San Juan de la Cruz
En la noche oscura del ateísmo colectivo de nuestro tiempo, Juan de la Cruz convoca a acercarnos a Dios en la fe.
Anteayer, lunes, en Roma, en la Embajada de España ante la Sede, se otorgaba el XIX Premio Mundial «Fernando Rielo» de poesía mística. Gran nivel el de los poemarios presentados –207, de 20 países–; y, en pleno siglo XXI, gran esperanza este hecho, porque indica que, a pesar de tantas cosas y de una cultura dominante aparentemente adversa, Dios no desaparece del horizonte del hombre ni se le oculta, que son muchos los que le buscan con corazón ardiente, que son muchos los que viven con especial intensidad la experiencia del encuentro y de la unión con Él, que acaece en «el más profundo centro», del alma, en lo más genuino del hombre que «no se contenta con menos que Dios».
Coincidía este premio con la fiesta de San Juan de la Cruz, cima de la mística y de la poesía que expresa ese encuentro inefable que sacia, «recrea y enamora», cima altísima de humanidad verdadera que halla su consuelo y descanso cuando en Dios se encuentra. San Juan de la Cruz es guía y maestro de humanidad, porque ha vivido en lo más profundo y genuino de su ser humano la experiencia del encuentro con Dios que todo lo ilumina y en cuya unión el corazón humano, hambriento y ansioso de felicidad, inquieto, se eleva y descansa. San Juan de la Cruz, a lo largo de su vida, ha buscado la Sabiduría en todo, con ardiente deseo la ha preferido a todo, se ha dejado seducir por su luz que no tiene ocaso y ha bebido en sus fuentes inagotables, de donde mana toda hermosura. Por ello la Sabiduría que viene de Dios ha brillado con tanta fuerza en Juan de la Cruz.
Él la ha captado, la ha conocido, la ha amado y la ha contemplado; se ha dejado cautivar por su inabarcable belleza, plasmada hasta en las criaturas más humildes, huellas de su singular hermosura. Invadido y dominado por esta abismal belleza, la Sabiduría divina sale a su encuentro en todo: todos los pensamientos de Juan de la Cruz y hasta su misma expresión y habla quedan marcadas por ella en sublime canto del alma que conduce a los que lo escuchan a buscarla, gozarla y amarla. Él nos invita a todos, en una época de frecuentes ambigüedades, a ser buscadores de la verdad y la belleza, a ser peregrinos de la fe; hoy nos alienta a poner la verdad de Dios, por encima de todo compromiso humano. Juan de la Cruz convoca a la búsqueda y al encuentro con Dios, como él mismo buscó y encontró al Dios oculto, «eterna fonte escondida do tiene su manida» todo bien y toda dicha, toda verdad y todo saber, toda belleza y verdad.
En la noche oscura del ateísmo colectivo de nuestro tiempo, Juan de la Cruz convoca a acercarnos a Dios en la fe. Juan de Yepes ayuda hoy a interpretar y a comprender ese gran «drama de nuestro tiempo»: el ateísmo, que ha desplazado a Dios a los márgenes de la vida como algo insignificante; lo que no ocurre sin gravísimas consecuencias para el hombre mismo y para su dignidad como persona. El itinerario y la experiencia de fe de San Juan de la Cruz invita a remontar esta caída. Toda su persona, toda su obra, toda su doctrina, toda su creación sublime en el campo de la poesía, proclaman la supremacía del Dios único y creador, su poder salvador por el camino de la Cruz de Cristo, la libertad, la bondad y la belleza del hombre y del mundo creados por Dios. ¡Dios reina!, éste es su mensaje. Como lo fue el de San Benito o Santa Teresa, grandes buscadores y testigos de Dios, y por eso fundamento y cimiento de reforma, de renovación de futuro, de humanidad nueva.
* El cardenal Antonio Cañizares es prefecto de
*Publicado en el diario
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