Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Santos Inocentes y nuevos Herodes


Cualquier atentado contra alguno de estos seres humanos absolutamente indefensos, será siempre un crimen, un infanticidio.

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

Durante los años 50-60 del siglo pasado, el 28 de diciembre se celebraba la festividad de los Santos Inocentes gastando bromas, a veces pesadas, a las personas que se tenían a mano, por ejemplo, colgando un muñeco de papel a la espalda sin que lo advirtiera el «inocente», de manera que al salir a la calle todo el mundo se riera de él. Los periódicos, por su parte, rivalizaban a ver cuál de ellos publicaba la «noticia» más verosímil, pero más disparatada: que había aparecido un monstruo submarino en el estanque del Retiro madrileño, o un batiscafo en el puerto de Barcelona con extraterrestres, u otras muchas tonterías así, atrayendo a las gentes «inocentes» que no reparaban en la festividad del día. Era una forma cualquiera de frivolizar la matanza de niños ordenada por el rey Herodes, del mismo modo que vamos camino de convertir el día de las ánimas o recuerdo de nuestros difuntos, en un «alojen» esperpéntico, importado de EE.UU., pero fuera del contexto infantil.
 
Sin embargo, la festividad tenía un sentido humano bien trágico, y en el aspecto religioso un profundo significado glorioso del martirio de los inocentes. Ahora, en cambio, esta celebración litúrgica ha caído prácticamente en el olvido, o en la indiferencia, como si no hubieran ya terribles motivos para implorar a Dios, y en especial a la Madre del Señor, por los millones de seres humanos en agraz sacrificados en todo el mundo, de personas en camino que tienen pleno derecho, desde el instante de su concepción, a alcanzar la plenitud de la vida, porque el Creador ya está en ellos, dado que ha hecho el acto de su creación, el que da origen a su existencia. «De la boca de los que no saben hablar sacaste tu alabanza», dice el profeta Jeremías. Luego le queda, al nuevo ser, no sólo los nueve meses de gestación en el albergue nutricio materno, sino muchos años de dependencia de otros, hasta alcanzar algún nivel de autonomía para valerse por sí mismo. Si todos aquellos que ejercen la crianza o tutela sobre los seres dependientes tuvieran capacidad legal para su eliminación, da igual a los dos meses de concepción que a los diez años de edad, la infancia toda, y aún los adultos con algún grado de invalidez, estarían expuestos al exterminio, simplemente por ser humanos «molestos», indeseados o «excedentes de cupo», como en los campos de concentración nazis por ser judíos, o en el Gulag soviético por ser tildados de contrarrevolucionarios. Un mundo infernal, como fueron aquellos regímenes totalitarios, y como son de hecho los regímenes «democráticos», donde los nuevos Herodes o Herodías, dictan leyes para perseguir de manera inmisericorde a inocentes que vienen en camino. ¡Serán canallas!
 
Yo no sé si estas gentes inhumanas, incluidos los «católicos» del PNV («Dios, Patria y fueros», antes «Dios, Patria y Rey»), tienen corazón. Deben tenerlo, como las fieras, porque de lo contrario no estarían vivos ni podrían atacar a los humanos, pero desde luego lo tienen podrido, encanallado de tal manera que prefieren garantizar la impunidad legal de los matarifes que defender el derecho a la vida de los más inocentes, que nada han hecho sino querer vivir, una vez que otros tomaron la decisión por ellos, acaso en un acto irresponsable y apasionado, pero irrevocable, porque ya se halla una vida ajena de por medio, aunque todavía no sepa hablar, como dice el profeta. Cualquier atentado contra alguno de estos seres humanos absolutamente indefensos, será siempre un crimen, un infanticidio, lo disimulen con las palabras que quieran, propio de gentes sin corazón, o con el corazón envenenado, como Stalin, Hitler, Pol-Pot, y todos los epígonos «demócratas» de nuestra época. Personalmente siempre pensaba que el infierno estaría semivacío, exclusivamente reservado a los genocidas sin entrañas, como los tres personajes citados, pero viendo lo que ocurre en muchos lugares del mundo, España entre ellos, me temo que esté más concurrido de lo que puede permitir la infinita misericordia del Señor, infinita pero no totalmente impune.
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