Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

El otro Jesús Hermida, el genuino


El éxito y la fama le sentaron mal a Jesús Hermida, como al que se le indigesta un exquisito manjar. Deslumbrado por los focos de los platós, renunció a su pasado, a sus sentimientos religiosos y a su familia, acaso cuando más falta les hacía, sobre todo a uno de sus hijos

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

Ha muerto Jesús Hermida. Lo han publicado todos los medios informativos. Por la capilla ardiente, instalada en el tanatorio La Paz de Tres Cantos (Madrid), pasó infinidad de gente para darle el último adiós. Unos por curiosidad, otros porque le admiraban, otros más para salir en los informativos de TV, algunos por sincera amistad y, finalmente, algún político destacado, como la vicepresidenta del Gobierno y el ministro de Educación, para quedar bien. Sólo faltaron los verdaderos amigos de sus primeros y difíciles tiempos madrileños. Han fallecido todos excepto el que suscribe, que no está ya para correrías.
 
Jesús procedía de una familia modestísima de gente de mar de la provincia de Huelva. Era hijo único. El padre, pescador, cayó al agua y ya no se supo más de él. Con la madre discutía mucho. Debió de hacer el bachillerato con becas. Fue siempre aplicado y despierto, además de bonito.
 
Vino a Madrid en octubre de 1957, a poco de cumplir veinte años, para ingresar en la Escuela Oficial de Periodismo. No traía consigo más que una maleta de cartón con poca ropa y algunos libros. O sea un pardillo provinciano, como tantos otros que llegábamos a la capital del Estado a fin de estudiar o ganar el pan en las obras de la ciudad que crecía enloquecida.
 
En la Escuela se hizo pronto de notar. Tenía cualidades para ello. Sin embargo, el oficio práctico lo aprendió en “Signo”, el semanario de los Jóvenes de Acción Católica, donde aterrizamos varios aprendices que veníamos de la periferia, con alguna vinculación eclesial.
 
Éramos más que compañeros verdaderos amigos. Primero nos pastoreaba José María Pérez Lozano, auténtico maestro de periodistas, con Alfonso Prieto de director nominal, que preparaba oposiciones a cátedra de Derecho Canónico. Lo destituyó la dirección general de Prensa a causa de un expediente que nos abrieron por publicar un editorial cuya redacción me asignaron, en el que, ciertamente, criticábamos al Jefe del Estado por unas declaraciones que había hecho a la agencia católica de noticias americana. ¡Qué osadía, criticar a Franco en aquella época!
 
Tras el cese forzoso de Prieto, fue nombrado director Enrique Pastor Mateos, director a su vez del museo y biblioteca municipales de Madrid, un  pozo de erudición y persona sumamente generosa. En 1948, siendo presidente de la Juventud de Acción Católica, organizó la magna peregrinación de la juventud española a Santiago de Compostela. Nos protegía a todos y nos orientaba, y a más de uno les mató el hambre o les dio trabajo, como a Jesús Hermida, a Pérez Cebrián, Pedro Barceló, etc.
 
Los miércoles celebrábamos consejo de redacción, siempre muy concurrido porque solían participar en él los dirigentes de la JAC, en la sede, Conde Xiquena, 5. Después nos comíamos un bocata en un bar de enfrente, para terminar en el Café Comercial de la glorieta de Bilbao, donde jugábamos al dominó hasta que echaban el cierre. A Jesús había que pagarle el bocadillo. Ese día y otros muchos, de lo contrario se acostaba sin cenar.
 
Hermida lo pasó muy mal al principio de estar en Madrid. Llegó un momento en que estaba tal débil, que Enrique Pastor logró, a través del doctor Maiz, que había sido vocal del Consejo Superior de la JAC, ingresarlo en el actual Hospital de la Princesa, al final de Diego de León, para que se recuperara. Permaneció allí dos o tres meses, en una habitación individual, en la que podía escribir sin molestar a nadie con el tecleteo de la máquina que se llevó consigo.
 
Tras Enrique Pastor, el  dicho Consejo de la JAC nombró director a Alejandro Fernández Pombo, con el tiempo director del diario “Ya” y presidente de la Federación de Asociaciones de la Prensa, al que todos consideramos siempre el Hermano Mayor de la cofradía de los plumillas de Signo.
 
Los cofrades de tan singular hermandad, nos reuníamos de vez en cuando en alguna cafetería, con las respectivas novias. Jesús llegaba casi siempre tarde, con su amor, Mariví, con la que no tardó en casarse. Ahora he visto que la llaman María Nieves. Será así, mas para nosotros fue siempre Mariví. Era una chiquita muy fina, guapa, estilosa, que hacía una magnífica pareja con Hermida.
 
