Carta abierta al nuevo arzobispo de Madrid
Las parroquias alcanzarán pocos frutos si no comprometen en la evangelización a la "fiel infantería". Y ésta no se sentirá comprometida si no participa en la "gestión" parroquial, en su lanzamiento misionero. Y esta "gestión" compartida no será real y efectiva si no se cambia el modelo de parroquia.
Rvdmo. D. Carlos Osoro Sierra:
Permítame que me dirija a usted públicamente sin otro título o representación que mi atrevimiento personal. Quiero, no obstante, darle la bienvenida, aunque sólo sea de modo individual, y expresarle mi esperanza en que dé un buen meneo a esta macrodiócesis un tanto adormilada.
Podría sentirme personalmente molesto –quizás alguno se haya sentido así- porque a la tropa de a pie, pese a ser “la mayoría en el Pueblo de Dios” según dice usted (la gran mayoría, diría yo) nos cita en el último lugar dentro del apartado de gracias de su larga, larguísima homilía (¿por qué ustedes, los pastores, escriben tan prolijo y extenso?) de su toma de posesión.
Entiendo que no podía mencionar a todo el mundo a la vez, de modo que acepto, sin enojo, que a los seglares nos haya colocado en el lugar que justamente ocupamos en la Iglesia: el más bajo de toda la escala eclesiástica.
Imagino que los altos responsables de la diócesis, así como los representantes de los distintos organismos e instituciones eclesiales, ya le habrán informado del estado real de la diócesis. Y lo habrán hecho con la imparcialidad y objetividad que cabe esperar de todos ellos.
A estos informes bien poco puedo añadir yo. En todo caso una muy limitada panorámica a vista de gusano. No se trata de una expresión despectiva, sino de una palabra habitual en el mundo del cine, cuando se hace una toma a ras del suelo, desde abajo, en oposición a las hechas a vista de pájaro, desde arriba.
La diócesis de Madrid, aparentemente, no presenta graves problemas intraeclesiásticos, como sucede en otros lugares de España que no tengo necesidad de citar. Sin embargo, esta visión serena de Madrid, puede ser engañosa. Yo me pregunto si es un estado realmente tranquilo o más bien aletargado, adormecido.
El cardenal Rouco, a la hora de buscar braceros para la viña del Señor, se inclinó mayormente por los nuevos movimientos, olvidándose, quizás, de la acción parroquial. Así que, excepto las parroquias que albergan alguno de estos movimientos, la mayoría de las demás –a menos que yo esté equivocado- ofrecen un aspecto un tanto anquilosado.
Usted dijo, en la homilía de presentación, que quiere pasar de “una pastoral de mera conservación” a otra “decididamente misionera”. No sabe cuanto me alegra y me llena de esperanza oírle decir estas cosas. Porque es, precisamente, lo que Madrid necesita como agua de mayo.
Pero esta pastoral será de corto alcance si no se hace en base a las parroquias. Y las parroquias alcanzarán pocos frutos si no comprometen en la evangelización a la “fiel infantería”. Y ésta no se sentirá comprometida si no participa en la “gestión” parroquial, en su lanzamiento misionero. Y esta “gestión” compartida no será real y efectiva si no se cambia el modelo de parroquia.
La parroquia no será nunca misionera si el párroco continúa actuando como Juan Palomo, “yo me lo guiso y yo me lo como”, sin dar cuenta a los parroquianos de lo que hace y por qué lo hace. Sin recabar antes de tomar ninguna decisión el consenso y apoyo de las “fuerzas vivas” de la parroquia. Y este apoyo no se logrará sin formar previamente consejos o juntas parroquiales, expresión de la actividad participativa de los parroquianos.
Yo sé, porque me formé en la vieja Acción Católica, tan benemérita por tanto motivos, que la función principal del seglar es evangelizar los ambientes profanos en los que se mueve, que no es moco de pavo. O, al menos, ser testigo de su fe en el mundo secular. Pero esta fe no se fortalece y mantiene si no está enraizada en la propia Iglesia, en los movimientos eclesiales nuevos o viejos (bueno, de los viejos ya no queda nada), o en las parroquias, lugar natural de asentamiento y pertenencia eclesial de los seglares.
¿Y qué decir de los jóvenes? Parece que usted se manejó bien con ellos en Valencia. En Madrid no verá usted jóvenes en ninguna parroquia, como no sea en aquellas que cobijan a algún movimiento nuevo. La juventud ha desertado en bloque de la Iglesia, con la amenaza que ello representa para su pervivencia. Pero no sólo porque son víctimas de las ideologías disolventes que se han impuesto en la enseñanza, sino porque hubo un tiempo, no lo olvidemos, que los echamos de los locales parroquiales, de las actividades extraescolares de los colegios religiosos, de los centros de apostolado. “Armaban ruido y molestaban mucho”. O bien había que retirarse a los “cuarteles de invierno”, liquidando toda obra externa de apostolado, para dejar el campo expedito a la hegemonía comunista que iba a imponerse en todo el mundo según la cosmovisión de los jesuitas del postconcilio que contagió a las demás órdenes y congregaciones religiosas. ¡Hasta los salesianos se deshicieron de sus alumnos más allá de las aulas! Pues de aquellos polvos, entre otras causas, vienen estos lodos. ¿Cómo lograremos “desfacer” el entuerto?
Señor arzobispo, me despido, porque no quiero incurrir en la desmedida verbal que les achaco. Sin embargo, en Madrid, a pesar de su aparente sosiego, hay mucho tajo por delante. Y sin salirse del ámbito puramente eclesial.
