Miércoles, 30 de octubre de 2024

Religión en Libertad

¿La vida de qué negros importa?


El hecho es que la vida de 18 millones de bebés negros no le importó a sus padres, ni le importó a quienes apoyan el aborto. Sus vidas no tuvieron importancia, no porque fuesen negros sino porque su humanidad no tuvo importancia.

por Joseph Pearce

Opinión

Tal provocadora pregunta exige mi respuesta inequívoca de inmediato. Sí, por supuesto, la vida de todos los negros importa. (Nota de ReL: Black Lives Matter [La vida de los negros importa] es el lema de las protestas en Estados Unidos contra la real o supuesta violencia policial o judicial contra los negros.) Son importantes no sólo porque son negros sino porque son humanos. Su importancia estriba en la dignidad de la persona humana, de toda persona humana, hecha cada cual a imagen y semejanza de Dios: de ahí que todas las vidas sean importantes, sin que cuente el color de la piel ni las creencias religiosas. Para los cristianos, se trata de algo no-negociable, razón por la cual se oponen a matar los bebés todavía en el vientre, y a matar a los ancianos y a los enfermos, graves o no. Si cada persona posee en su propio ser esta dignidad dada por Dios, nosotros no tenemos absolutamente ningún derecho de tratar a nadie de manera inhumana, ya sea esa persona negra, blanca, o de cualquier otro color.
 
El problema no consiste en que las vidas de los negros tengan importancia en este sentido inequívoco y objetivo, sino en el hecho de que la vida de los negros parece no importarle a algunos. Aparte de la controversia por la muerte de jóvenes negros a manos de la policía, podríamos pensar en los disparos mortales contra nueve cristianos negros en Charleston de los que se acusa a Dylann Roof, aparentemente por motivos racistas. Sin embargo, es improbable que pensáramos en la horrible tasa de abortos entre los negros estadounidenses. ¿Tienen importancia las vidas de esos negros?
 
La tienen para el cardenal surafricano Wilfrid Napier, quien denominó “genocidio” al número de vidas negras asesinadas extrayéndolas del vientre. El cardenal Napier se basó en estadísticas del Instituto Guttmacher, perteneciente a la asociación estadounidense Planned Parenthood. El cardenal indicó que desde que el Tribunal Supremio de los Estados Unidos decidiera el caso “Roe versus Wade” en 1973, más de 57 millones de bebés fueron abortados legalmente en este país. El cardenal lamentó luego que alrededor del 31% de esos 57 millones de niños por nacer eran negros. Es decir, hablando sin tapujos, 18 millones de vidas de negros no tuvieron importancia. El cardenal Napier observó que tal cifra “comienza a parecererse a un genocidio, cuando se incluye el hecho de que las mujeres negras constituyen solamente el 13% de las mujeres en Estados Unidos.”  
 
Veamos estas cifras más detalladamente antes de discutir si es o no justo denominar esta horrible situación con la palabra “genocidio”, i.e., racista.
 
Actualmente en los Estados Unidos los niños negros son abortados cuatro veces más que los blancos. Entre las mujeres blancas hay 138 abortos por cada 1000 nacimientos con vida: entre las mujeres negras, hay 501 abortos por cada 1000 nacimientos. Esto quiere decir que se aborta a los negros 3,6 veces más que a los blancos. Estos son los crudos datos que el cardenal Napier utiliza para proclamar que la industria del aborto representa un ataque genocida a la población negra.
 
Y sin embargo, en última instancia, ¿quién es responsable de estas terroríficas cifras? ¿Hubo quien forzara a las mujeres negras a matar a sus propios bebés? ¿Acaso podemos creer verdaderamente que los que promueven Planned Parenthood y la industria del aborto –el llamado movimiento “pro opción” (pro-choice)– son racistas? ¿Le agrada a Hillary Clinton y a otras mujeres de su estilo el que se esté matando bebés negros en números tan desproporcionados?

