PP y aborto, la gran mutación
Un PP que hace suya la ley Aído/ZP al renunciar a derogarla, se transforma de la noche a la mañana en un partido que suscribe una de las leyes más abortistas del mundo
por Benigno Blanco
La decisión del Presidente Rajoy de mantener vigente la ley Aído/ZP del aborto, incumpliendo –a pesar de su mayoría absoluta– un compromiso nuclear del programa electoral que le llevó a Moncloa, va a provocar un vuelco en el panorama político español de grandes dimensiones que va mucho más allá de la cuestión del aborto. Para entender esta afirmación conviene analizar con cierto detalle lo que supone esta decisión del presidente del Gobierno y del PP:
A) Un PP que hace suya la ley Aído/ZP al renunciar a derogarla, se transforma de la noche a la mañana en un partido que suscribe una de las leyes más abortistas del mundo. Recordemos que la ley Aído –ahora ya Aído/Rajoy– no sólo despenaliza el aborto, sino que lo convierte en un derecho subjetivo financiado por el Estado, no contempla ni una sola alternativa al aborto dejando abandonadas a las embarazadas, convierte en algo irrelevante para el Derecho al no nacido durante sus primeras 14 semanas de vida permitiendo su libre destrucción y, además, legaliza en sus primeros 11 artículos la ideología que lleva a ver el aborto como un derecho, algo que no se atreve a hacer ninguna otra ley del aborto de ninguno de los países de nuestro entorno. Debo suponer que Mariano Rajoy, presidente de un partido que en sus estatutos se define como «defensor de la vida» conoce la ley que acaba de avalar puesto que firmó un detallado recurso de inconstitucionalidad contra ella que la analizaba artículo a artículo. No es un pequeño salto evolutivo de tipo darwiniano, es la gran mutación por sorpresa y sin explicación razonable.
B) El abandono por el PP de su compromiso de derogar la ley Aído/ZP se suma a otros profundos cambios ideológicos del PP en esta legislatura que afectan a la sensibilidad del sector del partido más identificado con el humanismo cristiano: ratificación política del llamado «matrimonio homosexual», a pesar de que el TC dijo que también era constitucional la opción legal que el PP había siempre defendido: el matrimonio como institución específica para la unión entre un hombre y una mujer; la total ausencia de una política específica de apoyo a la familia; una reforma educativa tímida y menor que ha dejado en el tintero parte de los postulados clásicos del PP en defensa de la libertad de educación; y unos recortes sociales (asistencia sanitaria, inmigración, becas, comedores escolares, etc) que han dolido profundamente a la conciencia social cristiana de muchos militantes y votantes. El giro copernicano en materia de aborto incide sobre una llaga que ya estaba abierta y dolorida.
C) Así, el PP abandona en un brusco cambio no explicado, una de sus señas de identidad histórica y programática. Y lo hace sin debate alguno en sus órganos de dirección (esos que tienen definido al PP como un partido que se inspira en el humanismo cristiano y como defensor de la vida), en un canutazo de un minuto en la calle a la salida de un acto ajeno a esta materia, por sorpresa y antes de coger un avión para China. Hasta la estética del anuncio resulta ofensiva y desconcertante para los votantes y militantes que dan a la defensa de la vida mucha importancia, que no son pocos en el caso del PP. No es de extrañar que incluso muchos altos cargos y parlamentarios estén estos días mostrando su discrepancia y enfado en las redes sociales y en artículos periodísticos y que empiece el goteo de dimisiones y bajas de militantes.
D) El PP representaba en el panorama político español una cierta mentalidad conservadora (que desaparece con esta súbita conversión a la revolución cultural zapaterista), una cierta adhesión a la visión del hombre y la sociedad de raíz más o menos cristiana (que resulta pisoteada con la asunción del planteamiento antropológico de ZP basado en la agenda más radical de la ideología de género), una sensibilidad liberal en lo económico (que muchos perciben incompatible con las políticas fiscales y de gasto público de un Gobierno que ha centrado el ajuste en las familias y las empresas y no en las administraciones) y una cierta idea de nación (que muchos creen se ha abandonado y sustituido por una visión tecnocrática y jurídico-formal de defensa de un orden jurídico constitucional carente de contenido emotivo, político, ideológico e histórico). Así, para muchos, el PP resulta irreconocible; ya es otro partido distinto del que se presentó a las elecciones en 2011 a pesar de que el nombre, el logo y el presidente sean los mismos.
Resumiendo: para muchos españoles, incluyendo militantes y votantes del PP, este partido se ha rendido ante la cultura ideológica de la izquierda y sucumbido ante esa presunta «superioridad moral de la izquierda» que, a pesar de carecer de todo fundamento objetivo, hasta ahora el propio PP (al menos, los más lúcidos de sus portavoces) venían denunciando.
