Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Sacramentos y pandemia


por José Durand Mendioroz

Opinión

En la Argentina, como en tantos otros lugares, un ciudadano está autorizado para ir a la ferretería o a un supermercado, tomando -naturalmente- todos los recaudos de prevención. Pero en cambio, si concurriese a una iglesia, en las mismas condiciones, podría ser arrestado por violación del deber de aislamiento. Salta a la vista que para las autoridades civiles la concurrencia a los templos no es una actividad que amerite una excepción a la regla del aislamiento. En cambio, en Brasil, el presidente Bolsonaro ha considerado que las actividades religiosas de cualquier naturaleza constituyen un servicio esencial. Cabe preguntarse si los católicos tenemos algo para decir al respecto.

Nos enteramos por los medios de que una congregación judía ortodoxa ha obtenido de parte del gobierno argentino una excepción al cumplimiento de la cuarentena, en orden a que sus fieles se puedan trasladar para recibir una inmersión de purificación. Esta situación puede dar lugar a comentarios de la más diversa índole, pero de lo que no cabe la menor duda, es que aquella congregación se toma muy en serio su precepto ritual. Es decir, que las conductas relacionadas con un bien trascendente son las más importantes, aunque los demás no las entiendan.

La Iglesia católica, en tanto, se encuentra comprendida en una genérica autorización para que los ministros del culto (sólo ellos) puedan trasladarse a brindar asistencia espiritual. Pero considerando que lo que está en juego es el acceso a los sacramentos de todos los fieles ¿esto es suficiente? ¿Está implementado sólo para los enfermos imposibilitados o para todo el pueblo de Dios? Ciertamente, la segunda alternativa parece imposible y por lo que se conoce, nada se ha organizado en este sentido, como para que cualquiera haga concurrir al sacerdote a su domicilio para que le haga un service completo: confesión, comunión, unción de los enfermos, bautismo y matrimonio. Con respecto a la santa Misa, sólo pueden participar en ella los celebrantes, siendo la única alternativa para el pueblo el seguirla por los medios. Cabe reflexionar ¿qué tan importantes son los sacramentos y la Misa para el cristiano corriente?

No estoy proponiendo reunir multitudes sin ton ni son, desentendiéndonos del contagio; sino que se posibilite a todos los fieles católicos el acceso al templo a recibir los Sacramentos, a adorar a Jesús Sacramentado y a asistir a Misa; todo ello con los más razonables recaudos sanitarios. No existe una situación tan extraordinaria que justifique la privación del acceso a los medios ordinarios para la comunicación de la Gracia, instituidos por Nuestro Señor Jesucristo. Estamos llamados a mirar las cosas “sub specie aeternitatis” y cabe reconocer que, desde esta perspectiva, no estamos poniendo y disponiendo -como Iglesia- de todos los medios ordinarios para la salvación de los hombres. Desestimar o infravalorar la importancia del acceso a los sacramentos, justamente cuando más necesarios son, equivale a desconocerlos también en los tiempos ordinarios, o sea, desconocerlos absolutamente.

En función de lo anterior ¿cuál es el grado de dificultad que justifique moralmente que las autoridades civiles dispongan dejar sin sacramentos a la inmensa mayoría de los fieles? Porque eso ha ocurrido con la veda de asistir a los templos. Para el espíritu del mundo, que considera todo esto mera superchería, no hay ningún problema. Pero, para los católicos ¿es acaso razonable que se tenga permiso para ir a la ferretería pero no a la Iglesia? Ciertamente, no nos encontramos ante una persecución religiosa como la de Nerón o la de Stalin, donde acceder a los sacramentos era heroico. Porque, claro, en caso de verdadera imposibilidad, el cristiano se las arregla como puede (es decir, no se las arregla en absoluto) y se pone en manos de Dios, cuya gracia excede toda medida. Pero “imposibilidad” es, por ejemplo, estar en la cárcel privado arbitrariamente de asistencia espiritual, o en medio de las bombas, o en un lugar sin sacerdotes. No obstante aquí de lo que estamos hablando es de… ¡iniciar un trámite de excepción! Son nuestros pastores ¿quién si no? quienes tienen que testimoniar ante una sociedad secularizada que estas actividades -avaladas por la libertad religiosa y de culto- tienen la mayor importancia porque se relacionan con el bien de las almas.

En algún momento se juzgará ecuánimemente si las consecuencias sociales del aislamiento absoluto resultaron peores que la enfermedad. Como por ejemplo tener grandes sectores de la población aislada en condiciones totalmente inadecuadas. Si hoy se dijera que se permite la reapertura de las iglesias y centros de espiritualidad para organizar comedores comunitarios, a nadie le llamaría la atención (ya que todos imaginan que la paralización de la producción y de los servicios va a traer grandes calamidades), pero pareciera que pedir su reapertura para que cumplan con su razón de ser es inimaginable. Hasta para nosotros.

Hugo Wast se imaginaba un mundo donde faltaran los sacramentos (porque faltaban los sacerdotes).

...Cuando se piensa que la humanidad se ha redimido y que el mundo subsiste porque hay hombres y mujeres que se alimentan cada día de ese Cuerpo y de esa Sangre redentora que sólo un sacerdote puede realizar.

Cuando se piensa que el mundo moriría de la peor hambre si llegara a faltarle ese poquito de pan y ese poquito de vino.

Cuando se piensa que eso puede ocurrir, porque están faltando las vocaciones sacerdotales; y que cuando eso ocurra se conmoverán los cielos y estallará la Tierra, como si la mano de Dios hubiera dejado de sostenerla; y las gentes gritarán de hambre y de angustia, y pedirán ese pan, y no habrá quien se los dé; y pedirán la absolución de sus culpas, y no habrá quien las absuelva, y morirán con los ojos abiertos por el mayor de los espantos.

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