Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Un nuevo curso


por Cardenal Antonio Cañizares

Opinión

Estamos de regreso de vacaciones y se va a abrir, o se ha abierto, un nuevo curso escolar. Hablar de escuela, sea el nivel que sea, incluso el universitario, es hablar de educación.

La educación, sin duda, es una de las cuestiones más principales, si no la principal, de las que podemos y debemos ocuparnos. En ella se juega el ser o no ser del hombre, su futuro personal, y el mismo futuro de la sociedad. Es un asunto que afecta a todos: a las personas individualmente consideradas y a la comunidad o las comunidades humanas a las que cada uno pertenece, afecta de manera principal a la familia, pero afecta también al Estado y al conjunto de la sociedad, afecta a instituciones, como la Iglesia, a los medios de comunicación social, y, particularmente, a la escuela en sus diversos ámbitos.

La realidad educativa, desde el principio de la democracia, se ha transformado de manera sustancial, en España. Podemos congratularnos de que el derecho fundamental y, por tanto, universal a la educación, reconocido y garantizado por nuestra Constitución, ha dejado de ser una aspiración para convertirse en una realidad implantada, o si queremos, ha dejado de ser un derecho al que se aspira, para convertirse en un derecho efectivamente ejercido, como corresponde a un país desarrollado. Con ser todo ello muy importante y alentador, hoy el problema de la educación no es ya, gracias a Dios, el de la escolarización, es decir, el que todos los niños tengan un pupitre y un aula, ni el de los medios financieros, ni el de los presupuestos económicos destinados al Ministerio de Educación. Hoy son otros los problemas. Hay retos y asuntos pendientes muy fundamentales a los que es preciso dar respuesta en España.

Personalmente pienso que el reto primero y principal es la orientación que demanda la enseñanza; esto es: educar a la persona, hacer posible el desarrollo pleno e integral de la personalidad humana, enseñar y aprender a ser hombre cabal. Es lo que nos pide la Constitución Española, que fue y es el gran pacto en materia educativa de la amplísima mayoría de españoles, que la votamos; es el reto de que el hombre llegue a ser cada vez más hombre, que pueda ser más y no sólo que pueda tener más, que, a través de todo lo que posea, sepa ser más plenamente hombre en todas las dimensiones del ser humano.

Pero aquí nos encontramos con posturas muy contrapuestas que llevan a un tejer y destejer permanente, nada bueno, en normativa y orientación educativa. Se ha politizado e ideologizado en exceso cuanto se refiere a la enseñanza, al sistema educativo. Apoderarse de la escuela, sin pensar en los chicos, en el bien de sus personas, o poniéndola al servicio unos determinados intereses partidistas parece que va siendo moneda corriente, que tanto daña y perjudica. El fracaso en educación ha venido, según mi parecer, no tanto por los aspectos organizativos y estructurales (en los que sin duda también podrían caber mejoramientos importantes), y ni siquiera, con ser muy importante, por el nivel alcanzado de conocimientos, cuanto por los mismos objetivos, metas, contenidos y pedagogía de la enseñanza; es decir, por la concepción educativa y por la antropología que la sustenta, por la visión del hombre que se tiene y por la concepción de educación y escuela al servicio de tal visión antropológica. Ahí es donde radican los verdaderos y fundamentales problemas y donde surgen los cuestionamientos al sistema educativo.

Me preocupa, como a muchos, la situación humana y moral que reflejan tantos y tantos niños y jóvenes de hoy, como también otras manifestaciones ampliamente extendidas en nuestra sociedad. La quiebra moral y humana que padece nuestra sociedad es grave: más que algunos males concretos, el peor de todos ellos es no saber ya qué es moralmente bueno y qué es moralmente malo; se confunde a cada paso una cosa con otra, porque se ha perdido el sentido de la bondad o maldad moral; todo es indiferente y vale lo mismo; todo es relativo y casi todo vale; todo está permitido; todo es lo que cada uno decide por sí y ante sí como válido.

Más grave aún resulta el desplome de los fundamentos de la vida humana, de la verdad del hombre, la pérdida de horizonte humano, de sentido de la vida. Parece que nada queda sobre lo que asentar la vida del hombre, a no ser la voluntad o el deseo de amontonar dinero, de tener, consumir y disfrutar: «salud y dinero», como se dice. Y más grave aún –aunque no se quiera reconocer– por lo vasto de sus consecuencias deshumanizadoras, es el olvido o «silencio» de Dios en nuestra época, que podemos caracterizar como «tiempos de indigencia». De ese silencio u olvido deriva el ya no saber qué se es, quién se es, qué es el hombre o qué sentido tiene ser hombre y la vida del hombre, si es que tiene sentido. Está en juego la persona, el hombre, la verdad, y, consecuentemente, la convivencia humana y el futuro del hombre.

Algunos hablan de anomía moral en los jóvenes; preocupan socialmente fenómenos como la violencia juvenil callejera, entre pandillas, y aun en la misma escuela; el creciente consumo de drogas y de pastillas de diseño, los embarazos prematuros, los abortos en edades muy tempranas… ¿Con qué tiene que ver todo esto? Tiene que ver a mí entender con muchas cosas. Tiene que ver con el deterioro de la familia, con la educación o no educación que han recibido, con la trivialización de la sexualidad y el pansexualismo envolvente con todos los intereses que están en medio, con la difusión de ciertas formas de vida y pensamiento, con teorías e ideologías, como por ejemplo la de género, con muchas cosas.

Seamos claros y no vayamos con miramientos, hay algo o mucho en la sociedad y en lo que se hace con los jóvenes o con los mismos niños que, lo queramos o no, no nos atrevemos a reconocer. Ellos reflejan una situación humana y moral en la que viven, que acabo de describir, y ahí está la responsabilidad de educar.

Publicado en La Razón el 5 de septiembre de 2018.

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