Del terrorismo al laicismo
Eso del minuto o los minutos de silencio fue en sus orígenes una propuesta masónica para que no predominara en ningún funeral o expresión pública de condolencia la plegaria de ninguna confesión religiosa concreta. Es decir, quitaos de en medio todos los demás para quedarme yo solo en la tribuna pública.
Los terroristas islámicos volvieron a causar una matanza de personas indefensas e inocentes el martes 22 de marzo, ahora en Bruselas. ¿Autores? Sujetos relacionados con los causantes de los atentados de París en noviembre último. Primera deducción: los servicios de información y la policía belgas se han cubierto de gloria. ¡En buenas manos están las instituciones europeas y sus funcionarios, aunque tengan sueldos de fábula!
Como es habitual en estas situaciones, inmediatamente los políticos españoles de toda clase y condición montan el número -para que se les vea bien vistos- de concentrarse a las puertas del organismo al que representan, desde el más alto al más chico, a fin de guardar el masónico minuto o minutos de silencio en homenaje a las víctimas, como mandan los cánones laicistas. Minutos de nada. O sea, la nada como sublimación de la propia nada. Por lo que se ve, las víctimas del terror o la desgracia no se merecen una consideración mayor que su reducción a la nada. Ni siquiera una pequeña oración colectiva y pública. Si acaso el del violón tocando el ídem, acompañando a los mudos.
Eso del minuto o los minutos de silencio, que todo el mundo acata como si se tratara de una orden militar de obligado cumplimiento, fue en sus orígenes una propuesta masónica para que no predominara en ningún funeral o expresión pública de condolencia la plegaria de ninguna confesión religiosa concreta. De modo que, al imponerse el silencio, cada cual pudiera rezar en su intimidad lo que quisiera, pero sin condicionar o “molestar” a los demás con oraciones privativas de esta o la otra confesión, como si el silencio ritual no fuese una manifestación sectaria propia del laicismo. Es decir, quitaos de en medio todos los demás para quedarme yo solo en la tribuna pública.
El laicismo es una ideología de carácter totalitario, en tanto que pretende imponer su forma de ser y actuar a todo el mundo. En este sentido totalitario, es semejante a todas las ideologías totalitaria que han sido y son, como el marxismo-comunismo, el nazismo alemán, el fascismo italiano, etc. Menos violento que estos últimos, pero de objetivos igualmente absolutos y dominantes.
En su día, el laicismo fue una ideología de origen masónico que se decía liberal, pero hoy es sostenido y propagado por las formaciones marxistas, al menos en España, como el ya casi desaparecido PCE, IU, Podemos, las siglas regionales y locales que se mueven en su entorno, y el apoyo, a veces entusiasta, de algún tonto útil -los tontos útiles de toda la vida- como el PSOE, que no termina de superar los viejos resabios marxistas de sus orígenes, y ciertos dirigentes acomplejados del PP, como Cristina Cifuentes con sus numerosos modelitos de pasarela, el gallego Alberto Núñez Feijóo, la malagueña Celia Villalobos, esposa de Pedro Arriola, sociólogo de cabecera de Mariano Rajoy, etc.
Como España, según la Constitución, es un Estado aconfesional, muchos retuercen el concepto hasta convertir los actos públicos en meras expresiones laicistas. Si nos fijáramos un poquito en los USA -sólo un poquito, pero sin exagerar, no sea cosa que se irrite el alcalde comunista de Valencia-, recordaríamos que tras el ataque salvaje a las torres gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001, las autoridades de la Unión, encabezadas por su propio presidente, el “malvado” George Bush jr., celebraron por las víctimas un funeral plurirreligioso, en el que participaron con sus oraciones un sacerdote católico, un pastor protestante, un rabino judío y un clérigo musulmán. Todos en perfecta armonía y absoluto respeto a los otros.
Hay que recordar también que los Estados Unidos, formados por emigrantes de muy diverso origen y distintas confesiones cristianas, crearon la primera democracia moderna, regida por la primera constitución de los tiempos nuevos que dejaban totalmente atrás al absolutismo. Democracia y constitución en las que se han inspirado todas las que vinieron después, y que todavía está vigente, sin que a ningún americano se le ocurra decir que, como tiene tantos años, se ha quedado vieja y hay que modificarla, como repiten aquí los que quieren dinamitar la Carta Magna española. Es la diferencia entre los que son demócratas de verdad desde su nacimiento y los “parvenu” batuecos. En fin, que a los españolitos nos toca convivir con indocumentados, necios, sectarios de izquierda y acomplejados de derecha. Al parecer es nuestro sino.
