Retos y responsabilidades
Con el derrumbe de lo moral, se hunde lo humano del hombre. Superar todo esto, es superar la corrupción; y todavía más, es implantar el bien común, la paz y la justicia y ejercer la caridad política
Con profunda esperanza nos disponemos, a entrar, a partir del próximo domingo, Domingo de Ramos, en la Semana Santa. La mirada de creyentes y no creyentes mirarán a la Cruz.
Miraremos y contemplaremos al que cuelga del madero como un despojo y un guiñapo humano, con su rostro doliente, desfigurado y el ademán descompuesto. Es en la Cruz donde tenemos a Cristo. ¿Dónde está vuestro Dios?, nos preguntan muchos ante tanto dolor, ante tanto sufrimiento sobre todo de inocentes, tanta violencia, tanto desprecio hacia el hombre, tanta injusticia, tanto engaño, tanta corrupción de todo tipo. No tenemos otra respuesta que ésta: en la Cruz, crucificado, clavado en ella. No es un espectador ante los dolores y sufrimientos: Él es el «varón de dolores», el siervo que da toda su vida, el amor que se entrega sin reservarse nada para sí, Dios que lo apuesta todo por el hombre, que derrama su sangre por el hombre. Ahí se encuentra ese misterio de infinito amor que es Jesucristo, crucificado, que vive pues ha vencido y derrotado para siempre a la muerte, al egoísmo, alodio, a la violencia, a la injusticia. Ahí está Dios que quiere que el hombre viva porque lo ama, con verdadera pasión, la de la cruz como amor hasta el extremo. Ahí, en todo lo que es la Cruz, en el Crucificado, está la palabra más plena de lo Alto que se ha pronunciado sobre la tierra en la historia humana, desde la cruz todo nos habla de amor sin límites, de paz y reconciliación, de perdón, de liberación, curación, salvación, de Dios que es perdón, misericordia, vida y esperanza única para todos; de allí nos llegan palabras llenas de vida, que son vida, perdón, amor.
Hablaba la semana pasada aquí, de «no cerrar las ojos»; no podemos cerrarlos ante lo que sucede, ante el proyecto con tanto poder que nos circunda y que, ciertamente, no está a favor del hombre, que no es manifestación ni fruto de un amor por todo hombre, ni para el que no todo hombre cuenta. Todos, pero los cristianos, al menos y con mayor motivo por la caridad que nos apremia, tenemos una responsabilidad grande que nos brinda este año en el que hay que actuar y tomar decisiones importantes. La caridad política exige actuar consciente y libremente con responsabilidad; sabiendo, además, que todas las actuaciones conscientes y libres tienen una dimensión moral y que, aunque nada que se oferte debe confundirse con el Evangelio, no todo, sin embargo, es indiferente al Evangelio. Es hora de buscar el bien común, del que tan poco se habla. El bien común se realiza en el estar con el hombre y a favor del hombre, de todo hombre, sin exclusiones. El ser humano, un nuevo ser humano, este hombre esté como esté y sea de la condición que sea, pertenece al bien común y en él se realiza el bien común sin el cual las comunidades humanas, las sociedades, las naciones, se disgregan, desmoronan y corren el riesgo de desaparecer. El derecho a la vida, su defensa y su tutela, es base y exigencia ineludible por sí mismo, y que, además, nos reclama y exige la caridad en su dimensión política. El bien común, el hombre, la vida... son inseparables de la familia, asentada en la verdad del matrimonio: apoyar la familia, revitalizar la familia es una tarea ineludible siempre y más en la situación en la que estamos y en la que va a llegar con la responsabilidad de las decisiones que se adopten.
