Vuelve a tus raíces, Europa
por José F. Vaquero
Recientemente ha caído en mis manos una denuncia de importantes lacras de nuestra sociedad actual: "No le es lícito al hombre separar lo que Dios ha unido". "Todo acto conyugal debe permanecer abierto a la transmisión de la vida". "Quien negara la defensa a la persona humana más inocente y débil... cometería una gravísima violación del orden moral. Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente". (A la familia) "le compete el correspondiente derecho de educar a los propios hijos. Es un derecho primario que no puede delegarse totalmente".
Las palabras no son de hace pocos meses, ciertamente. Han pasado casi cuarenta años desde que fueron pronunciadas por San Juan Pablo II en su primer viaje a España, allá por el año 1982. Sin embargo, ¡qué actuales resultan! Parecen dichas para la España de hoy, para el mundo de hoy. Desde que fueron pronunciadas el divorcio ha ganado terreno, incluso superando al número de bodas. El aborto ha pasado a ser, primero algo que había que consentir (despenalizar, hablando en términos jurídicos), y posteriormente un derecho, una elección libre que la mujer puede reclamar. La libertad y elección de los padres en la educación de los hijos cada vez se ve más mermada, más amenaza por construcciones ideológicas sin base científica. Y recientemente hemos dado un paso más, al colocar como "prestación médica" el supuesto derecho a acabar con mi vida (y el deber, para el médico, de hacerlo).
Esta radiografía, centrada en España, no dista demasiado de la evolución que estos temas en otros países de Europa y en toda América. Parece que estas lacras de la sociedad ganan terreno, se generalizan y llegan a ser la costumbre habitual de nuestro tiempo. Hace cuarenta años preocupaban a muchos, no las compartían, o tal vez las empezaban a tolerar a regañadientes so capa de respeto de la libertad. En nuestros días estas ideas campan plácidamente en la conciencia de la sociedad. Se ha convertido en "normal" (mejor dicho, frecuente) que cada año mueran 100.000 inocentes a causa del aborto quirúrgico. Los muertos por el aborto químico o en procesos de fecundación in vitro ya ni se cuentan (en 2018 probablemente se produjeron al menos 550.000 embriones).
Esta situación parece que nos empuja al abismo, al caos total; no hay nada que hacer, el mundo camina de mal en peor. La puerta que entreabrimos hace pocas décadas está abierta de par en par, permitiendo que entre el vendaval y destruya toda nuestra casa.
Juan Pablo II, en aquel momento Karol, también experimentó esa impotencia. En sus años jóvenes, junto con sus amigos, vio cómo era pisoteada Polonia por el régimen nazi. Conoció de primera mano la pérdida de libertad, la censura ideológica, el ninguneo a sus amigos judíos, la destrucción de la libertad y la cultura. ¿Por qué Dios permite tanto mal? En esa oscuridad tuvo un encuentro que le cambió la vida. No fue un encuentro con un obispo o un cardenal, ni si quiera con su gran amigo sacerdote. Fue un encuentro con Jon Tinarowski, un sencillo sastre. Ante la presencia de soldados alemanes no parecía muy preocupado. Este mal pasará, y si no dejamos entrar al Amor, llegará otro igual (en efecto, en Polonia pasó el nazismo... y llegó el comunismo). Sin embargo, el mal no tiene la última palabra, el mal no puede triunfar, el mal sólo se devora a sí mismo. Este sastre le abrió los caminos de la noche oscura, descritos tan profundamente por San Juan de la Cruz.
El bien, el amor, y sobre todo el Amor encarnado es el único capaz de cambiar este mal, de hacer que un aire fresco vaya purificando nuestra sociedad. Y en medio de tanto mal, haciendo honor a la verdad, hay mucho bien. Mucho más del que creemos. En España, y en otros países, muchos jóvenes piensan en la familia como algo grande, bello. Los hijos de muchas familias rotas quieren una familia como "la del abuelo", estable, fuerte, hermosa, fecunda y duradera. El joven, y el no tan joven, sigue teniendo grandes aspiraciones, y siempre se sentirá atraído por el amor, por el verdadero amor, que es donación y entrega. La atracción por los héroes es algo que siempre está de moda, y el héroe es la persona que se olvida de sí para ayudar, en una situación extrema o cotidiana, al que está a su lado.
Ese primer viaje a España de San Juan Pablo II terminó en Santiago de Composela, destino de tantas peregrinaciones de pueblos tan diversos (españoles, latinos, celtas, anglosajones, eslavos...). En torno a ese Camino y al cristianismo que lo circunda fue creciendo Europa, cuna del progreso humano, espiritual, de las artes y las ciencias. Pero Juan Pablo II ya atisbaba la crisis que se cernía sobre este "viejo continente". Y por eso exhortaba aquel 9 de noviembre de 1982: "Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes".
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