de Dios] de Armand Nicholi.
El diálogo entre Freud y Lewis
Sigmund Freud invita al joven y prometedor catedrático de Oxford C. S. Lewis a su casa de Londres. El día que Inglaterra entra en la Segunda Guerra Mundial, Freud y Lewis discrepan sobre el amor, el sexo, la existencia de Dios, y el sentido de la vida, pocas semanas antes de que Freud se quite la vida.
El psiquiatra Armand Nicholi (1927-2017) dictó un curso sobre Freud y Lewis en Harvard durante décadas. En 1988 lo planteó en 'La cuestión de Dios'.
Como guionista del film, Mark St. Germain reescribe su obra teatral, escrita en 2008 antes de la debacle globalista, adaptándola a la ideología queer, ahora hegemónica.
En 2008, Mark St. Germain adaptó al teatro la obra de Nicholi en 'La última sesión de Freud', que se representó en Madrid en 2015, con Eleazar Ortiz (izquierda) como Lewis y Helio Pedregal como Freud.
En la película C.S. Lewis aparece como un gay reprimido que no sale del armario a causa de los miedos que le paralizan como exponente del antiguo orden mundial, dominado por la mitología cristiana y su mentalidad teológica. Por contra, Freud se muestra como un valiente precursor del nuevo orden mundial que renuncia a sus últimos prejuicios patriarcales.
Al final de la película, como un nuevo Moisés, Sigmund Freud avista la tierra prometida LGTBI+ desde el monte Moab, aunque aún no esté preparado a entrar en ella, cuando sonríe contemplando la relación lésbica (nunca demostrada) entre su hija Anna y Dorothy Burlingham (renunciando así, suponemos, a su doctrina del lesbianismo como "envidia del falo").
Tráiler de la versión cinematográfica de 'La última sesión de Freud' (2023), de Matt Brown, con Matthew Goode como Lewis y Anthony Hopkins como Freud. El guión es del propio Mark St. Germain, quien destroza su propia obra.
En este bodrio resulta difícil identificar la obra original, profundamente conmovedora y llena de humor, que explora con honradez las mentes y los corazones de dos hombres brillantes que abordan las preguntas más grandes de todos los tiempos. Da vergüenza comprobar cómo el autor se ha bajado los pantalones y vende su alma al diablo.
La obra está inspirada en un hecho real. Freud quedó impactado por la visita de un creyente poco antes de morir, según una nota suya. Basada en este mismo hecho existe otra obra que aún no ha sido pervertida. Nos referimos a El visitante (1993), escrita por el dramaturgo francés Éric-Emmanuel Schmitt.
"El visitante" de Éric-Emmanuel Schmitt
Una noche, pocas semanas después del Anschluss, mientras las tropas alemanas marchan por Viena, el doctor Sigmund Freud recibe a un extraño visitante vestido de dandi. Se establece entonces un diálogo, durante el cual el ateo Freud parece comprender que este extraño, que parece conocer perfectamente su infancia, su vida y el mundo, sólo puede ser Dios.
Al recrear el contexto de Viena en 1938, Schmitt coloca al célebre psicoanalista en un debate interior: ¿todavía cree en Dios? Con tales eventos, ¿existe Dios, la verdad y la bondad? ¿Qué sentido tiene la muerte o la vida humana? Y este visitante, ¿quién es?
Aunque haga spoiler, la obra de Schmitt es un psicoanálisis del psicoanálisis que libera a Freud de Freud. Me parece además un modo ideal de comenzar a explicar las cinco vías de Santo Tomás de Aquino para demostrar la existencia de Dios. Éstas comparten las premisas de Schmitt. Su obra teatral es, por tanto, un modo divertido y riguroso de conocer tanto la teoría de Freud como la teoría del Aquinate.
La "teoría de la transferencia" de Freud atraviesa toda la obra, pues consiste en los intentos de Freud de identificar al visitante, proyectando sobre él sus creencias, cuando trata de responder a la pregunta: ¿quién o qué me ha visitado?
El visitante aparece disfrazado como un dandi de opereta, vestido de frac y el pelo engominado, como un Don Juan Tenorio o un George Brummell atemporal. Encarna de esta manera la "teoría de la seducción" de Freud.
La "teoría de la seducción" es una hipótesis desarrollada por Sigmund Freud en los albores del psicoanálisis con la que pretendió explicar el origen de las neurosis atribuyéndolo a la experiencia de abuso sexual en la infancia.
