Oriana Fallaci y el islam

Los más viejitos del lugar, y aún los menos viejos, recordarán a la gran periodista y escritora italiana Oriana Fallaci (1929-2006), icono sacro de la progresía andante en el último tercio del siglo XX, que acabó sus días siendo azote inmisericorde del islam y, por ello, repudiada y perseguida incluso judicialmente por el buenismo de esa misma progresía escorada siempre hacia babor.

Reportera de las guerras y conflictos más ruidosos de la época, contados desde la primera línea de fuego, entrevistó a los principales políticos y personajes relumbrantes de su tiempo, como la duquesa de Alba, entrevistas que luego publicaba en los grandes medios informativos, tal que The New York Times, la biblia bien pensante de la más rabiosa actualidad, faro en la noche de todo intelectual y político “gauchista” que se preciase.

Oriana Fallaci era un escritora de pluma ágil y brillante, bizarra, atrevida, descarada, provocadora, iconoclasta, feminista, desinhibida, que sacudía estopa a todo el que se le presentara por delante. Los grandes de este mundo la temían. Los siniestros la adoraban.

Sucedió, sin embargo, que la Fallaci había establecido su cuartel general desde hacía años en Nueva York, donde, como en Madrid, nadie es forastero, y le permitió contemplar horrorizada desde la primera fila del patio de butacas el terrible atentado de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, a manos del fanatismo musulmán. Era toda una declaración de guerra, como el ataque japonés a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941.

A partir de aquella inmensa carnicería neyorkina, Oriana escribió tres libros (La rabia y el orgullo en 2001 y La fuerza de la razón en 2004), publicados en España por La Esfera de los Libros, y en 2006 Oriana Fallaci se entrevista a sí misma) antes de que el cáncer de corazón acabase con ella, a cual de ellos más beligerante contra el islam. En uno dijo: “Hace cuatro años que hablo de nazismo islámico, de guerra contra Occidente, del culto de la muerte, de suicidio de Europa, una Europa que ya no es Europa, sino Eurabia”.

Las críticas a la “comedia de la tolerancia -según sus palabras-, la mentira de la integración y la farsa del multiculturalismo” le costaron un juicio en Francia por racismo y xenofobia. Un tribunal suizo pidió al Gobierno italiano la extradición por los mismos “delitos” y en su Italia natal un fiscal solicitó su procesamiento por “vilipendio al islam”. Estos juristas extremadamente respetuosos con la fe de Mahoma, ¿se atreverían ahora después de la matanza de París a procesar a Oriana Fallaci si viviese y escribiera lo mismo que a principios de siglo?

El 27 de agosto de 2005, un año antes de morir, la famosa periodista fue recibida en audiencia privada por Benedicto XVI. Nunca trascendió lo que ambos hablaron, aunque ella solía definirse como “atea cristiana”, o “atea gracias a Dios”. Tampoco puede hablarse de una reconciliación con la Iglesia, porque por expreso deseo suyo tuvo un funeral laico y estrictamente privado, pero su última gran pelea profesional fue contra la barbarie islamista. Entonces, en 2001, las víctimas era simplemente gringos -como en España las víctimas del terrorismo etarra eran generalmente maketos-, pero ahora, desde la atrocidad de París, el terrorismo islamita ya sabemos que nos puede alcanzar a cualquiera europeo -como en tiempos de la ETA a cualquier español-.