Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

La familia cristiana, en riesgo de extinción


Lo que ahora está ocurriendo en el ámbito familiar es un desastre sin paliativos para la Iglesia y para la sociedad en general. Al menos en España.

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

Terminó el Sínodo de la Familia, cuyas conclusiones finales no han merecido mucha publicidad, si es que se les ha dado alguna. Al final sólo ha quedado en el gran público el asunto de si pueden recibir o no la comunión los divorciados y vueltos a casar y un cierto guiño de acogida a los homosexuales.

Ahora me ciño a la familia, tema nuclear del sínodo. Cierto que la situación eclesial de los divorciados y casados de nuevo es muy dura y dolorosa, en particular de aquellos que se sienten todavía hijos de la Iglesia. Dolor que no podemos dejar de compartir los demás hermanos en la fe, aunque no sé si podemos hacer algo efectivo para mitigar su padecimiento.

Pero siendo este un grave asunto para los afectados, no es, sin embargo, el mayor problema que sufre actualmente la que podríamos llamar familia cristiana o formada según las normas de la Iglesia. Lo que ahora está ocurriendo en el ámbito familiar es un desastre sin paliativos para la Iglesia y para la sociedad en general. Al menos en España.

Me decía no hace mucho la juez de paz del pequeño pueblo serrano del norte de Madrid en el que resido (6.500 habitantes), con una población mayormente tradicional y una alcaldesa joven y religiosa de verdad, que aquí ya no se casa por la Iglesia ni el potato. Apenas un tres o un cuatro por ciento de la totalidad de los que se inscriben en el registro civil. El porcentaje aún sería menor si contáramos los que se amanceban sin dar cuenta a nadie, o sea, las ya famosas parejas de hecho o por lo forestal.

Esto ocurre en un pueblo que no hace más allá de una década, mi difunta esposa y yo, con el párroco y otros colaboradores, dábamos cursillos prematrimoniales todos los años, o a más tardar cada dos años, con una asistencia nunca inferior a diez parejas y notable éxito. Pues de eso no ha quedado, en tan brevísimo período de tiempo, ni las raspas.

Me decía también la jueza, que se casan con todo preparado (separación de bienes, ingresos y cuentas corrientes no compartidas, etc.) por si un día se tiran la vajilla de duralex a la cabeza y salen corriendo cada uno por un lado sin mayores impedimentos ni pegas burocráticas. Y si te he visto no me acuerdo. Lo explicaba Massimo Introvigne en un artículo muy reciente publicado en estas mismas páginas: Las parejas que conviven se preparan para el divorcio.

Porque esta es otra. Acuden al juzgado después de haber convivido “en pareja” durante bastante tiempo, años más bien, a ver qué tal iba la cosa. Es decir, “matrimonios” a cala y cata, como los melones de Villaconejos. Parejas precarias, inciertas, frágiles, que por ello mismo no tienen hijos o, en el mejor de los casos, uno sólo para que la mamá satisfaga su instinto maternal o pueda seguir jugando a los muñecos pero con un bebé de verdad. Tampoco el sistema de producción económica ayuda mucho, a menos que todas las mujeres del país sean funcionarias. Pero ni así con el personal de ahora, estoy seguro

¿Cuál es el resultado de este estado de cosas? Los datos que ha publicado estos días el Instituto Nacional de Estadística. España envejece a la carrera. Ya el próximo año, según sus previsiones, el número de defunciones superará al de nacimientos. Y dentro de pocos años habremos perdido no se cuantos millones de habitantes. Un declive que no lo frena ya ni las prolíficas inmigrantes moras. Aunque no sé lo que será peor desde un punto de vista cultural, una España de tercera edad o un Al-Ándalus musulmán.

No quiero chafarles el guitarrico hedonista a estos mozos de ahora, pero pienso que deberían preguntarse, como mínimo, quién va a pagarles las pensiones cuando se jubilen, si cada vez habrá más pensionistas y menos cotizantes. ¿Qué esperan, que vengan de fuera a sostener las pensiones de una masa de viejos que no hará más que aumentar? No quiero ni pensar lo que pueda ocurrir. Yo no lo veré, desde luego, pero lloro por mis nietos.

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