En un primer momento Freud pensó que se trataba de hechos realmente sucedidos. Sin embargo, posteriormente puso énfasis en que no era una experiencia real, sino la represión de un deseo incestuoso del infante que deseó tener sexo con su padre o su madre (o figuras paternales o maternales) y reprimió esta recreación, interiorizándola como víctima, para soportar la culpabilidad de sus propios deseos.
La tesis clave de Schmitt es que el visitante, es decir, Dios, es como este "solicitante" que entra en la psique humana, seduciéndola desde la más tierna infancia. Parodiando la teoría de la seducción freudiana, Dios seduce al alma como el amante del Cantar de los Cantares y le "mete mano". Este chiste haría las delicias de Chesterton. Esa visita traumática deja una huella indeleble en el inconsciente humano, generando la idea de lo divino. Schmitt no aclara si es Dios quien ha abusado del hombre cuando visita su inteligencia o si es el hombre quien traiciona y malinterpreta a Dios cuando recibe su visita. O ambas cosas a la vez. Mantiene la ambigüedad satirizando la teoría de Freud: ¿Dios es un caballero o sólo lo parece? ¿Es culpable o inocente de nuestros traumas?
Desmontando a Freud
Todas las escenas se desarrollan en un ambiente casi onírico, donde no queda clara la distinción entre lo real y lo imaginario. Como si el autor hubiera sometido a su personaje a una sesión de trance hipnótico. Los espectadores asistimos a ese estado intermedio entre el "principio de realidad" y la "sublimación fantasmática", que permite al autor intervenir en ambos.
Esta regresión pretende que Freud supere la represión del Yo para liberarse de un complejo neurótico. La tesis de Schmitt es que la causa de esta neurosis se debe a que Freud ha sustituido el sentido religioso y el deseo de infinito (donde Dios es el infinito, lo numinoso o lo totalmente Otro) por el deseo sexual (donde la libido es lo indeterminado, el sentimiento oceánico de plenitud o el Ello totalizador).
Es un hecho que Freud eligió a propósito el deseo sexual como centro de su antropología, porque supone una variable controlable y empírica que permitía cerrar el psicoanálisis como ciencia. La tesis de Schmitt va más lejos. Insinúa que eligió el sexo deliberadamente para poder deshacerse de Dios en la práctica, poniéndole patas a su ateísmo teórico, sustituyendo la Iglesia católica con su Sociedad Psicoanalítica Internacional y desplazando con su psicoterapia la cura católica de almas (con su dirección espiritual, educación moral, confesión auricular y práctica penitencial).
Toda la obra sería una "formación de compromiso" por la cual Sigmund Freud es capaz de confesarse a sí mismo, al psicoanalista, y a los espectadores, de una forma tolerable para él, que su rechazo a priori de Dios es la causa de toda neurosis, incluyendo la suya.
Una formación de compromiso, también a veces llamada formación transaccional, es un concepto del psicoanálisis para designar a las producciones del inconsciente destinadas a lograr que los contenidos reprimidos (por ejemplo, representaciones y deseos perturbadores) sean admitidos en la consciencia. Se trata de una formación que deforma estos contenidos, disfrazándolos para burlar la barrera de la defensa, transformándolos en algo soportable, que el paciente es capaz de admitir, el mejor compromiso posible entre la insatisfacción del deseo inconsciente y sus exigencias defensivas.
Cuando Freud consigue reconocer que esta negación de Dios es la causa de su frustración la curación ha comenzado. Entonces la obra llega a su culminación y Schmitt termina con un chiste freudiano.
En el acto 17 el visitante explica que cada uno proyecta en él la imagen que quiere ver. Dice que debe irse y agradece a Freud por escucharlo. Freud quiere desesperadamente una respuesta definitiva y le dice que no salga por la ventana sino que desaparezca ante sus ojos. Que haga un milagro. A pesar de los deseos de Freud, el Visitante sale por la ventana. Desesperado, Freud toma un revólver y dispara, pero falla. El Visitante se ha ido.
Con este final el autor satiriza los "actos fallidos", el desliz freudiano, las parapraxias. "Acto fallido" es la traducción del término alemán Fehlleistung, creado por Sigmund Freud. La palabra alemana (que también podría entenderse como "rendimiento fallido" o "fallo en la eficacia") engloba conceptualmente los fallos de las acciones inexplicables, equivocaciones en el discurso verbal (lapsus) o errores por omisión (olvidos, extravíos). Si me voy de casa y recuerdo que me he dejado las llaves dentro ese lapsus indica que inconscientemente no quiero volver a casa.