Evidentemente, no. No se trata de genocidio porque no se trata de racismo. El hecho es que la vida de 18 millones de bebés negros no le importó a sus padres, ni le importó a quienes apoyan el aborto. Sus vidas no tuvieron importancia, no porque fuesen negros sino porque su humanidad no tuvo importancia. A sus padres no les importó su dignidad como personas humanas. Esa dignidad humana tampoco le importó a los de la industria del aborto que hicieron de la matanza de los niños por nacer algo fácil y conveniente para aquellas mujeres negras que deseaban “optar” por el infanticidio.  
 
Hablando sobre otro tema relacionado con el que venimos tratando, ¿qué hemos de concluir acerca de las recientes cifras que indican que el 75% de los asesinados en Chicago son negros y que el 71% de los asesinos también son negros? Esas cifras, ¿no indican acaso que las vidas de los negros víctimas de asesinato parecen no importarles a los criminales negros que los asesinaron? Una vez más: el problema no es el racismo sino la inhumanidad.
 
Sin embargo, existe un vínculo entre la inhumanidad del racismo y la del aborto en las raíces de la industria del aborto. Como líder de la Sociedad Americana de Eugenesia y miembro fundador del Liga Americana de Control de Natalidad, antecesor de Planned Parenthood, Margaret Sanger predicaba y deseaba practicar los mismos programas de purificación racial que empleaban los nazis. Como editora de la Revista del Control de Natalidad, Sanger publicó artículos encabezados con títulos como “Más niños para los aptos; menos para los desadaptados.” En cuanto a quiénes consideraba ella “desadaptados”, Sanger se regocijaba en proclamarlo a voz en cuello: “Los judíos, los eslavos, los católicos y los negros”.  
 
Sanger estableció sus primeras clínicas para el control de la natalidad deliberadamente en vecindarios de inmigrantes y declaraba abiertamente que a aquellas personas consideradas como inadaptadas (unfit) debería obligárseles a solicitar permiso del gobierno para tener hijos, “así como los inmigrantes tienen que solicitar visas [para entrar al país]”. Tomando en cuenta la posición de Sanger, no es de sorprender que los científicos nazis de Alemania fuesen invitados a publicar artículos en la Revista del Control de la Natalidad que ella editaba, ni que los miembros de la Liga Americana del Control de la Natalidad de Sanger visitaran la Alemania nazi y participasen en las sesiones de la Corte Suprema de Eugenesia, ni que regresasen a los Estados Unidos con fabulosos reportes sobre cómo la Ley de Esterilización estaba “eliminando las peores venas del linaje germánico de una manera científica y humanitaria.”
 
¿Es acaso de sorprenderse que Planned Parenthood, enraizada en tal barbárico racismo, se vanaglorie hoy de vender partes de cuerpos de niños descuartizados? Estuviesen de acuerdo o no con Margaret Sanger y sus aliados nazis los que hoy apoyan a Planned Parenthood, el hecho es que nazis y “feminazis” comparten el mismo desprecio por la vida humana y el mismo deseo de descuartizar a millones de niños por nacer en el altar de una ideología política.  
 
También es irónico que las vidas de negros no les importen ni a la racista fundadora de Planned Parenthood ni a sus herederos anti-racistas. En la medida en que las Hermanas de la Muerte sacrifican bebés negros en el altar erigido a la “opción,” podríamos sentir la tentación de imaginar a Margaret Sanger sonriendo de forma sádica desde el círculo del infierno en el que pueda encontrarse. Pero ya que no debemos presumir que el juicio de Dios, ni tampoco su misericordia, no deberíamos desear juzgar el alma inmortal de Sanger. Pero sí podemos hacerlo sobre el legado de muerte que ella ayudó a instalar en nuestras vidas. Hoy día, haciendo uso como mujeres de su derecho de matar a sus propios hijos, millones de mujeres negras libremente han escogido demostrar que, al menos para ellas, las vidas de los negros no tienen importancia.

Traducción de Gonzalo Palacios Galindo, PhD.
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