La naturaleza contra los calentólogos
Muerto Marx, hace algún tiempo según tengo entendido, sus desasistidos huérfanos tiene que agarrarse a un clavo ardiendo para sobrevivir en la pomada, que la vida es muy dura fuera de la ubre estatal.
La naturaleza se ocupa por sí misma de echar por tierra la milonga del calentamiento global y el cambio climático que ha tenido entretenidos en Copenhague durante no sé cuantos días a delegados de casi todos los países del mundo, viviendo a cuerpo de rey, para sacar adelante una resolución «no vinculante» que se parece el parto de los montes. De que no hayan decidido nada me alegro infinito, porque estos tíos del cambio climático están dispuestos a sacarnos hasta los higadillos en impuestos, o ponernos un contador en la pechera para controlar el aire malsano que respiramos en la ciudades y cobrarnos a tanto el metro cúbico que consumamos, como si se trata de aire puro del Pirineo. Y no digamos de los artistas «no invitados» que se apuntan a un bombardeo y no faltan en ningún «evento» en el que puedan hacer ruido, como los pajaritos del «verde pis» –en traducción macarrónica-. Digo yo si a estos sujetos les regalan los billetes de avión y las habitaciones en buenos hoteles, sea donde sea el jolgorio, o son todos hijos de papá o viven tan ricamente de las subvenciones oficiales porque son, precisamente, organizaciones no gubernamentales. Hay algunos, o muchísimos, que tienen un morro que se lo pisan. Incluidos los «delegados» de Cáritas Española y Manos Unidas que también estuvieron por allí a no se qué, porque no se qué pintan en estas mamarrachadas carnavaleras las asociaciones caritativas católicas. ¿Para eso las ayudamos? ¿O es que también pringan de los esquilmados contribuyentes?
El tiempo, con sus caprichos, veleidades y cambios insospechados, se encarga de sacar los colores a toda esta tropa «medioambiental» –o sea, dos veces ambiental-, si tuvieran «hachuma por cara», como decían los moritos bereberes del Rif y el Quert en mis tiempos marroquíes, es decir, si tuvieran vergüenza torera, que no la conocen ni de oídas. Siempre se ha dicho que el tiempo está loco, que tan pronto gira hacia un lado como hacia el opuesto, en ese va y ven de los cambios quizás repentinos de los vientos, como indican las veletas. En ese sentido claro que cambia el clima, porque en verano hace calor y en invierno todo lo contrario, y en primavera y otoño ni una cosa ni otra, sino todo a la vez, según días. Pero ha bastado que se reunía en Copenhague la flor y nata de la calentología mundial, más una inmensa legión de chupópteros de oficio, para que la naturaleza, seguramente harta de los negociantes de la cosa, que se están forrando, haya dicho, ¡pues ahí va calentamiento!, y ha puesto todo el hemisferio Norte, desde China a Norteamérica y Europa, a tiritar de frío, nieve y hielo, como no se veía desde hacía años. Y eso que algunos listos del tiempo predijeron que tendríamos en Europa un invierno seco y templado. ¡Anda que si se llegan a equivocarse un poco más, a estas alturas estaríamos más congelados que la merluza de Pescanova!
Estas teorías terroríficas –o terroristas- apocalípticas de calentólogos, ecologetas y demás tropilla que están haciendo el agosto con su alarmismo catastrofista, tienen la misma base científica que las echadoras de cartas que «adivinan» el número del gordo de la lotería de Navidad o las previsiones de Zapatero sobre la fecha en que saldremos de la crisis. Esto del cambio climático –antes calentamiento de la atmósfera, del que no hablan ya los profetas del Apocalipsis- es pura propaganda, pura ideología progre. Muerto Marx, hace algún tiempo según tengo entendido, sus desasistidos huérfanos tiene que agarrarse a un clavo ardiendo para sobrevivir en la pomada, que la vida es muy dura fuera de la ubre estatal. Y el currito de a pie a pagar, como está mandado, aunque las emisiones de CO2 no vayan a cambiar el clima, como nunca lo hicieron en el pasado. Pero ¡el «negoci» es el «negoci»!, y al que no esté de acuerdo que lo zurzan. ¡Faltaría más!
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