Esta exigencia y responsabilidad nos lleva también a la consolidación de todo aquello que reclama la vida en convivencia, democrática y libre, rectamente entendida, fundada en principios morales, válidos para todos y respetados por todos, que están más allá de determinaciones particulares o propias de los diferentes grupos que constituyen el entramado de la sociedad. Sin una base moral, sin tener en cuenta lo que es bueno y verdadero y lo que no lo es no podremos construir juntos una nueva sociedad. En los momentos que vivimos es muy importante consolidar y fortalecer los principios y reglas constitucionales que nos rigen. A todos nos preocupa, con razón, la crisis económica, que está en boca de muchos. Los sufrimientos e inquietudes humanas y sociales que acarrea tanto tiempo son innegablemente grandes. Es necesario atender con urgencia prioritaria y decisión a esta situación, y sus consecuencias: el paro
todavía tan enorme, su repercusión en las familias, la falta de cobijo para vivir dignamente, hambre, nuevas pobrezas... Pero también hay que atender a otros aspectos básicos y prioritarios: la desmoralización envolvente que, entre otra cosas, ha originado tal crisis.
No podemos olvidar, sería suicida hacerlo, que la raíz de nuestros males está en el derrumbe moral de nuestra sociedad, en el desconcierto moral que atravesamos. Bueno y malo, honesto y deshonesto, no pasan de ser palabras. Se aprecian más, en muchas ocasiones, los bienes materiales que la misma vida humana. Es el valor del hombre lo que se pone en juego. Con frecuencia la vida económica, social y política deja de estar al servicio del bien común y de la persona; y la persona humana queda supeditada y a merced de los mecanismos casi anónimos de la producción, del desarrollo económico, de los intereses o del poder. Con el derrumbe de lo moral, se hunde lo humano del hombre. Superar todo esto, es superar la corrupción; y todavía más, es implantar el bien común, la paz y la justicia y ejercer la caridad política, en cuyo ejercicio y con cuyo criterio habrá que actuar ante las responsabilidades que hemos de afrontar próximamente. A esto va muy unida la necesidad de propiciar una buena educación. Estamos ante una emergencia educativa que hemos de superar, y ofrecer una alternativa de enseñanza verdaderamente educativa del hombre en su realidad integral: educar personas conscientes, libres y creadoras. Es hora de buscar entre todos la unidad, la reconciliación total, la superación de toda violencia, la defensa de nuestra identidad y de cultura, base de lo que somos, garantía de futuro. Esto también es caridad.
© La Razón
Miraremos y contemplaremos al que cuelga del madero como un despojo y un guiñapo humano, con su rostro doliente, desfigurado y el ademán descompuesto. Es en la Cruz donde tenemos a Cristo. ¿Dónde está vuestro Dios?, nos preguntan muchos ante tanto dolor, ante tanto sufrimiento sobre todo de inocentes, tanta violencia, tanto desprecio hacia el hombre, tanta injusticia, tanto engaño, tanta corrupción de todo tipo. No tenemos otra respuesta que ésta: en la Cruz, crucificado, clavado en ella. No es un espectador ante los dolores y sufrimientos: Él es el «varón de dolores», el siervo que da toda su vida, el amor que se entrega sin reservarse nada para sí, Dios que lo apuesta todo por el hombre, que derrama su sangre por el hombre. Ahí se encuentra ese misterio de infinito amor que es Jesucristo, crucificado, que vive pues ha vencido y derrotado para siempre a la muerte, al egoísmo, alodio, a la violencia, a la injusticia. Ahí está Dios que quiere que el hombre viva porque lo ama, con verdadera pasión, la de la cruz como amor hasta el extremo. Ahí, en todo lo que es la Cruz, en el Crucificado, está la palabra más plena de lo Alto que se ha pronunciado sobre la tierra en la historia humana, desde la cruz todo nos habla de amor sin límites, de paz y reconciliación, de perdón, de liberación, curación, salvación, de Dios que es perdón, misericordia, vida y esperanza única para todos; de allí nos llegan palabras llenas de vida, que son vida, perdón, amor.
