Oración y comunicaciones
Los medios tienen una fuerza inmensa, que puede conducir a la salvación o a la ruina de individuos y pueblos. De ahí lo mucho que importa no tragarse, sin juicio ni discernimiento, cuanto nos imponen, y sobre todo, poner estos medios al servicio de una sana opinión pública
No puedo dejar pasar esta semana sin referirme a la Jornada Mundial para las comunicaciones sociales, que celebramos el domingo pasado, y decir sencillamente:
Todos reconocemos el poder que hoy han alcanzado los MCS (Medios de Comunicación Social), el «quinto poder». A las nuevas generaciones cada vez las educan menos la familia, la escuela y otras instituciones tradicionales y cada vez influyen más en ellas los MCS.
Estos medios, qué duda caben, pueden ser un instrumento colosal al servicio de la verdad que nos hace libres y de una comunicación que estrecha lazos de convivencia y paz. Pero a veces su poder la falsea y degrada, imponiendo la sumisión a poderes y grandes intereses. A los cristianos y a cualquier hombre de bien ha de preocuparle que estos medios sirvan para la comunicación y la paz entre los hombres y para la verdadera liberación de unos y otros: para ello, es necesario, que sirvan a la verdad, la verdad del hombre y de la persona humana, la verdad de la dignidad inviolable de todo ser humano, la verdad que nos hace libres con la libertad verdadera, incluida la libertad religiosa. En ellos está en juego en buena medida el futuro del hombre.
Habremos de mantenernos libres lúcidos y críticos frente a los mensajes e información de estos medios y no aceptar sin más lo que nos den, como por desgracia puede ocurrir. Es necesario caminar en la verdad para no caer en el pensamiento único, que está conduciendo de hecho a una determinada cultura que implanta el relativismo, verdadero tumor que destruye al hombre y el tejido social. No es infrecuente que, incluso, se justifiquen ataques, burlas de la fe, a los valores cristianos y a la Iglesia en los medios de comunicación social y en otras manifestaciones culturales o mejor pseudoculturales, que se presentan como exigencias de la libertad de expresión, necesaria –no lo dudo en absoluto–, se dice, en una sociedad pluralista, en una democracia libre.
Los medios tienen una fuerza inmensa, que puede conducir a la salvación o a la ruina de individuos y pueblos. De ahí lo mucho que importa no tragarse, sin juicio ni discernimiento, cuanto nos imponen, y sobre todo, poner estos medios al servicio de una sana opinión pública, sobre todo en materias de vital importancia, como el valor de la vida, la estabilidad y fecundidad de la familia, la paz y la guerra, los derechos humanos, la religión y la moral. Los medios al servicio de la verdad, al servicio del hombre, al servicio de la convivencia, al servicio de la libertad, y dentro de la libertad la libertad religiosa sin la que no hay posibilidad de vivir en libertad.
A propósito de la libertad religiosa dijo Benedicto XVI en la ONU: «Los derechos humanos deben incluir el derecho a la libertad religiosa, entendido como expresión de una dimensión que es al tiempo individual y comunitaria, una visión que manifiesta la unidad de la persona, aun distinguiendo claramente entre la dimensión de ciudadano y la de creyente... Es inconcebible que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos –su fe– para ser ciudadanos activos. Nunca debería ser necesario renegar de Dios para poder gozar de los propios derechos. Los derechos asociados con la religión necesitan protección sobre todo si se los considera en confl icto con la ideología secular predominante o con posiciones de una mayoría religiosa de naturaleza exclusiva. No se puede limitar la plena garantía de la libertad religiosa al libre ejercicio del culto, sino que ha de tener la debida consideración pública de la religión y, por tanto, la posibilidad de que los creyentes contribuyan a la construcción del orden social. A decir verdad, ya lo están haciendo, por ejemplo, a través de su implicación influyente y generosa en una amplia red de iniciativas, que van desde las universidades a las instituciones científicas, escuelas, centros de atención médica y a organizaciones caritativas al servicio de los más pobres
y marginados. El rechazo a reconocer la contribución a la sociedad que está enraizada en la dimensión religiosa y en la búsqueda del Absoluto –expresión por su propia naturaleza de la comunión entre personas- privilegiaría efectivamente un planteamiento individualista y fragmentaría la unidad de la persona» (Benedicto XVI).
