La Santa Sede y Jerusalén
La cuestión de Jerusalén como ciudad universal y su régimen jurídico se halla en el epicentro del conflicto árabe-israelí, y es el aspecto que presenta una mayor complicación. Todos estos factores dificultan sobremanera cualquier intento de arreglo, que, en todo caso, debe ser buscado sobre la base de unas negociaciones presididas por la buena fe, la tolerancia y la comprensión de las peculiaridades de la ciudad.
por Silverio Nieto
La historia de la Iglesia católica en Tierra Santa, desde la constitución del Estado de Israel, está enmarcada por las gestiones diplomáticas concernientes a determinar el status jurídico de la Ciudad de Jerusalén y los Santos Lugares, y el reconocimiento pleno del derecho de libertad religiosa. Jerusalén sigue siendo, en los umbrales del siglo XXI, una ciudad marcada por lo religioso, con implicaciones políticas difícilmente comprensibles para la mentalidad secularizada occidental. Por lo demás, por muy difícil que sea el nivel político del proceso de paz árabe-israelí, lo es mucho más el nivel religioso y social del mismo.
Para los judíos, Palestina es «la Tierra prometida», escenario de los eventos bíblicos religiosos y recuerdos históricos, como la tumba de Abraham en Hebrón; la tumba de Raquel y, muy especialmente, el Monte Sión, la Explanada del Templo de Salomón y el Muro de las Lamentaciones, en Jerusalén, ante el cual los fieles han orado durante dieciocho siglos por el renacimiento de Israel. Para los musulmanes, Jerusalén es, sobre todo, la Explanada del Templo, el «Haramech Cherif», con la Mezquita de la Roca (Mezquita de Omar) que encierra la roca de David, donde el Profeta Mahoma voló a los cielos en su caballo alado.
El Estado de Israel inició su existencia el 14 de mayo de 1948, a los pocos meses de que la Asamblea General de las Naciones Unidas hubiera optado por la partición como única solución posible a las rivalidades árabe-judías en Palestina. El 23 de enero de 1950, Israel declaró que su capital era Jerusalén y estableció órganos de gobierno en la parte occidental de la ciudad. Tanto la Asamblea General como el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas han declarado en varias resoluciones que eran inválidas las medidas adoptadas por Israel para modificar el régimen de Jerusalén.
Estas Declaraciones y Resoluciones, así como muchas otras aprobadas por organizaciones de las Naciones Unidas, otras organizaciones internacionales y no gubernamentales y grupos religiosos, son prueba de la determinación de la comunidad internacional de seguir comprometida con el futuro de Jerusalén, y de la gran preocupación por la delicada situación del proceso de paz y del deseo de resolver este problema, satisfactoriamente para ambas partes, garantizando, en todo caso, la seguridad de Israel.
La cuestión de Jerusalén como ciudad universal y su régimen jurídico se halla en el epicentro del conflicto árabe-israelí, y es el aspecto que presenta una mayor complicación. Todos estos factores dificultan sobremanera cualquier intento de arreglo, que, en todo caso, debe ser buscado sobre la base de unas negociaciones presididas por la buena fe, la tolerancia y la comprensión de las peculiaridades de la ciudad. Así, Jerusalén ha sido proclamada como la capital indisoluble del Estado de Israel, mientras que los palestinos también reivindican la soberanía sobre la parte oriental de la villa, con el propósito de convertirla en la capital de su eventual Estado.
Conviene recordar que, mediante el Acuerdo Básico firmado el 30 de diciembre de 1993 entre la Santa Sede y el Estado de Israel, se asume el compromiso recíproco de «cooperación apropiada en la lucha contra toda forma de antisemitismo y de todo tipo de racismo y de intolerancia religiosa» y, de hecho, los católicos y los judíos en todas partes están unidos en esta lucha pacífica.
Consideramos que la actitud de la Santa Sede, sobre este asunto, ha de ser coherente y global con la que mantenga simultáneamente con todos los demás componentes, agentes o factores que intervienen en el tema, teniendo en cuenta que el punto de partida son las resoluciones de las Naciones Unidas en orden a la creación de dos Estados, palestino e israelí, con un estatuto especial para Jerusalén. En este sentido, el Papa Francisco ha pedido «respetar el status quo de Jerusalén para evitar nuevos elementos de tensión, en una ciudad única, que tiene una vocación especial por la paz».
Para la Santa Sede, la ciudad de Jerusalén está caracterizada por el hecho de que en ella están los Santos Lugares de las tres grandes religiones monoteístas (judía, cristiana y musulmana). Por ello, reconoce «la excepcional importancia que la herencia cultural de la Antigua Ciudad de Jerusalén, y más en particular de los lugares sagrados, mantienen, en virtud de su valor artístico, histórico y religioso, no sólo para los países directamente afectados, sino también para toda la raza humana».