Las consecuencias de esta metamorfosis son inevitables: el PP que conocíamos ya no existe y una parte de su electorado está huérfana y carente de representación política en las instituciones. Este vacío de representación genera un daño grave a la democracia española pues no se ha producido en virtud de unas elecciones (ni de un referéndum como el de la OTAN de Felipe González) sino por el travestismo ideológico sobrevenido de quien recibió el apoyo mayoritario del electorado para cumplir un programa que ahora queda tirado en la papelera de la Historia, por razones inexplicables e inexplicadas.
Si a esta profunda conmoción en el espectro sociológico de la derecha, se añade la convulsión que se vive en la izquierda a raíz del ascenso de Podemos en las europeas, la profunda crisis de identidad del PSOE y la deriva del nacionalismo independentista, no es aventurado prever que la democracia española tal y como la conocemos desde 1978 ya es historia. Cómo será el futuro nadie puede predecirlo, pero las causas producen efectos; como dice el refranero «de aquellos polvos, estos lodos». El polvo ya está en el suelo; el lodo ya veremos cómo será y cuanto destrozo genera.
VOLVAMOS A LA POSTURA sobre el aborto con que comencé este artículo. Doy por supuesto que quien asesora a Rajoy en este tema es incapaz de entender y detectar lo importante que el asunto es para una parte del electorado del PP. Hay sentimientos y convicciones que las encuestas no son capaces de reflejar pues están más allá de los términos convencionales y restrictivos del marco de una encuesta telefónica con preguntas y opciones predeterminadas (ahí está el resultado imprevisto de Podemos para demostrarlo); supongo que Rajoy, aislado en Moncloa y tributario de unos informes escuetos y simplistas (y quizá manipulados), ha perdido la conexión con la sensibilidad de sus votantes y militantes; puedo suponer que determinados altos cargos del Gobierno que han llegado al poder casi por oposición (por su cualificación técnica) y no desde las bases, el contacto con la calle y la tradición intelectual del partido al que deben sus puestos, no saben ni de qué hablo. Pero todo esto (que puedo entender) no quita que la decisión de Rajoy sobre la ley del aborto sea objetivamente un anuncio de una fractura del PP y de una convulsión profunda del sistema de partidos que hasta ahora hemos conocido en la reciente historia democrática de España.
A la reconfiguración del mapa de la izquierda que estamos viviendo, seguirá la reconstrucción del mapa de la derecha a la que Rajoy –con su decisión sobre el aborto– obliga. La renuncia a su programa por parte del PP en materias tan sensibles y que afectan a su identidad –como es la defensa de la vida– genera un vacío; y los vacíos se llenan tanto en la mecánica de fluidos ...como en la vida política.
¿Es posible todavía una rectificación? El Presidente Rajoy tiene la palabra.
Benigno Blanco Rodríguez es abogado y presidente del Foro de la Familia
© El Mundo
A) Un PP que hace suya la ley Aído/ZP al renunciar a derogarla, se transforma de la noche a la mañana en un partido que suscribe una de las leyes más abortistas del mundo. Recordemos que la ley Aído –ahora ya Aído/Rajoy– no sólo despenaliza el aborto, sino que lo convierte en un derecho subjetivo financiado por el Estado, no contempla ni una sola alternativa al aborto dejando abandonadas a las embarazadas, convierte en algo irrelevante para el Derecho al no nacido durante sus primeras 14 semanas de vida permitiendo su libre destrucción y, además, legaliza en sus primeros 11 artículos la ideología que lleva a ver el aborto como un derecho, algo que no se atreve a hacer ninguna otra ley del aborto de ninguno de los países de nuestro entorno. Debo suponer que Mariano Rajoy, presidente de un partido que en sus estatutos se define como «defensor de la vida» conoce la ley que acaba de avalar puesto que firmó un detallado recurso de inconstitucionalidad contra ella que la analizaba artículo a artículo. No es un pequeño salto evolutivo de tipo darwiniano, es la gran mutación por sorpresa y sin explicación razonable.
B) El abandono por el PP de su compromiso de derogar la ley Aído/ZP se suma a otros profundos cambios ideológicos del PP en esta legislatura que afectan a la sensibilidad del sector del partido más identificado con el humanismo cristiano: ratificación política del llamado «matrimonio homosexual», a pesar de que el TC dijo que también era constitucional la opción legal que el PP había siempre defendido: el matrimonio como institución específica para la unión entre un hombre y una mujer; la total ausencia de una política específica de apoyo a la familia; una reforma educativa tímida y menor que ha dejado en el tintero parte de los postulados clásicos del PP en defensa de la libertad de educación; y unos recortes sociales (asistencia sanitaria, inmigración, becas, comedores escolares, etc) que han dolido profundamente a la conciencia social cristiana de muchos militantes y votantes. El giro copernicano en materia de aborto incide sobre una llaga que ya estaba abierta y dolorida.