Hablaba la semana pasada aquí, de «no cerrar las ojos»; no podemos cerrarlos ante lo que sucede, ante el proyecto con tanto poder que nos circunda y que, ciertamente, no está a favor del hombre, que no es manifestación ni fruto de un amor por todo hombre, ni para el que no todo hombre cuenta. Todos, pero los cristianos, al menos y con mayor motivo por la caridad que nos apremia, tenemos una responsabilidad grande que nos brinda este año en el que hay que actuar y tomar decisiones importantes. La caridad política exige actuar consciente y libremente con responsabilidad; sabiendo, además, que todas las actuaciones conscientes y libres tienen una dimensión moral y que, aunque nada que se oferte debe confundirse con el Evangelio, no todo, sin embargo, es indiferente al Evangelio. Es hora de buscar el bien común, del que tan poco se habla. El bien común se realiza en el estar con el hombre y a favor del hombre, de todo hombre, sin exclusiones. El ser humano, un nuevo ser humano, este hombre esté como esté y sea de la condición que sea, pertenece al bien común y en él se realiza el bien común sin el cual las comunidades humanas, las sociedades, las naciones, se disgregan, desmoronan y corren el riesgo de desaparecer. El derecho a la vida, su defensa y su tutela, es base y exigencia ineludible por sí mismo, y que, además, nos reclama y exige la caridad en su dimensión política. El bien común, el hombre, la vida... son inseparables de la familia, asentada en la verdad del matrimonio: apoyar la familia, revitalizar la familia es una tarea ineludible siempre y más en la situación en la que estamos y en la que va a llegar con la responsabilidad de las decisiones que se adopten.
Esta exigencia y responsabilidad nos lleva también a la consolidación de todo aquello que reclama la vida en convivencia, democrática y libre, rectamente entendida, fundada en principios morales, válidos para todos y respetados por todos, que están más allá de determinaciones particulares o propias de los diferentes grupos que constituyen el entramado de la sociedad. Sin una base moral, sin tener en cuenta lo que es bueno y verdadero y lo que no lo es no podremos construir juntos una nueva sociedad. En los momentos que vivimos es muy importante consolidar y fortalecer los principios y reglas constitucionales que nos rigen. A todos nos preocupa, con razón, la crisis económica, que está en boca de muchos. Los sufrimientos e inquietudes humanas y sociales que acarrea tanto tiempo son innegablemente grandes. Es necesario atender con urgencia prioritaria y decisión a esta situación, y sus consecuencias: el paro
todavía tan enorme, su repercusión en las familias, la falta de cobijo para vivir dignamente, hambre, nuevas pobrezas... Pero también hay que atender a otros aspectos básicos y prioritarios: la desmoralización envolvente que, entre otra cosas, ha originado tal crisis.
No podemos olvidar, sería suicida hacerlo, que la raíz de nuestros males está en el derrumbe moral de nuestra sociedad, en el desconcierto moral que atravesamos. Bueno y malo, honesto y deshonesto, no pasan de ser palabras. Se aprecian más, en muchas ocasiones, los bienes materiales que la misma vida humana. Es el valor del hombre lo que se pone en juego. Con frecuencia la vida económica, social y política deja de estar al servicio del bien común y de la persona; y la persona humana queda supeditada y a merced de los mecanismos casi anónimos de la producción, del desarrollo económico, de los intereses o del poder. Con el derrumbe de lo moral, se hunde lo humano del hombre. Superar todo esto, es superar la corrupción; y todavía más, es implantar el bien común, la paz y la justicia y ejercer la caridad política, en cuyo ejercicio y con cuyo criterio habrá que actuar ante las responsabilidades que hemos de afrontar próximamente. A esto va muy unida la necesidad de propiciar una buena educación. Estamos ante una emergencia educativa que hemos de superar, y ofrecer una alternativa de enseñanza verdaderamente educativa del hombre en su realidad integral: educar personas conscientes, libres y creadoras. Es hora de buscar entre todos la unidad, la reconciliación total, la superación de toda violencia, la defensa de nuestra identidad y de cultura, base de lo que somos, garantía de futuro. Esto también es caridad.
© La Razón
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