Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Podemos y la Iglesia


¿En qué medida estas maniobras geoestratégicas pueden afecta a la Iglesia? Eso está por ver, pero pienso que cualquier debilidad ante esta clase de nubarrones tormentosos, sería perniciosa. El ateismo, consustancial con el comunismo, encaja mal con la fe. Son como el aceite y el agua, que se repelen

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

Entre todos estamos haciendo unos hombrecitos a Podemos y sus dirigentes, hablando a todas horas de ellos, aunque sea para ponerlos a bajar de un burro. A mí, sin embargo, lo que más me preocupa es su actitud ante la Iglesia, si alcanzaran alguna vez un tanto así de poder. De momento todavía no ha enseñado la patita a este respecto, pero como partido comunista, de él puede esperarse cualquier cosa y ninguna buena.
 
A Podemos se le califica o autocalifica de extrema izquierda, y así puede entenderse si tenemos en cuenta su impronta comunista, continuador del comunismo de toda la vida; sólo que el comunismo, como el virus de la gripe que muta cada año, lo hace cada período o época histórica, buscando acomodarse a las circunstancias.
 
El marxismo originario mutó al leninismo, éste al estalinismo, culmen del imperialismo soviético, y en China al maoísmo. A la muerte de Stalin, el comunismo del Sur de Europa no quiso cargar con la negra historia del stalinismo y, de la mano del italiano Berlinguer sobre todo, Santiago Carrillo y el francés Marchais, crearon en los años setenta el “eurocomunismo”, o sea un comunismo que aceptaba las reglas del juego democrático. Y así hasta llegar a nuestros días, que ha desaparecido de su diccionario político la palabra comunista y el término español –nada de PCE-, para convertirse en Izquierda Unida, que ya tampoco es unida, sino plural.
 
Pero con tanto cambio, iban cada vez a peor. Si salían de Málaga, se metían en Malagón. Hasta que han llegado estos muchachitos de Podemos, con ínfulas de arrasarlo todo, incluso el viejo PCE y sus variantes más o menos democráticas, que serán las primeras víctimas de las huestes “poderosas”.
 
Ahora bien, qué clase de comunismo trae la nueva oleada invasora, como en otros tiempos fueron los suevos, vándalo y alanos, y más tarde los almorávides, almohades y benimerines. En principio parece que la versión bolivariana del chavismo venezolano, pero este no es otra cosa que una franquicia castrista, que tiene por misión, igual que Syriza en Grecia, introducir Caballos de Troya en la Unión Europea. ¿Está Rusia detrás de todo ello? ¿El ataque a Ucrania forma parte de un plan más vasto? ¿Volvemos a la guerra fría? Todo es posible.
 
¿En qué medida estas maniobras geoestratégicas pueden afecta a la Iglesia? Eso está por ver, pero pienso que cualquier debilidad ante esta clase de nubarrones tormentosos, sería perniciosa. El ateismo, consustancial con el comunismo, encaja mal con la fe. Son como el aceite y el agua, que se repelen.
 
Hubo una época, durante el pontificado de Pablo VI, en que Roma quiso congraciarse con el comunismo, al que suponía que iba a triunfar a escala planetaria según las teorías de ciertos jesuitas, y ello causó graves daños a la Iglesia. Monseñor Casaroli, secretario de Estado del Papa Montini, quiso llevar a cabo una ostpolitik a lo Willy Brandt, marginando o relegando al ostracismo a la iglesias mártires del Este. En su lugar se inició un diálogo con los movimientos “pax” de los países comunistas, que eran algo así como iglesias patrióticas al modo chino, pero en Europa del Este.
 
En Iberoamérica floreció y se extendió la teología de la liberación y su “opción preferencial por los pobres”, que no era otra cosa que un intento de emponzoñar la fe con doctrinas marxistas que permitieran el triunfo de un comunismo más o menos edulcorado o camuflado, como ocurrió en Nicaragua, y, con el tiempo, en Venezuela, Bolivia y Ecuador.
 
En España los hijos de San Ignacio principalmente, pero no sólo ellos, destruyeron todas sus obras de apostolado, al tiempo que fueron paralizadas y metidas en el cajón romano del olvido, las causas de beatificación y canonización de los mártires por la fe de la guerra civil. No había que molestar a los comunistas. Hasta que llegó Juan Pablo II y enmendó el rumbo claudicante de la Iglesia, que para eso fue elegido. Yo espero que ahora, las altas instancias eclesiales españolas y vaticanas, no caigan en el mismo error que Casaroli, Benelli y el padre Arrupe, amén de otros, pretendiendo hacerse perdonar, por las nuevas huestes de Atila.
 
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