C) Así, el PP abandona en un brusco cambio no explicado, una de sus señas de identidad histórica y programática. Y lo hace sin debate alguno en sus órganos de dirección (esos que tienen definido al PP como un partido que se inspira en el humanismo cristiano y como defensor de la vida), en un canutazo de un minuto en la calle a la salida de un acto ajeno a esta materia, por sorpresa y antes de coger un avión para China. Hasta la estética del anuncio resulta ofensiva y desconcertante para los votantes y militantes que dan a la defensa de la vida mucha importancia, que no son pocos en el caso del PP. No es de extrañar que incluso muchos altos cargos y parlamentarios estén estos días mostrando su discrepancia y enfado en las redes sociales y en artículos periodísticos y que empiece el goteo de dimisiones y bajas de militantes.
D) El PP representaba en el panorama político español una cierta mentalidad conservadora (que desaparece con esta súbita conversión a la revolución cultural zapaterista), una cierta adhesión a la visión del hombre y la sociedad de raíz más o menos cristiana (que resulta pisoteada con la asunción del planteamiento antropológico de ZP basado en la agenda más radical de la ideología de género), una sensibilidad liberal en lo económico (que muchos perciben incompatible con las políticas fiscales y de gasto público de un Gobierno que ha centrado el ajuste en las familias y las empresas y no en las administraciones) y una cierta idea de nación (que muchos creen se ha abandonado y sustituido por una visión tecnocrática y jurídico-formal de defensa de un orden jurídico constitucional carente de contenido emotivo, político, ideológico e histórico). Así, para muchos, el PP resulta irreconocible; ya es otro partido distinto del que se presentó a las elecciones en 2011 a pesar de que el nombre, el logo y el presidente sean los mismos.
Resumiendo: para muchos españoles, incluyendo militantes y votantes del PP, este partido se ha rendido ante la cultura ideológica de la izquierda y sucumbido ante esa presunta «superioridad moral de la izquierda» que, a pesar de carecer de todo fundamento objetivo, hasta ahora el propio PP (al menos, los más lúcidos de sus portavoces) venían denunciando.
Las consecuencias de esta metamorfosis son inevitables: el PP que conocíamos ya no existe y una parte de su electorado está huérfana y carente de representación política en las instituciones. Este vacío de representación genera un daño grave a la democracia española pues no se ha producido en virtud de unas elecciones (ni de un referéndum como el de la OTAN de Felipe González) sino por el travestismo ideológico sobrevenido de quien recibió el apoyo mayoritario del electorado para cumplir un programa que ahora queda tirado en la papelera de la Historia, por razones inexplicables e inexplicadas.
Si a esta profunda conmoción en el espectro sociológico de la derecha, se añade la convulsión que se vive en la izquierda a raíz del ascenso de Podemos en las europeas, la profunda crisis de identidad del PSOE y la deriva del nacionalismo independentista, no es aventurado prever que la democracia española tal y como la conocemos desde 1978 ya es historia. Cómo será el futuro nadie puede predecirlo, pero las causas producen efectos; como dice el refranero «de aquellos polvos, estos lodos». El polvo ya está en el suelo; el lodo ya veremos cómo será y cuanto destrozo genera.
VOLVAMOS A LA POSTURA sobre el aborto con que comencé este artículo. Doy por supuesto que quien asesora a Rajoy en este tema es incapaz de entender y detectar lo importante que el asunto es para una parte del electorado del PP. Hay sentimientos y convicciones que las encuestas no son capaces de reflejar pues están más allá de los términos convencionales y restrictivos del marco de una encuesta telefónica con preguntas y opciones predeterminadas (ahí está el resultado imprevisto de Podemos para demostrarlo); supongo que Rajoy, aislado en Moncloa y tributario de unos informes escuetos y simplistas (y quizá manipulados), ha perdido la conexión con la sensibilidad de sus votantes y militantes; puedo suponer que determinados altos cargos del Gobierno que han llegado al poder casi por oposición (por su cualificación técnica) y no desde las bases, el contacto con la calle y la tradición intelectual del partido al que deben sus puestos, no saben ni de qué hablo. Pero todo esto (que puedo entender) no quita que la decisión de Rajoy sobre la ley del aborto sea objetivamente un anuncio de una fractura del PP y de una convulsión profunda del sistema de partidos que hasta ahora hemos conocido en la reciente historia democrática de España.
A la reconfiguración del mapa de la izquierda que estamos viviendo, seguirá la reconstrucción del mapa de la derecha a la que Rajoy –con su decisión sobre el aborto– obliga. La renuncia a su programa por parte del PP en materias tan sensibles y que afectan a su identidad –como es la defensa de la vida– genera un vacío; y los vacíos se llenan tanto en la mecánica de fluidos ...como en la vida política.
¿Es posible todavía una rectificación? El Presidente Rajoy tiene la palabra.
Benigno Blanco Rodríguez es abogado y presidente del Foro de la Familia
© El Mundo
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