Este es el testimonio que Dios nos pide hoy, particularmente, en días tan decisivos para el futuro de nuestra sociedad. Recemos por los MCS, que no lo tienen nada fácil y necesitamos tanto de ellos para una sociedad libre, y en paz, y para una humanidad abierta a la verdad que se realiza en el amor y al futuro.
© La Razón
Todos reconocemos el poder que hoy han alcanzado los MCS (Medios de Comunicación Social), el «quinto poder». A las nuevas generaciones cada vez las educan menos la familia, la escuela y otras instituciones tradicionales y cada vez influyen más en ellas los MCS.
Estos medios, qué duda caben, pueden ser un instrumento colosal al servicio de la verdad que nos hace libres y de una comunicación que estrecha lazos de convivencia y paz. Pero a veces su poder la falsea y degrada, imponiendo la sumisión a poderes y grandes intereses. A los cristianos y a cualquier hombre de bien ha de preocuparle que estos medios sirvan para la comunicación y la paz entre los hombres y para la verdadera liberación de unos y otros: para ello, es necesario, que sirvan a la verdad, la verdad del hombre y de la persona humana, la verdad de la dignidad inviolable de todo ser humano, la verdad que nos hace libres con la libertad verdadera, incluida la libertad religiosa. En ellos está en juego en buena medida el futuro del hombre.
Habremos de mantenernos libres lúcidos y críticos frente a los mensajes e información de estos medios y no aceptar sin más lo que nos den, como por desgracia puede ocurrir. Es necesario caminar en la verdad para no caer en el pensamiento único, que está conduciendo de hecho a una determinada cultura que implanta el relativismo, verdadero tumor que destruye al hombre y el tejido social. No es infrecuente que, incluso, se justifiquen ataques, burlas de la fe, a los valores cristianos y a la Iglesia en los medios de comunicación social y en otras manifestaciones culturales o mejor pseudoculturales, que se presentan como exigencias de la libertad de expresión, necesaria –no lo dudo en absoluto–, se dice, en una sociedad pluralista, en una democracia libre.
Los medios tienen una fuerza inmensa, que puede conducir a la salvación o a la ruina de individuos y pueblos. De ahí lo mucho que importa no tragarse, sin juicio ni discernimiento, cuanto nos imponen, y sobre todo, poner estos medios al servicio de una sana opinión pública, sobre todo en materias de vital importancia, como el valor de la vida, la estabilidad y fecundidad de la familia, la paz y la guerra, los derechos humanos, la religión y la moral. Los medios al servicio de la verdad, al servicio del hombre, al servicio de la convivencia, al servicio de la libertad, y dentro de la libertad la libertad religiosa sin la que no hay posibilidad de vivir en libertad.
A propósito de la libertad religiosa dijo Benedicto XVI en la ONU: «Los derechos humanos deben incluir el derecho a la libertad religiosa, entendido como expresión de una dimensión que es al tiempo individual y comunitaria, una visión que manifiesta la unidad de la persona, aun distinguiendo claramente entre la dimensión de ciudadano y la de creyente... Es inconcebible que los creyentes tengan que suprimir una parte de sí mismos –su fe– para ser ciudadanos activos. Nunca debería ser necesario renegar de Dios para poder gozar de los propios derechos. Los derechos asociados con la religión necesitan protección sobre todo si se los considera en confl icto con la ideología secular predominante o con posiciones de una mayoría religiosa de naturaleza exclusiva. No se puede limitar la plena garantía de la libertad religiosa al libre ejercicio del culto, sino que ha de tener la debida consideración pública de la religión y, por tanto, la posibilidad de que los creyentes contribuyan a la construcción del orden social. A decir verdad, ya lo están haciendo, por ejemplo, a través de su implicación influyente y generosa en una amplia red de iniciativas, que van desde las universidades a las instituciones científicas, escuelas, centros de atención médica y a organizaciones caritativas al servicio de los más pobres
y marginados. El rechazo a reconocer la contribución a la sociedad que está enraizada en la dimensión religiosa y en la búsqueda del Absoluto –expresión por su propia naturaleza de la comunión entre personas- privilegiaría efectivamente un planteamiento individualista y fragmentaría la unidad de la persona» (Benedicto XVI).
Este es el testimonio que Dios nos pide hoy, particularmente, en días tan decisivos para el futuro de nuestra sociedad. Recemos por los MCS, que no lo tienen nada fácil y necesitamos tanto de ellos para una sociedad libre, y en paz, y para una humanidad abierta a la verdad que se realiza en el amor y al futuro.
© La Razón
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