Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Tiempo de orar


por Cardenal Antonio Cañizares

Opinión

Con todo lo que está aconteciendo en diversas partes del mundo, y con lo que está aconteciendo, en particular, estos últimos días en España, concretamente en esa parte suya tan querida, Cataluña, necesitamos el auxilio y el favor de Dios ante los problemas -que tienen que ver con la violencia desatada estos días-, tan arduos e intrincados.

Podríamos hacer unas cuantas reflexiones como las que se están haciendo. Aquí me voy a limitar a una que no es echar balones fuera, sino que la veo muy necesaria y de la que nadie habla ni a nadie ofende; me refiero a orar. Con la mirada puesta en Jesús, manso y pacífico, que da su vida para reunir a todos en la unidad, cuyo vínculo es la paz, príncipe de la paz, pidamos confiadamente a Dios, fuente inagotable de todo amor, que nos libre de todo odio, de toda violencia, de todas las destrucciones que originan el odio y la violencia, de todo mal que se oponga a la unidad en la pluralidad, y la paz verdadera, la que no es posible sin la base de la ley moral universal, esto es, sin la base del seguimiento del bien y del rechazo del mal, del no dejarse vencer por el mal, antes bien, del hacer posible que se venza al mal a fuerza de bien.

Pidamos a Dios que cesen tantas formas de creciente violencia, causa de indecibles sufrimientos; que se apaguen tantos focos de tensión, que corren el riesgo de degenerar en conflictos abiertos; que se consolide la voluntad de buscar soluciones respetuosas de legítimas aspiraciones de los hombres y de los pueblos, dentro de y al servicio del bien común; que aliente Él mismo las iniciativas de diálogo y de reconciliación, de unidad y concordia para la convivencia; y que nos ayude a comprender que la única vía para construir la concordia y la convivencia es huir horrorizados del mal y buscar siempre y con valentía el bien.

Que cada uno, en la parte que le corresponda, y España toda, contribuyamos a la edificación de un futuro de justicia, de solidaridad y de concordia derribando fronteras y muros y superando divisiones. Que todos estemos unidos y seamos como una «piña» frente al odio y la violencia; que se multiplique la misericordia de Dios y la solidaridad, la ayuda de la caridad y de la justicia de los hombres en favor de todos y para edificación del bien común. Que, por encima de todos y de otras aspiraciones, por muy legítimas que sean, crezca en todos los ciudadanos y personas de bien un verdadero amor al hombre, a todo hombre sin excepción alguna ni marginación de ningún tipo, que se trabaje juntos por el bien común, inseparable del bien de la persona; que no se manipule al hombre, ni se le instrumentalice para otras causas o intereses, aunque puedan tener apariencia de ser muy nobles pero ignoran al mismo tiempo al resto de ciudadanos rompiendo la concordia.

Que Dios nos dé su gracia para que todos seamos personas que trabajan decididamente por la concordia, la convivencia, el entendimiento y la paz: así seremos dichosos, hijos de Dios, nuestro Padre, llamados a edificar día tras día la paz en la justicia, la verdad, la libertad y el amor.

El odio, la violencia, la venganza, la destrucción no corresponden a nuestras raíces cristianas innegables e identitarias, que son profundamente liberadoras y base para una humanidad nueva, hecha de hombres y mujeres nuevos capaces de amar a todos y no excluir a nadie. Quienes puedan y tengan poder para establecerlo, con la cooperación de todos,están en la obligación y el deber de recuperar la concordia e impedir la violencia que la amenaza y rompe.

Necesitamos, además, en estos momentos de nuestra historia, la ayuda del Cielo, el auxilio de Dios ante la ingente tarea de evangelizar y llamar a la conversión, al cambio hondo de mentalidad y corazón, que hoy nos urge y apremia. Ante la fuerte secularización y el laicismo imperante o la ideología relativista y laicista intolerante que se impone, pidamos por España, por Cataluña: que sepa recobrar el vigor pleno del espíritu, la valentía de una fe vivida, la lucidez evangélica iluminada por un profundo amor al hermano; para sacar de ahí fuerza renovada que nos haga infatigables creadores de diálogo verdadero y promotores de justicia, alentadores de cultura y de la elevación humana y moral de nuestro pueblo.

Pidamos a Dios que, con su Espíritu, renueve nuestras mentes y corazones, nuestros criterios de juicio y nuestra mentalidad, tal vez en muchas cosas contrarios al Evangelio, que renueve nuestra vida moral y religiosa en consonancia con la ley de Dios, y conformando nuestra voluntad con la voluntad divina y su designio sobre la historia; que nos conceda vivir y madurar en una mentalidad y en un corazón verdaderamente evangélicos, para juzgar, pensar, sentir, esperar, amar y actuar como Jesús: así será posible la renovación en nuestra sociedad, en la que vivimos.

Pidamos por las gentes de España para que no sucumban a la cultura de la increencia, ni al ambiente de secularización, ni al laicismo imperante, que tampoco pierdan ni debiliten sus raíces católicas, sino que las aviven, que no dejen de asentarse en sus sólidos cimientos cristianos, alma de sus pueblos y base de su unidad más preciada y amasada con criterios de fe y principios morales que no podemos debilitar y a los que, menos aún, podemos renunciar si queremos aportar algo valioso al resto de las naciones, apostar por un futuro digno, y ser lo que somos en nuestra identidad y proyecto de todos para el bien común.

Publicado en La Razón el 23 de octubre de 2019.

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