¿Freud ha intentado matar a Dios? ¿O a un impostor? Y a éste, ¿lo intentó matar por hacerse pasar por Dios o por no serlo? ¿Ha sido un fallo inconsciente o un fallo convencional? ¿Qué podemos deducir de este fallo? ¿Freud quiere matar a Dios, sacándolo de su mente consciente, pero no puede hacerlo? ¿O puede matarlo, pero en realidad no quiere hacerlo, y su inconsciente lo impide? ¿O tal vez no puede ni quiere matarlo?
Una explicación de las cinco vías tomistas
En este punto de indeterminación es donde la obra de Schmitt conecta con la obra de Tomás de Aquino. Sus cinco vías sobre la existencia de Dios pretenden resolver una coyuntura de incertidumbre similar a ésta.
Tomás de Aquino se plantea el origen de la idea de Dios, es decir, cómo llegó la idea de Dios a la mente humana. No estudia la idea de Dios "quoad se" (considerada en sí misma) sino "quoad nos" (en relación a nosotros). Tomás de Aquino está de acuerdo con Anselmo de Canterbury en que la idea de Dios, considerada en sí misma, es evidente por sí misma ("quoad se"). Pues es obvio que todo hombre tiene cierta idea de lo divino. La idea de Dios es connatural a la humanidad civilizada. Los ateos no pueden negar a Dios si no tienen esta idea, mejor o peor entendida.
Pero Tomás de Aquino rechaza la validez del argumento ontológico de San Anselmo. Este argumento no demuestra que Dios exista fuera de la mente, aunque sea evidente que existe la idea de Dios en nuestra mente. El paso de lo mental a lo real no es evidente para nosotros ("quoad nos"). En contra de lo que pretende el argumento ontológico. Por eso Tomás renuncia al argumento "a priori" (independiente de la realidad exterior) para demostrar la existencia de Dios. Tomás prefiere el argumento "a posteriori" para demostrar su existencia (que va desde el exterior al interior, desde la realidad fuera de la mente a la mente).
Tomás formula sus cinco vías para evidenciar, hacernos evidente, cómo la idea de Dios, que está en la mente de todo hombre, ha llegado allí desde la realidad. Esta es la clave de las cinco vías de Santo Tomás. Pues el Aquinate acepta que la idea de Dios puede llegar a nuestra mente por otras vías diferentes a esas cinco. Algunas de esas vías, o caminos, pueden ser irreales, imaginarios, fantásticos, falsos o mitológicos. Pero Tomás demuestra que además de esas vías irreales, hay al menos cinco vías que son vías reales, o caminos reales, que la idea ha recorrido para llegar a nuestra mente desde la realidad, sin pasar por la fantasía, la imaginación o el delirio.
Tomás no tendría ninguna dificultad en admitir que la idea de Dios puede llegar a la mente humana por vías alucinatorias o falsas, tal como Freud denunció. De hecho esto es posible porque no es evidente para nosotros ("quoad nos") cómo ha llegado esa idea a nuestra mente. Por eso cabe consignar varias vías, unas realistas y otras ajenas a lo real. Es verdad que en parte la idea de Dios en algunos hombres es la idea del padre interiorizado, como sostenía Freud. Es verdad que en parte la idea de Dios en algunos hombres es una proyección al infinito de cualidades humanas, como propuso Feuerbach. O antepasados idealizados, según el evemerismo. O un opio del pueblo, como sostuvo Marx. O un residuo numinoso de la adoración de animales en el paleolítico inferior. O una vivencia numinosa heredada de las religiones paleolíticas que surgen del mimetismo violento. Y muchas otras vías que pudieran descubrirse. Todas ellas pueden ser ciertas, mientras no pretendan serlo en exclusiva.
Pero eso no impide que haya otras vías reales, objetivas, por las cuales la idea de Dios haya llegado a imponerse a nuestra mente. A Tomás se le ocurren cinco vías de este tipo, vías realistas, que pueden convivir o no con las vías irreales, u otras vías realistas que pudieran aducirse. Estas vías hacen evidente cómo la idea de Dios llegó a nuestra mente desde la realidad material. La idea de Dios ha llegado a nuestra inteligencia recorriendo cinco caminos: vía del movimiento, vía de la causa eficiente, vía de la contingencia y la necesidad, vía de los grados de perfección y vía de la finalidad.