Sobre el particular, la actitud de la Santa Sede, en opinión del autor de este artículo, que refleja su visión personal, podría resumirse en los siguientes puntos:
1. La soberanía territorial de la ciudad, es decir, si la ciudad debe ser la capital de un Estado o de los dos Estados, la cuestión de las fronteras, etcétera. A este respecto, la Santa Sede considera que no tiene competencia para tratar esas cuestiones, que deben ser objeto de negociaciones bilaterales entre las autoridades israelíes y palestinas y que deberían ser resueltas equitativamente y por negociación, según las resoluciones de las Naciones Unidas;
2. En cuanto a la dimensión religiosa de la ciudad, la Santa Sede considera Jerusalén única y sagrada, tanto para los creyentes judíos, cristianos y musulmanes que viven allí, como para los creyentes de esas religiones de todo el mundo, que mantienen allí los más valiosos lugares de culto, lo cual hace de Jerusalén un tesoro para toda la humanidad;
3. La Santa Sede quiere preservar el carácter único de las zonas más sagradas de la ciudad, los Santos Lugares, de modo que ninguna de las partes pueda reclamarlas exclusivamente para sí, porque son parte de un patrimonio que pertenece a todo el mundo;
4. Para la Santa Sede, los Santos Lugares no son museos o monumentos para los turistas, sino lugares donde las comunidades de creyentes viven con su cultura, instituciones de caridad, etcétera, de modo que su sacralidad ha de ser salvaguardada a perpetuidad, teniendo en cuenta que lo que se ha de salvaguardar no es solamente la herencia del pasado, sino también los hombres y mujeres que hoy viven allí y los que vivirán en el futuro;
5. Para respetar la dimensión religiosa y humana de Jerusalén de toda contingencia política, la Santa Sede, fiel a las intenciones de la primera y fundamental resolución de las Naciones Unidas en este asunto, afirma que solamente un estatuto especial, garantizado internacionalmente, puede asegurar el carácter histórico, material y religioso de los Santos Lugares, así como el libre acceso a ellos para residentes y peregrinos, sean éstos del lugar o de otras partes del mundo. El garante internacional de este estatuto especial podrían ser las Naciones Unidas.
En definitiva, como manifestó el Papa Francisco: «Rezo para que esa identidad sea preservada y reforzada en beneficio de la Tierra Santa, de Medio Oriente y del mundo entero, y que prevalezcan la sabiduría y la prudencia para evitar agregar nuevos elementos de tensión en un panorama mundial ya convulsionado y marcado por tantos crueles conflictos».
Publicado en ABC el 9 de diciembre de 2017.
Silverio Nieto es sacerdote y catedrático extraordinario de Relaciones Iglesia-Estado y Derechos Humanos de la Universidad Católica de Murcia.
Para los judíos, Palestina es «la Tierra prometida», escenario de los eventos bíblicos religiosos y recuerdos históricos, como la tumba de Abraham en Hebrón; la tumba de Raquel y, muy especialmente, el Monte Sión, la Explanada del Templo de Salomón y el Muro de las Lamentaciones, en Jerusalén, ante el cual los fieles han orado durante dieciocho siglos por el renacimiento de Israel. Para los musulmanes, Jerusalén es, sobre todo, la Explanada del Templo, el «Haramech Cherif», con la Mezquita de la Roca (Mezquita de Omar) que encierra la roca de David, donde el Profeta Mahoma voló a los cielos en su caballo alado.
El Estado de Israel inició su existencia el 14 de mayo de 1948, a los pocos meses de que la Asamblea General de las Naciones Unidas hubiera optado por la partición como única solución posible a las rivalidades árabe-judías en Palestina. El 23 de enero de 1950, Israel declaró que su capital era Jerusalén y estableció órganos de gobierno en la parte occidental de la ciudad. Tanto la Asamblea General como el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas han declarado en varias resoluciones que eran inválidas las medidas adoptadas por Israel para modificar el régimen de Jerusalén.
Estas Declaraciones y Resoluciones, así como muchas otras aprobadas por organizaciones de las Naciones Unidas, otras organizaciones internacionales y no gubernamentales y grupos religiosos, son prueba de la determinación de la comunidad internacional de seguir comprometida con el futuro de Jerusalén, y de la gran preocupación por la delicada situación del proceso de paz y del deseo de resolver este problema, satisfactoriamente para ambas partes, garantizando, en todo caso, la seguridad de Israel.
