Día 8 de septiembre
Nuestros pueblos, nuestras gentes, dan gracias por las grandes hazañas que Dios ha llevado a cabo en ella. Los pueblos y las gentes de España y de todo el mundo contemplan la grandeza de Dios al contemplar a María.
Ayer, en buena parte de pueblos y comarcas de España, «Tierra de María», se celebraban fiestas de la Santísima Virgen. Se conmemoraba el nacimiento de la que es Madre de Dios y Madre nuestra, invocada con infinidad de nombres, todos ellos muy entrañables en nuestros pueblos. Ella es obra entera de la maravillosa misericordia de Dios, que la ha hecho la más santa de las criaturas, llena de gracia, bendita entre las mujeres porque ha dado a luz a Jesucristo, Hijo de Dios vivo, Amor de los amores, fuente de todo amor, Dios con nosotros.
De miles, y miles, y miles, salía un grito espontáneo de ¡Viva la Madre de Dios!, como un canto de alabanza por la grandeza y misericordia que Dios nos ha mostrado en Santa María, Reina y Señora nuestra. Somos parte de todas las generaciones que felicitan a María porque el Poderoso la ha engrandecido. Nuestros pueblos, nuestras gentes, dan gracias por las grandes hazañas que Dios ha llevado a cabo en ella. Los pueblos y las gentes de España y de todo el mundo contemplan la grandeza de Dios al contemplar a María.
Donde se proclama la grandeza de Dios, su infinita grandeza, se deja entrar a Dios en la historia y se le deja que actúe sus obras grandes. Entonces el hombre también es engrandecido y el mundo resulta luminoso.
Porque así es Dios, como Ella lo proclama: Santo, Salvador y Señor de la creación y de la historia humana, permanentemente presente en la historia. Hace proezas, dispersa a los soberbios, dispersa del trono a los poderosos, enaltece a los humildes, colma de bienes a los hambrientos, despide vacíos a los ricos y poderosos, auxilia Israel, su siervo. Se pone, pues, de parte de los humildes, de los últimos. Apuesta por el hombre caído. Su proyecto, a menudo, está oculto bajo el terreno opaco de la vicisitudes humanas, en las que triunfan, por un tiempo, los soberbios, los poderosos y los que acumulan para sí abundantes riquezas. Pero su proyecto tiene la última palabra y muestra quiénes son los predilectos, para los que será la victoria y su elevación: los que le temen, los humildes, como María, su fiel y dichosa Sierva.
* El cardenal Antonio Cañizares es prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
*Publicado en el diario La Razón
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