B.s.a.p., Vicente Alejando Guillamón
Periodista jubilado, pero no totalmente retirado.
Permítame que me dirija a usted públicamente sin otro título o representación que mi atrevimiento personal. Quiero, no obstante, darle la bienvenida, aunque sólo sea de modo individual, y expresarle mi esperanza en que dé un buen meneo a esta macrodiócesis un tanto adormilada.
Podría sentirme personalmente molesto –quizás alguno se haya sentido así- porque a la tropa de a pie, pese a ser “la mayoría en el Pueblo de Dios” según dice usted (la gran mayoría, diría yo) nos cita en el último lugar dentro del apartado de gracias de su larga, larguísima homilía (¿por qué ustedes, los pastores, escriben tan prolijo y extenso?) de su toma de posesión.
Entiendo que no podía mencionar a todo el mundo a la vez, de modo que acepto, sin enojo, que a los seglares nos haya colocado en el lugar que justamente ocupamos en la Iglesia: el más bajo de toda la escala eclesiástica.
Imagino que los altos responsables de la diócesis, así como los representantes de los distintos organismos e instituciones eclesiales, ya le habrán informado del estado real de la diócesis. Y lo habrán hecho con la imparcialidad y objetividad que cabe esperar de todos ellos.
A estos informes bien poco puedo añadir yo. En todo caso una muy limitada panorámica a vista de gusano. No se trata de una expresión despectiva, sino de una palabra habitual en el mundo del cine, cuando se hace una toma a ras del suelo, desde abajo, en oposición a las hechas a vista de pájaro, desde arriba.
La diócesis de Madrid, aparentemente, no presenta graves problemas intraeclesiásticos, como sucede en otros lugares de España que no tengo necesidad de citar. Sin embargo, esta visión serena de Madrid, puede ser engañosa. Yo me pregunto si es un estado realmente tranquilo o más bien aletargado, adormecido.
El cardenal Rouco, a la hora de buscar braceros para la viña del Señor, se inclinó mayormente por los nuevos movimientos, olvidándose, quizás, de la acción parroquial. Así que, excepto las parroquias que albergan alguno de estos movimientos, la mayoría de las demás –a menos que yo esté equivocado- ofrecen un aspecto un tanto anquilosado.
Usted dijo, en la homilía de presentación, que quiere pasar de “una pastoral de mera conservación” a otra “decididamente misionera”. No sabe cuanto me alegra y me llena de esperanza oírle decir estas cosas. Porque es, precisamente, lo que Madrid necesita como agua de mayo.
Pero esta pastoral será de corto alcance si no se hace en base a las parroquias. Y las parroquias alcanzarán pocos frutos si no comprometen en la evangelización a la “fiel infantería”. Y ésta no se sentirá comprometida si no participa en la “gestión” parroquial, en su lanzamiento misionero. Y esta “gestión” compartida no será real y efectiva si no se cambia el modelo de parroquia.
La parroquia no será nunca misionera si el párroco continúa actuando como Juan Palomo, “yo me lo guiso y yo me lo como”, sin dar cuenta a los parroquianos de lo que hace y por qué lo hace. Sin recabar antes de tomar ninguna decisión el consenso y apoyo de las “fuerzas vivas” de la parroquia. Y este apoyo no se logrará sin formar previamente consejos o juntas parroquiales, expresión de la actividad participativa de los parroquianos.
Yo sé, porque me formé en la vieja Acción Católica, tan benemérita por tanto motivos, que la función principal del seglar es evangelizar los ambientes profanos en los que se mueve, que no es moco de pavo. O, al menos, ser testigo de su fe en el mundo secular. Pero esta fe no se fortalece y mantiene si no está enraizada en la propia Iglesia, en los movimientos eclesiales nuevos o viejos (bueno, de los viejos ya no queda nada), o en las parroquias, lugar natural de asentamiento y pertenencia eclesial de los seglares.
¿Y qué decir de los jóvenes? Parece que usted se manejó bien con ellos en Valencia. En Madrid no verá usted jóvenes en ninguna parroquia, como no sea en aquellas que cobijan a algún movimiento nuevo. La juventud ha desertado en bloque de la Iglesia, con la amenaza que ello representa para su pervivencia. Pero no sólo porque son víctimas de las ideologías disolventes que se han impuesto en la enseñanza, sino porque hubo un tiempo, no lo olvidemos, que los echamos de los locales parroquiales, de las actividades extraescolares de los colegios religiosos, de los centros de apostolado. “Armaban ruido y molestaban mucho”. O bien había que retirarse a los “cuarteles de invierno”, liquidando toda obra externa de apostolado, para dejar el campo expedito a la hegemonía comunista que iba a imponerse en todo el mundo según la cosmovisión de los jesuitas del postconcilio que contagió a las demás órdenes y congregaciones religiosas. ¡Hasta los salesianos se deshicieron de sus alumnos más allá de las aulas! Pues de aquellos polvos, entre otras causas, vienen estos lodos. ¿Cómo lograremos “desfacer” el entuerto?
Señor arzobispo, me despido, porque no quiero incurrir en la desmedida verbal que les achaco. Sin embargo, en Madrid, a pesar de su aparente sosiego, hay mucho tajo por delante. Y sin salirse del ámbito puramente eclesial.
B.s.a.p., Vicente Alejando Guillamón
Periodista jubilado, pero no totalmente retirado.
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