Miércoles, 25 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

¿«Quo vadis», Iglesia catalana?


Lo sorprendente de este fenómeno es que la jerarquía y la gran mayoría del clero, así secular como regular, y me temo que muchas congregaciones femeninas, apoyen este proceso de odio. Yo creía que la esencia del cristianismo es el amor fraterno.

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

El llamado procés independentista catalán que pretende la desconexión o ruptura de Cataluña con España está basado en el odio a todo lo español. Los promotores del referido proceso quizás piensen que cuanto mayor sea el sentimiento antiespañolista más fácil será alcanzar su independencia. Es, por tanto, un proceso de odio.
 
Lo sorprendente de este fenómeno sociopolítico, lleno de sorpresas inauditas, es que la jerarquía de las diócesis catalanas y la gran mayoría del clero, así secular como regular, y me temo que muchas congregaciones femeninas, apoyen este proceso de odio. Yo creía de siempre, y sigo creyendo en mi fe de carbonero, que la esencia del cristianismo es el amor fraterno, aquello que dijo Jesús de “amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Pero ahora resulta que en Cataluña no es así, que con palabras edulcoradas, la dicha mayoría del sector eclesiástico parece sentirse más próximo a las posiciones maniqueas del karlismo (de Karlos el alemán, se entiende, si no interpreto mal a José García Domínguez), siempre en lucha contra alguien. Primero fue la lucha de clases, luego, desde el mayo francés del sesenta y ocho, la lucha de generaciones, ahora la lucha de géneros que propugna el feminismo radical y podemita. En Cataluña, además, la lucha racista de enfrentamientos identitarios.
 
El procés ha roto Cataluña en dos partes irreconciliables, hostiles entre sí, divide incluso a las familias, a los anteriormente amigos, a los compañeros de trabajo o profesión, donde una parte que se considera superior a la otra, aunque aquélla sea minoritaria, intenta imponerse, por las buenas o por las bravas, al conjunto de todos los catalanes. Además utiliza métodos propios de estados totalitarios, como la inmersión lingüística a la trágala; el monolingüismo en los centros oficiales; el adoctrinamiento ideológico en las aulas desde las escuelas infantiles; las multas a los establecimientos que no rotulen en la lengua autóctona; acoso y pintadas contra los disidentes; empleo de partidas de la porra en manifestaciones y algaradas callejeras al modo de las SA (secciones de asalto del partido nazi alemán contra los judíos), ahora denominados CDR (Comités de Defensa de la República), etc., etc.
 
Es un fenómeno que se repite periódicamente cada vez que la sociedad catalana tradicional entra en crisis de identidad. Ocurrió en la guerra de sucesión al trono tras la muerte del último Austria, Carlos II el Hechizado. Los maulets (austracistas) contra los botiflers (pro Felipe V, Borbón). Perdieron los primeros. En las guerras carlistas del siglo XIX optaron mayormente por el pretendiente Carlos María Isidro y sus herederos. También fueron derrotados después de tres largos y crueles conflictos armados. En la terrible Guerra Civil del 36, también apostaron a caballo perdedor. Ahora, los herederos de tantas frustraciones pretenden reverdecer el espíritu montaraz del viejo carlismo, en alianza con el karlismo de nuevo cuño.
 
El principal promotor del actual separatismo fue, sin duda, Jordi Pujol, que se alzó con el santo y la limosna de la Generalidad en cuanto el viejo Tarradellas hizo mutis por el foro. Pujol, el Español del Año de ABC en 1984, se alió con el mesetario José María Aznar, ignorante, como Soraya, de la intrahistoria de Cataluña y sus caciques, empeñados en imponer una Cataluña autóctona, exclusiva y excluyente, en beneficio de los clanes del tres por ciento y sus compañeros de viaje.
 
La sociedad catalana hace mucho que dejó de ser uniforme y únicamente autóctona. Desde hace un siglo por lo menos, Cataluña constituye un conglomerado social de múltiples procedencias, tras registrar diversas oleadas migratorias, al compás de las necesidades de mano de obra demandada por el progreso social y económico.
 
La primera oleada fue causada por las guerras carlistas durante el segundo tercio del siglo XIX. La gente de la montaña catalana, donde tuvieron lugar numerosos hechos de armas, huyó de la dureza de aquellos conflictos hacia las ciudades mejor defendidas por las autoridades oficiales.
 
Una segunda oleada migratoria tuvo lugar durante la guerra europea o primera guerra mundial. La industria textil catalana se vio muy favorecida por la demanda de equipamiento de las naciones beligerantes, lo que trajo consigo una gran necesidad de operarios fabriles, demanda coincidente con las obras del ensanche de Barcelona y otras ciudades crecederas tras derribar las viejas murallas que las comprimían. Esta nueva oleada de personal foráneo la formaron aragoneses, valencianos de las comarcas castellano hablantes o montañosas, también muy castigadas por las guerras carlistas y, acaso, por las primeras remesas de murcianos.
 
La tercera oleada, también muy numerosa, se produjo durante el desarrolllismo de los años sesenta del siglo pasado, ya formada por andaluces, murcianos y de otros numerosos puntos de España, de modo que el censo charnego creció de manera exponencial en toda la Cataluña productiva. Puede decirse que hoy son más los vecinos de Cataluña de origen foráneo que los de “ocho apellidos catalanes”.
 
Entonces, señores obispos de aquellas tierras, ¿qué sentido tiene priorizar a los menos en detrimento de los más? Si ustedes mismos proceden de distintos lugares de España... Por tanto, ¿a qué involucrarse en un proceso condenado al fracaso que además causa grandes daños a la sociedad catalana, de componente sociológico muy plural?
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