Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

El fenómeno de «El gato al agua»


si el grupo de Intereconomía logra consolidar «La Gaceta» en su nueva etapa, Julio Ariza habrá conseguido levantar un complejo multimedia afín a los valores cristianos, que puede dar mucho juego frente a la ofensiva masónico-laicista que padecemos.

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

La radio y la televisión siempre han tenido presentadores que han creado corrientes de seguidores, a veces más por la manera de hacer y decir del presentador que por los programas en sí. Echando mano de la memoria, esa colega más falsa que un duro sevillano, me vienen a la cabeza radiofonistas y «televisivos» ilustres que destacaron a lo largo del último medio siglo: Ángel de Echenique, Boby Deglané, José Luis Peker, Matías Prats (padre) con Enrique Mariñas retransmitiendo los partidos de la selección nacional de fútbol, David Cubedo, la voz patriótica de los desfiles militares del 12 de Octubre, Luis del Olmo, José María Iñigo, Ernesto Sáenz de Buruaga y un larguísimo etcétera que podría llenar varias páginas.
 
En los últimos años conocimos el fenómeno mediático de Federico Jiménez Losantos en «La mañana» de la COPE, y el de César Vidal en «La Linterna», pero se trataba de un hecho de adhesión personal, de seguimiento a un estilo individual y al espíritu crítico que mantenían, normalmente en la misma dirección, con el que se sentían identificados cientos de miles de oyentes. No sé si éstos se habrán mudado con ellos a la nueva emisora EsRadio, de difícil captación en muchas zonas de España, incluso en áreas de Madrid, como la serrana en la que vivo. A menos que se recurra a Internet, pero no se puede ir con el ordenador a cuestas allí donde vayas, y menos que en ningún sitio en el coche.
 
El programa de Intereconomía, «El gato al agua», que «conduce» Antonio Jiménez, y su complemento de los fines de semana, «Más se perdió en Cuba», de Xavier Horcajo, son diferentes. Los espectadores no mantienen su fidelidad a ambos directores, ni a Javier Algarra durante el verano, ni a las más que vistosas mozuelas que completan el cuadro escénico y alegran la vista de los «televidentes», aún reconociendo la profesionalidad, equilibrio y buen hacer de todos ellos. Nada de lo dicho bastaría si el programa –los dos programas citados- no tuvieran fuerza por sí mismos, no despertaran el interés del público televisivo, no engancharan al espectador, no establecieran esa especie de complicidad y conexión «química» entre quienes parlotean en la tertulia y aquellos que la ven, escuchan y participan activa y libremente en el programa. Programas de debate político los hay en otras cadenas, pero ninguno tiene la pegada de los que comento. Además los mensajes escritos constituyen un verdadero plebiscito popular del estado de ánimo del público. A veces resulta más interesante leer estos mensajes que prestar atención al debate tertuliano. Tales comunicados son un termómetro de la amplitud del movimiento «gatoadicto», que se extiende por toda la nación, hasta los lugares más recónditos e insospechados. Por lo que a mi tierra se refiere –Castellón- y a otras zonas que igualmente bien conozco, veo que surgen «gatoadictos» por todas partes, en una especie de «epidemia» contagiosa, que de continuar así puede acabar en «pandemia», y no ese barullo confuso de la gripe A, que se trae entre manos la ministra Jiménez, titular de un ministerio sin funciones, exhibiendo el palmito un día sí y otro también.
 
Personalmente sólo pondría un pero a «El Gato al agua»: la deficiente dicción de Antonio Jíménez, excelente profesional, pero que arrastra un problema de vocalización desde que empezó en la radio. Alguien de su entorno tendría que decirle que hablara más despacio, más reposado, sin atropellarse a sí mismo, que no por más correr se acaba antes. Para devorador de palabras sin masticar, ya está Fraga, al que habría que mandar al logopeda, aunque a sus años me temo que ya es un poco tarde.

Por último, si el grupo de Intereconomía logra consolidar, como parece, «La Gaceta» en su nueva etapa, Julio Ariza habrá conseguido levantar un complejo multimedia afín a los valores cristianos, que puede dar mucho juego frente a la ofensiva masónico-laicista que padecemos. Por cierto, no vi al señor Ariza en las fotos de presentación del nuevo producto. ¿Estaba griposo o simplemente quiso mantenerse en la trastienda como las hijas de Zapatero? Supongo que cuando aparezca en escena –que algún día tendrá que ser como las niñas de Sonsolitas, con Obama o sin él, por su bien mejor que sin malas compañías- no lo hará con botas de legionario ni harapos de Versace modelo halloween.
 
 
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