Como es habitual en estas situaciones, inmediatamente los políticos españoles de toda clase y condición montan el número -para que se les vea bien vistos- de concentrarse a las puertas del organismo al que representan, desde el más alto al más chico, a fin de guardar el masónico minuto o minutos de silencio en homenaje a las víctimas, como mandan los cánones laicistas. Minutos de nada. O sea, la nada como sublimación de la propia nada. Por lo que se ve, las víctimas del terror o la desgracia no se merecen una consideración mayor que su reducción a la nada. Ni siquiera una pequeña oración colectiva y pública. Si acaso el del violón tocando el ídem, acompañando a los mudos.
Eso del minuto o los minutos de silencio, que todo el mundo acata como si se tratara de una orden militar de obligado cumplimiento, fue en sus orígenes una propuesta masónica para que no predominara en ningún funeral o expresión pública de condolencia la plegaria de ninguna confesión religiosa concreta. De modo que, al imponerse el silencio, cada cual pudiera rezar en su intimidad lo que quisiera, pero sin condicionar o “molestar” a los demás con oraciones privativas de esta o la otra confesión, como si el silencio ritual no fuese una manifestación sectaria propia del laicismo. Es decir, quitaos de en medio todos los demás para quedarme yo solo en la tribuna pública.
El laicismo es una ideología de carácter totalitario, en tanto que pretende imponer su forma de ser y actuar a todo el mundo. En este sentido totalitario, es semejante a todas las ideologías totalitaria que han sido y son, como el marxismo-comunismo, el nazismo alemán, el fascismo italiano, etc. Menos violento que estos últimos, pero de objetivos igualmente absolutos y dominantes.
En su día, el laicismo fue una ideología de origen masónico que se decía liberal, pero hoy es sostenido y propagado por las formaciones marxistas, al menos en España, como el ya casi desaparecido PCE, IU, Podemos, las siglas regionales y locales que se mueven en su entorno, y el apoyo, a veces entusiasta, de algún tonto útil -los tontos útiles de toda la vida- como el PSOE, que no termina de superar los viejos resabios marxistas de sus orígenes, y ciertos dirigentes acomplejados del PP, como Cristina Cifuentes con sus numerosos modelitos de pasarela, el gallego Alberto Núñez Feijóo, la malagueña Celia Villalobos, esposa de Pedro Arriola, sociólogo de cabecera de Mariano Rajoy, etc.
Como España, según la Constitución, es un Estado aconfesional, muchos retuercen el concepto hasta convertir los actos públicos en meras expresiones laicistas. Si nos fijáramos un poquito en los USA -sólo un poquito, pero sin exagerar, no sea cosa que se irrite el alcalde comunista de Valencia-, recordaríamos que tras el ataque salvaje a las torres gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001, las autoridades de la Unión, encabezadas por su propio presidente, el “malvado” George Bush jr., celebraron por las víctimas un funeral plurirreligioso, en el que participaron con sus oraciones un sacerdote católico, un pastor protestante, un rabino judío y un clérigo musulmán. Todos en perfecta armonía y absoluto respeto a los otros.
Hay que recordar también que los Estados Unidos, formados por emigrantes de muy diverso origen y distintas confesiones cristianas, crearon la primera democracia moderna, regida por la primera constitución de los tiempos nuevos que dejaban totalmente atrás al absolutismo. Democracia y constitución en las que se han inspirado todas las que vinieron después, y que todavía está vigente, sin que a ningún americano se le ocurra decir que, como tiene tantos años, se ha quedado vieja y hay que modificarla, como repiten aquí los que quieren dinamitar la Carta Magna española. Es la diferencia entre los que son demócratas de verdad desde su nacimiento y los “parvenu” batuecos. En fin, que a los españolitos nos toca convivir con indocumentados, necios, sectarios de izquierda y acomplejados de derecha. Al parecer es nuestro sino.
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