No recuerdo su apellido, pero sí que vivía en una excelente casa de la calle de Santa Isabel de Madrid. Su padre era un empresario acomodado que tenía, entre otros negocios, una productora de cine.
 
Jesús estuvo en mi boda (verano de 1959), y el año anterior en la de Pombo. Luego (verano de 1960) estuvimos en la suya con Mariví, que fue rumbosa. Se casaron apenas terminados los estudios de periodismo. Hermida ya tenía trabajo y comía de cuchara todos los días. Primero en Europa Press y luego en “La actualidad Económica” como reportero, dos medios dirigidos por hombres del Opus.
 
Doy estas precisiones para que se vea el ambiente profesional en el que se desenvolvía Hermida al principio de su carrera como periodista. Pero no era admitido en ciertos medios de indudable identidad católica porque se hiciera el meapilas, sino porque escribía bien, tenía un magnífico estilo literario. Ya vino de Huelva apuntando excelentes maneras, un poco al modo del Cela del “Viaje a la Alcarria”. Tenía por delante un excelente futuro como periodista de pluma y escritor, pero...
 
Logró meter cabeza en la caja tonta, donde se convirtió pronto en una estrella rutilante de la pequeña pantalla. Su aspecto físico le ayudaba: cara bonita y aquella onda que se mecía sobre la frente, buena voz, dicción correcta disimulando su acento andaluz... Todo apropiado para alcanzar un alto nivel de éxito popular. Sin embargo a mí no me gustaba cuando le veía, que era muy poco porque apenas consumo TV. No me gustaba el teatro que le echaba, las falsas poses de muchas de sus actuaciones televisivas. Yo seguía prefiriendo al Hermida literario, al periodista de pluma brillante y excelentes reportajes. Lo de TV me pareció siempre falso y peligroso, como así fue.
 
El éxito y la fama le sentaron mal a Jesús Hermida, como al que se le indigesta un exquisito manjar. Deslumbrado por los focos de los platós, renunció a su pasado, a sus sentimientos religiosos y a su familia, acaso cuando más falta les hacía, sobre todo a uno de sus hijos. Terminó separándose de su mujer, la de verdad, y emprendiendo una nueva vida de la que no sé absolutamente nada.
 
Al volver de Estados Unidos, se afincó en un adosado de la urbanización Monte Golf de Collado Mediano. Luego se construyó un chalet muy aparente con una verja que tiene aspecto de fortín, en El Boalo, donde vivió los últimos años de su matrimonio con Mariví. Al separarse ella siguió ocupando la casa, hasta que finalmente lo vendió. La nueva dueña halló en sus habitaciones toneladas de revistas, periódicos viejos, infinidad de recortes de prensa, multitud de fotografías, es decir, el archivo de muchos años de Jesús. Trató de ponerse en contacto con él y su exmujer, por si querían recuperar algo de todo aquello. No respondieron. Al final, tanta historia acabó en un almacén de papelote. Atrás quedaba casi medio siglo del Hermida más rutilante y admirado y una familia destrozada. Ahora paso, cada quince días, por delante de este lugar, camino del chalet de mi hija mayor, allí en El Boalo, y me invade la tristeza.
 
Pocos días después de fallecer mi esposa, el primero de diciembre de 2009, me llamó Jesús por teléfono, siempre cariñoso y atento, para darme el pésame, que le agradecí profundamente. No sé de donde obtuvo el número. Hacía ni qué sé yo los años que no habíamos tenido ningún contacto. Tiempo después le llamé yo para darle otra triste noticia: acaba de fallecer José Luis Pérez Cebrián, uno de los de “Signo”.
 
“Jesús, le dije, de aquella redacción sólo quedamos tú y yo. Así que cuídate mucho, porque yo, aunque tenga siete años más que tú, no me queda tiempo de morirme. He de publicar todavía un libro, que ya tengo rematado después de muchos años de elaboración, y terminar la semblanza de “Mi reina”, que aún está muy verde”.
 
No me ha hecho caso y me ha dejado igual que a los último de Filipinas. Estaba muy deteriorado, o al menos aparentaba más años de los que tenía, 77. De todos modos parece que no ha sufrido una larga enfermedad. Un derrame cerebral, cosa de pocas horas, se lo llevó por delante. Jesús, qué puedo decirte ahora. Que Dios haya sido clemente contigo, como espero que lo sea conmigo, porque al final, “sic transit gloria mundi”.
 
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