Sábado, 23 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

VIIIº Centenario de la Universidad de Salamanca


La historia más completa de época tan singular, donde se significaron mujeres de gran carácter y profundo espíritu religioso, algunas de ellas beatificadas o madres de santos, es mucho más compleja de lo que puede resumirse en un artículo.

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

Harto, como tantísimos españoles, del monotema amenazante del desafío separatista catalán, prefiero detenerme hoy en algo históricamente más positivo, o sea, en el VIIIº Centenario de la fundación de la Universidad de Salamanca, que tendrá lugar el año próximo, aunque los preparativos ya han comenzado de la mano de una comisión interinstitucional que preside la vicepresidenta del gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría.
 
El llamado inicialmente Estudio General, luego Universidad de Salamanca, fue creado en 1218 por el rey leonés Alfonso IX, un gran rey en tiempos de grandes reyes, no bien tratado por la historia o los historiadores castellanistas, como Menéndez Pidal, y me temo, a juzgar por los preparativos que voy conociendo, que en esta efemérides tampoco se le haga la justicia que se merece en función de sus méritos.
 
La Universidad salmantina es la más antigua de cuantas existen en España y la segunda fundada en estos pagos, cuatro años después de la primera, la Universidad de Palencia, erigida por Alfonso VIII de Castilla, que luego no tuvo continuidad docente. Pero semejante innovación no fue la única adoptada por Alfonso IX, hombre avanzado en su tiempo, si no que se adelantó a todos los demás reinos hispanos en establecer las cortes estamentales, en las que participaban representantes del alto clero o estamento eclesiástico, de la nobleza o estamento nobiliario, y de las ciudades y villas de realengo o estamento “popular”. Compartían, en cierto grado, el poder con el monarca. Un gran avance “democrático” en plena Edad Media.
 
Alfonso IX sufrió, periódicamente, el acoso de su primo hermano y suegro, Alfonso VIII de Castilla, vencedor de la decisiva batalla contra el imperio almohade de las Navas de Tolosa o de la Losa (16 de julio de 1212), a cinco kilómetros de la actual Santa Elena, la población más septentrional de Andalucía, hoy provincia de Jaén, a la entrada del desfiladero de Despeñaperros. Los “castellanistas” reprochan al leonés el no haber acudido a la cita de las Navas, en la que tomaron parte todos los reyes peninsulares de aquella época, magnates de Francia, jerarcas eclesiásticos, órdenes militares, etc., aunque el de León, si no asistió personalmente, sí mandó nobles y tropas de su reino.
 
León se consideraba continuador de la monarquía asturiana, heredera a su vez (de don Rodrigo a don Pelayo) del imperio visigodo. Por eso se llamó Reconquista y no simple conquista del territorio peninsular a la larguísima guerra contra los invasores musulmanes; de ahí, también, que algunos monarcas leoneses se considerasen el primero entre pares, como Fernando II, que se titulaba hispanorum rex (rey de los hispanos) o se hicieran llamar emperadores, como Alfonso VII, rey de Castilla y León, emperador en tanto que monarca de este último reino.
 
Alfonso IX de León, hijo de Fernando II, dio un decisivo empujón a la Reconquista. Se apoderó de Alcántara en 1213, de Cáceres en 1227, y en el invierno de 1229-30 de Montánchez, Mérida, Badajoz, Elvas, etc. O sea, que abrió un amplio corredor hacia el sur, que permitió a su hijo, Fernando III el Santo, penetrar en Andalucía y adueñarse de Jerez, Cádiz, Sevilla y el valle del Guadalquivir.
 
El noveno de los Alfonsos tuvo unos comienzos muy difíciles. De entrada vio turbada la paz del reino por los partidarios de su madrastra, la vizcaína doña Urraca López de Haro. Se sintió reiteradamente acosado por los reyes de Castilla y de Portugal, invirtiendo muchos años en disputas fronterizas. Sufrió la humillación -todo un rey de León, heredero directo de la monarquía visigoda- de prestar vasallaje, en Carrión de los Condes, el 24 de junio de 1188, el mismo año de su coronación, a su primo Alfonso VIII de Castilla, que ya llevaba treinta años de reinado, de ellos 18 como soberano efectivo. Fue proclamado rey con tres años de edad.
 
El leonés se vio duramente tratado por la Iglesia, que destrozó su vida familiar y a punto estuvo de malograr su reinado. Anuló sus dos matrimonios, por razón de parentesco entre los cónyuges, le excomulgó en ambas ocasiones, y el Papa Celestino III, -protector del monarca castellano- autorizó incluso a los leoneses a que tomaran las armas contra su rey.
 
Casó primero en 1191 con Teresa, hija de Sancho I, rey de de Portugal. De este matrimonio, anulado después por motivos de parentesco, nacieron dos hijas, Sancha y Dulce, en tanto que la madre, pasados los años, fue declarada beata de la Iglesia. En segundas nupcias, Alfonso IX matrimonió en 1197 con doña Berenguela, hija de Alfonso VIII de Castilla y madre de Fernando III el Santo, que definitivamente unió las coronas de León y Castilla, recibidas por herencia familiar. También ese matrimonio fue anulado por las mismas razones que el anterior, después de varios años de convivencia conyugal en ambos casos. La anulación de dichos matrimonios no afectó a la legitimidad de los hijos.
 
La historia más completa de época tan singular, donde se significaron mujeres de gran carácter y profundo espíritu religioso, algunas de ellas beatificadas o madres de santos, es mucho más compleja de lo que puede resumirse en un artículo, pero da pie a que en algún otro momento volvamos sobre el tema. Tiempos aquellos de engrandecimiento de España, pese a sus numerosas turbulencias, en contraste con los actuales, lacerados por las amenazas de disgregación y las tensiones centrífugas.
 
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