La "apodeixis"
En contacto con la realidad, en nuestra experiencia ordinaria, se nos ha impuesto la idea de un Dios que origina el universo físico, considerando la interacción de causas y efectos, la dependencia de unas cosas con respecto a otras o por el orden natural que preside el cosmos. Es un hecho que las cinco vías de Santo Tomás sólo dan el nombre, no la esencia, de Dios. Dice el escolio de las vías: "Et hoc dicimus Deum", "y a esto le llamamos: Dios", pero no dice: "Y a esto lo definimos: Dios". Todas las vías aposterióricas de Tomás de Aquino para demostrar la existencia de Dios acaban mostrando cómo llegó a nosotros esa idea que ya existía previamente en nosotros. Las cinco vías son demostraciones en sentido técnico, como "apodeixis" ("demostración" en griego).
Un modo de saber lo absolutamente necesario, es aquel que no solamente nos muestra la causa de algo, sino que nos hace saber con verdad la interna articulación de la necesidad constitutiva de aquel algo. El saber de esta articulación ya no es mostración, sino de-mostración (apodeixis). Recíprocamente, el modo de saber demostrativo acerca de algo no puede recaer sino sobre lo que es así, necesariamente. A esta conexión necesaria en tanto que método, es a lo que suele llamarse también demostración en el sentido de prueba.
Pero es demostración no por una conexión formal, sino porque es en ella donde acontece la exhibición, la apodeixis, o demostración de la interna articulación de la necesidad del ser de algo. La demostración no es demostración por ser silogismo, sino que, por el contrario, el silogismo es demostración porque la conexión de los argumentos en la cosa misma nos hace ver en ella la estructura de su ser necesario, porque es apo-deixis.
El saber logrado en esta forma es lo que Aristóteles llama epistéme, ciencia. Es la intelección demostrativa. Por consiguiente, saber no es sólo discernir con precisión lo que una cosa es de lo que es otra, distinguir precisamente un algo de otro algo. Tampoco es sólo definir con exactitud la interna articulación de lo que es una cosa, su esencia. Saber es demostrar la interna necesidad de lo que no puede ser de otra manera, es saber apodíctico. Fue la genial creación de Aristóteles, que Tomás de Aquino recupera en estas vías.
La palabra "Apo" en griego significa "al lado de", "separado", "junto a", "fuera de" y "deixis" significa "mostrar", "señalar", "indicar" en el sentido de una discriminación ostensiva de algo señalándolo con el dedo índice. Etimológicamente, "demostración" en griego significa: sacar algo de dentro de algo, colocarlo a la vista y mostrar su presencia con una señal deíctica. Esto es exactamente lo que hace Tomás de Aquino con la idea de Dios en las cinco vías de la existencia de Dios. Muestra el proceso por el que llegó la idea de Dios a nuestra mente desde la realidad exterior, reconstruyendo o volviendo a mostrar el recorrido por segunda vez. De-mostrar es re-mostrar, volver a mostrar.
La genialidad de Étienne Gilson le permitió entender la genialidad vertida por el Aquinate en estas vías. Su opúsculo El difícil ateísmo capta la verdad del argumento tomista, que ha escapado a la mayoría de los escolásticos, entendiendo su verdadera estructura.
'El difícil ateísmo', del filósofo tomista Étienne Gilson (1884-1978).
Tomás no pretende demostrar directamente que Dios exista fuera de la mente. Tomás muestra con un argumento discursivo qué proceso discursivo siguió la mente humana para concebir la idea de Dios. Prueba así cómo esa idea de la religión terciaria conecta racionalmente con la idea de lo divino de la religión secundaria, sin que ambas sean incompatibles. Esas cinco vías reconectan la idea del Dios terciario con la idea de la divinidad secundaria, sin invalidar ninguna de las dos perspectivas, la teología y la piedad. Reconcilia ambas como formas racionales y realistas, a través del vínculo que guardan en su origen entre realidad y conocimiento.
Recuperando la parodia de Schmitt de la "teoría de la seducción", Tomás de Aquino presenta un elenco de cinco vías que muestran cómo se introdujo la idea de Dios en nuestra mente, de acuerdo al profeta Jeremías: "Tú me has seducido, Señor, y yo me he dejado seducir. Has sido más fuerte que yo, me has podido" (Jeremías 20, 7).
La idea de Dios entra en nuestra mente sin nuestro permiso. Pero somos nosotros quienes vivimos esta intromisión como una violación de nuestra alma. Cuando en realidad es un idilio entre la realidad y el conocimiento. La historia de amor más importante de nuestra vida. Un amor que da salud. Un amor que cura. Que ningún ateísmo ni psicoanálisis podrá suplantar. El amor cuya negación sólo puede enfermar o matar nuestra humanidad. La curación que viene de las ideologías es la causa de esta enfermedad y su agravamiento. Sólo el realismo permite superar esta yatrogenia letal.
"El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra" (Salmo 18, 2-3).