Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Los Protocolos de los Sabios de Sión


La lección que puede sacarse de esta historia es la de tomar con cautela o reserva tantas conjuras o confabulaciones como nos dicen que hay por ahí pero sin mayores precisiones, a fin de no ser marionetas de nadie ni tontos útiles de los que tanto abundan.

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

Tratando de localizar, a través de internet, las raíces de un movimiento tan pendenciero y de inclinaciones totalitarias como es el feminismo radical que avasalla al mundo, me tropecé con una amplia información sobre Los Protocolos de los Sabios de Sión, que en su día tanto ruido armaron y tantos adeptos tuvieron. Su tesis era, dicho en muy pocas palabras, que el planeta estaba siendo gobernado o atacado por una conspiración judeo-masónica, a la que se atribuían todos los cambios revolucionarios, males y desdichas que sufrían las naciones.
 
El libro, porque libro terminó siendo, decía reflejar las actas o acuerdos adoptados en las reuniones de un selectísimo y reducido sanedrín de “sabios” judíos, donde trazaban planes para alterar la paz y el orden de los estados a fin de terminar dominándolos y, últimamente, apoderarse del gobierno del mundo. Sin embargo, hasta donde yo supe cuando me ocupé con cierta atención del tema, nunca se daban los nombres y procedencia de los “sabios”, ni dónde se reunían, ni las fechas y lugares en que lo hacían. Todo era misterioso y ocultista.
 
Publicados por primera vez en 1902 dentro de Rusia, no tardó en saberse que los famosos protocolos eran un monumental panfleto anti judío elaborado por la policía secreta del zar para justificar los progroms que se llevaban a cabo en territorio ruso y al mismo tiempo defender la autocracia zarista. Pero el hecho de saberse que se trataba de un libelo apócrifo no fue óbice para que los soviéticos lo aprovecharan en su propaganda sectaria anti occidental y los nazis para montar su infernal holocausto que perseguía el exterminio de la raza davídica.
 
Varios dirigentes soviéticos de la primera hora eran, pese a todo, de ascendencia judía, como Trotsky, Kamenev. Tinoviev y otros. Una de las primeras decisiones de los gobiernos de los comisarios del pueblo fue abolir las leyes anti semitas que venían de la época zarista. No obstante, al hacerse Stalin con el poder, reavivó las persecuciones judías con el llamado “complot de los médicos” en 1953, buena parte de ellos de sangre hebrea: llevó a cabo una tremenda matanza de profesionales de la bata blanca, acusados de “cosmopolitas sin raíces” o “cosmopolitas burgueses” y agentes “serviles de Occidente”. Es decir, acusaciones tóxicas repetidas o parecidas a las que contenían los Protocolos. Los comunistas mostraron con ello ser unos alumnos aventajados de sus ancestros zaristas.
 
Franco utilizó con frecuencia en sus discursos antidemocráticos eso de la conspiración judeo-masónica que pusieron en circulación los Protocolos, en cambio protegió hasta donde pudo a los judíos y salvó a miles de ellos del genocidio nazi, como hizo el cónsul plenipotenciario español en Budapest, Ángel Sanz Briz.
 
La lección que puede sacarse de esta historia y de muchas de las presuntas conspiraciones que nos quieren vender ciertos “creadores de opinión”, es la de tomar con cautela o reserva tantas conjuras o confabulaciones como nos dicen que hay por ahí pero sin mayores precisiones, y permanecer a la expectativa, a fin de no ser marionetas de nadie ni tontos útiles de los que tanto abundan. Que ya lo decía mi amigo Enrique Calpe, intendente mercantil nacido en mi pueblo pero afincado en Valencia ciudad: “Vicente, ¿tú sabes por qué hay tanto listo y aprovechado? Porque hay mucho tonto”.
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