La cuestión de Jerusalén como ciudad universal y su régimen jurídico se halla en el epicentro del conflicto árabe-israelí, y es el aspecto que presenta una mayor complicación. Todos estos factores dificultan sobremanera cualquier intento de arreglo, que, en todo caso, debe ser buscado sobre la base de unas negociaciones presididas por la buena fe, la tolerancia y la comprensión de las peculiaridades de la ciudad. Así, Jerusalén ha sido proclamada como la capital indisoluble del Estado de Israel, mientras que los palestinos también reivindican la soberanía sobre la parte oriental de la villa, con el propósito de convertirla en la capital de su eventual Estado.
Conviene recordar que, mediante el Acuerdo Básico firmado el 30 de diciembre de 1993 entre la Santa Sede y el Estado de Israel, se asume el compromiso recíproco de «cooperación apropiada en la lucha contra toda forma de antisemitismo y de todo tipo de racismo y de intolerancia religiosa» y, de hecho, los católicos y los judíos en todas partes están unidos en esta lucha pacífica.
Consideramos que la actitud de la Santa Sede, sobre este asunto, ha de ser coherente y global con la que mantenga simultáneamente con todos los demás componentes, agentes o factores que intervienen en el tema, teniendo en cuenta que el punto de partida son las resoluciones de las Naciones Unidas en orden a la creación de dos Estados, palestino e israelí, con un estatuto especial para Jerusalén. En este sentido, el Papa Francisco ha pedido «respetar el status quo de Jerusalén para evitar nuevos elementos de tensión, en una ciudad única, que tiene una vocación especial por la paz».
Para la Santa Sede, la ciudad de Jerusalén está caracterizada por el hecho de que en ella están los Santos Lugares de las tres grandes religiones monoteístas (judía, cristiana y musulmana). Por ello, reconoce «la excepcional importancia que la herencia cultural de la Antigua Ciudad de Jerusalén, y más en particular de los lugares sagrados, mantienen, en virtud de su valor artístico, histórico y religioso, no sólo para los países directamente afectados, sino también para toda la raza humana».
Sobre el particular, la actitud de la Santa Sede, en opinión del autor de este artículo, que refleja su visión personal, podría resumirse en los siguientes puntos:
1. La soberanía territorial de la ciudad, es decir, si la ciudad debe ser la capital de un Estado o de los dos Estados, la cuestión de las fronteras, etcétera. A este respecto, la Santa Sede considera que no tiene competencia para tratar esas cuestiones, que deben ser objeto de negociaciones bilaterales entre las autoridades israelíes y palestinas y que deberían ser resueltas equitativamente y por negociación, según las resoluciones de las Naciones Unidas;
2. En cuanto a la dimensión religiosa de la ciudad, la Santa Sede considera Jerusalén única y sagrada, tanto para los creyentes judíos, cristianos y musulmanes que viven allí, como para los creyentes de esas religiones de todo el mundo, que mantienen allí los más valiosos lugares de culto, lo cual hace de Jerusalén un tesoro para toda la humanidad;
3. La Santa Sede quiere preservar el carácter único de las zonas más sagradas de la ciudad, los Santos Lugares, de modo que ninguna de las partes pueda reclamarlas exclusivamente para sí, porque son parte de un patrimonio que pertenece a todo el mundo;
4. Para la Santa Sede, los Santos Lugares no son museos o monumentos para los turistas, sino lugares donde las comunidades de creyentes viven con su cultura, instituciones de caridad, etcétera, de modo que su sacralidad ha de ser salvaguardada a perpetuidad, teniendo en cuenta que lo que se ha de salvaguardar no es solamente la herencia del pasado, sino también los hombres y mujeres que hoy viven allí y los que vivirán en el futuro;
5. Para respetar la dimensión religiosa y humana de Jerusalén de toda contingencia política, la Santa Sede, fiel a las intenciones de la primera y fundamental resolución de las Naciones Unidas en este asunto, afirma que solamente un estatuto especial, garantizado internacionalmente, puede asegurar el carácter histórico, material y religioso de los Santos Lugares, así como el libre acceso a ellos para residentes y peregrinos, sean éstos del lugar o de otras partes del mundo. El garante internacional de este estatuto especial podrían ser las Naciones Unidas.
En definitiva, como manifestó el Papa Francisco: «Rezo para que esa identidad sea preservada y reforzada en beneficio de la Tierra Santa, de Medio Oriente y del mundo entero, y que prevalezcan la sabiduría y la prudencia para evitar agregar nuevos elementos de tensión en un panorama mundial ya convulsionado y marcado por tantos crueles conflictos».
Publicado en ABC el 9 de diciembre de 2017.
Silverio Nieto es sacerdote y catedrático extraordinario de Relaciones Iglesia-Estado y Derechos Humanos de la Universidad Católica de Murcia.
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