Tentaciones a superar por la Iglesia
Necesitamos superar tres soluciones equivocadas o tres riesgos o tres amenazas o tentaciones a las que fácilmente estamos abocados: la desesperanza, el enfrentamiento y el sometimiento.
En las actuales circunstancias, la Iglesia, los cristianos, necesitamos superar tres soluciones equivocadas o tres riesgos o tres amenazas o tentaciones a las que fácilmente estamos abocados: la desesperanza, el enfrentamiento y el sometimiento.
La Iglesia no pone nunca su esperanza, ni encuentra su apoyo en ninguna institución temporal, pues sería poner en duda el señorío de Jesucristo, su único Señor y su única esperanza. La Iglesia en este caminar suyo, codo con codo y en sintonía y solidaridad con el resto de los hombres, hacia el bien definitivo que espera y desea para todos, se diferencia no obstante de la sociedad democrática en que vive.
Las diferencias no tienen por qué degenerar en conflictos, al contrario: la democracia tiene sus raíces más propias en la cultura cristiana que no podemos olvidar y su grandeza radica en facilitar la convivencia de personas y grupos con distintas maneras de entender las cosas, con igualdad de derechos y en un clima de respeto y tolerancia, sin dejar la verdad o sucumbir y someterse al relativismo cultural reinante, o al laicismo y hedonismo imperantes.
Por eso es necesario superar la tentación del sometimiento que, en palabras de los obispos, «consiste en facilitar falsamente la convivencia disimulando y diluyendo su propia identidad o incluso, en ocasiones, renunciando a ella». «Con el lenguaje de los hechos, Dios nos está pidiendo a los católicos un esfuerzo de autenticidad y fidelidad, de humildad y unidad, para poder ofrecer de manera convincente a nuestros conciudadanos los mismos dones que nosotros hemos recibido, sin disimulos ni deformaciones, sin desistimientos ni concesiones, que oscurecerían el esplendor de la Verdad de Dios y la fuerza de atracción de sus promesas. Una educación adecuada para vivir en democracia ha de ayudarnos a compartir constructivamente la vida con quienes piensan de otra manera sin que la identidad católica quede comprometida» (Conferencia Episcopal, 2006).
A partir de aquí, de lo expuesto, podemos y debemos afrontar la Iglesia el ofrecer a todos, a la sociedad española en su contexto actual, nuestro tesoro y aportación más propia y enriquecedora, a una realización auténtica de la democracia asentada en «roca firme», que no es otro que «anunciar el ‘‘sí’’ de Dios a la humanidad en Jesucristo», que nos guía y conduce al discernimiento y a orientaciones morales en los grandes temas que nos ocupan hoy en día en España, por ejemplo, el de los nacionalismos. Nos apremia evangelizar para servir a nuestra sociedad.
Guiados por la fe, inseparable de la razón, los católicos españoles nos preguntamos qué quiere Dios de nosotros, qué hemos de hacer, en este y otros temas cruciales en las actuales circunstancias, para poder ofrecer con fidelidad y acierto a las necesidades de nuestra sociedad. En esos momentos, no se me olvidan aquellas palabras del Señor tras su última Cena: «¡Levantaos, vamos!». Eso necesitamos: levantarnos y caminar. Caminar en esperanza, como nos exhortaba el Papa Juan Pablo II hace treinta y cinco años en su primera visita a España, en plena transición española.
Publicado en La Razón el 22 de noviembre de 2017.
La Iglesia no pone nunca su esperanza, ni encuentra su apoyo en ninguna institución temporal, pues sería poner en duda el señorío de Jesucristo, su único Señor y su única esperanza. La Iglesia en este caminar suyo, codo con codo y en sintonía y solidaridad con el resto de los hombres, hacia el bien definitivo que espera y desea para todos, se diferencia no obstante de la sociedad democrática en que vive.
Las diferencias no tienen por qué degenerar en conflictos, al contrario: la democracia tiene sus raíces más propias en la cultura cristiana que no podemos olvidar y su grandeza radica en facilitar la convivencia de personas y grupos con distintas maneras de entender las cosas, con igualdad de derechos y en un clima de respeto y tolerancia, sin dejar la verdad o sucumbir y someterse al relativismo cultural reinante, o al laicismo y hedonismo imperantes.
Por eso es necesario superar la tentación del sometimiento que, en palabras de los obispos, «consiste en facilitar falsamente la convivencia disimulando y diluyendo su propia identidad o incluso, en ocasiones, renunciando a ella». «Con el lenguaje de los hechos, Dios nos está pidiendo a los católicos un esfuerzo de autenticidad y fidelidad, de humildad y unidad, para poder ofrecer de manera convincente a nuestros conciudadanos los mismos dones que nosotros hemos recibido, sin disimulos ni deformaciones, sin desistimientos ni concesiones, que oscurecerían el esplendor de la Verdad de Dios y la fuerza de atracción de sus promesas. Una educación adecuada para vivir en democracia ha de ayudarnos a compartir constructivamente la vida con quienes piensan de otra manera sin que la identidad católica quede comprometida» (Conferencia Episcopal, 2006).
A partir de aquí, de lo expuesto, podemos y debemos afrontar la Iglesia el ofrecer a todos, a la sociedad española en su contexto actual, nuestro tesoro y aportación más propia y enriquecedora, a una realización auténtica de la democracia asentada en «roca firme», que no es otro que «anunciar el ‘‘sí’’ de Dios a la humanidad en Jesucristo», que nos guía y conduce al discernimiento y a orientaciones morales en los grandes temas que nos ocupan hoy en día en España, por ejemplo, el de los nacionalismos. Nos apremia evangelizar para servir a nuestra sociedad.
Guiados por la fe, inseparable de la razón, los católicos españoles nos preguntamos qué quiere Dios de nosotros, qué hemos de hacer, en este y otros temas cruciales en las actuales circunstancias, para poder ofrecer con fidelidad y acierto a las necesidades de nuestra sociedad. En esos momentos, no se me olvidan aquellas palabras del Señor tras su última Cena: «¡Levantaos, vamos!». Eso necesitamos: levantarnos y caminar. Caminar en esperanza, como nos exhortaba el Papa Juan Pablo II hace treinta y cinco años en su primera visita a España, en plena transición española.
Publicado en La Razón el 22 de noviembre de 2017.
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