Tiempos recios
por Pedro Trevijano
Hace algunos años, hablando con un sacerdote, me decía que estábamos en tiempos recios. Pienso que en ninguna época de la historia de la Humanidad se puede hablar de tiempos fáciles y ciertamente los años treinta y cuarenta del siglo pasado fueron terribles.
En nuestros días, creo que lo peor que está pasando en los países hasta no hace mucho cristianos es su descristianización. Hasta hace poco, la transmisión de la fe contaba con un gran apoyo sociológico. El ambiente social, la escuela y las tradiciones populares eran transmisores de una visión creyente de la vida. Nuestra sociedad es indudable que está muy afectada por la descristianización. Muchísima gente ha vuelto la espalda a Dios y no sabe o no quiere saber nada de Él. No hace mucho leí que en Holanda hace cincuenta años había tres millones de católicos practicantes. Hoy quedan sesenta mil. Y algo parecido está sucediendo en un montón de países.
Cuando cayó el Muro de Berlín muchos nos alegramos viendo el declinar de una ideología criminal y atea que había privado de la vida y la libertad a muchos millones de personas. Pero Satanás no descansa y pronto otra ideología, la ideología de género, tan destructora o más que la anterior, pues niega la naturaleza humana y pretende destruir la familia, es decir trata de destruir las raíces más profundas e íntimas del hombre, ocupó su puesto bajo el disfraz de lo políticamente correcto y con la pretensión de crear una nueva ética mundial en una línea profundamente antinatural y anticristiana. Para ello se sirven de instituciones y lobbys, como las estructuras de la ONU o Unicef, que habían sido creadas para todo lo contrario, en una monstruosa alianza entre algunas de las mayores fortunas del mundo y el extremismo de izquierdas más radical.
Para vender este producto se exacerba nuestra independencia e individualismo. En el plano moral, la búsqueda de la libertad absoluta supone el rechazo de las reglas y principios éticos. El individualismo se centra únicamente en la persona y no admite ninguna imposición, considerando a Dios como un enemigo que coarta nuestra libertad dictando leyes. Este eclipse de Dios nos conduce a un materialismo práctico, a un consumo desordenado o abusivo y a falsas normas morales con la satisfacción inmediata como única razón de vivir.
Ahora bien, ¿se trata de una situación irreversible o tiene remedio? Benedicto XVI, en su libro Luz del mundo, apunta por donde debe ir la solución: “Se podrían enumerar muchos problemas que existen en la actualidad y que es preciso resolver, pero esto sólo se conseguirá si se pone a Dios en el centro, si Dios resulta de nuevo visible en el mundo”.
En la familia la oración diaria debe tener un lugar importante, llegando a ser plegaria familiar, es decir oración hecha en común, marido y mujer juntos, padres e hijos juntos. En pocas palabras, lo que el mundo necesita es más cristianismo.
Pase lo que pase, no nos debemos desanimar. Dios es más poderoso que el diablo y los cristianos, y muy especialmente los sacerdotes debemos preguntarnos si no descuidamos nuestra unión con Cristo y nuestra vida sacramental.
Y es que el comportamiento de los cristianos, y en especial de los sacerdotes, es fundamental. En el seminario se nos decía que, cuando un mal sacerdote llegaba a un pueblo, lo dejaba arrasado.
Recuerdo que un sacerdote me comentó que un colega suyo le dijo en cierta ocasión: “Yo no rezo, porque a los curas que rezan no se les nota”. El que lo contaba me dijo: “Estuve a punto de contestarle: pero a los que no rezan sí se les nota”. Seguramente debiera habérselo dicho.
Otra anécdota, sucedida en Buenos Aires. Un cura español y un argentino:
-¿Cuántos curas hay en Buenos Aires?
-Unos dos mil.
-Pero de éstos ¿cuantos curas-curas hay?
-Unos trescientos.
El cura español, que fue quien me lo contaba, dijo:
-Pero los otros son necesarios para decir misas, etc.
A lo que el argentino replicó, con toda razón:
-Si sólo hubiese los trescientos, en muy poco tiempo tendríamos los dos mil.
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