Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

¿Apostar por la vida? (y II)


No juzgo ni menos aún condeno, ofrezco mi ayuda, mi colaboración y mi mano tendida, al menos desde la oración que es el arma más fuerte que tenemos los hombres, los que creen y los que no creen

por Cardenal Antonio Cañizares

Opinión

Prosigo mi reflexión de la semana pasada. El proyecto legislativo sobre protección de la vida no nacida y la de la madre gestante –sin duda perfectible y abierto a perfeccionarse– en medio de una cultura de muerte y frente a ella, tenía como objetivo la protección y la defensa de la vida. Era un paso importante de progreso y de futuro, porque no hay progreso ni futuro –ni siquiera material y económico, menos aún social y humano- cuando se va contra el hombre, cuando se quiebra al hombre, cuando no se apuesta por el hombre en todo momento, cuando no se sitúa al hombre en el centro de la atención social. ¿Una ocasión perdida? No me resisto a creer que este paso sea irreversible. Sería un grandísimo retroceso, no habría salidas para la crisis económica, no habría soluciones para los grandes problemas que nos afl igen a España y afligen a la comunidad internacional. España y nuestro mundo necesitan un rearme moral y una reforma que sitúen al hombre y la dignidad de la persona humana en su centro.

¿Dónde vamos si no se protege la vida del hombre, hacia dónde nos encaminamos si no se busca la protección de la vida del hombre, del inocente e indefenso, del débil, por encima de otros intereses; ¿se puede supeditar a otros intereses –por ejemplo políticos, electorales, económicos…– la apuesta por el hombre, por la vida del hombre? Si así fuese, ¿dónde quedaría el bien común y el progreso y desarrollo verdadero? No me cabe la menor duda que no tardaremos mucho en convencernos de la gravedad de lo que se está haciendo no favoreciendo ni protegiendo la vida del hombre como se debe. Cuando Abraham Lincoln comenzó a legislar en favor de la abolición de la esclavitud de los negros en los Estados Unidos se abrió un horizonte de luz y de esperanza; habría que esperar cien años más tarde, para ver culminar el camino abierto hacia la meta alcanzada por la gran defensa de los derechos humanos de los negros por parte de Luther King; hoy todos nos congratulamos de esto. Así, una legislación que abra las puertas a la protección de la vida no nacida y de la madre gestante será también un camino abierto a la luz que necesitamos para apostar por la vida, por apostar por el hombre, aunque tardemos un puñado de años en llegar a lo que sea satisfactorio y conforme con la razón, el sentido común, lo sensato –aunque hay que proclamar sin cesar «¡Basta ya a lo que hay!»–.

Habrá un día en que todos, parafraseando una conocida canción de los tiempos de Luther King, veremos alborear un nuevo día donde se proteja la vida, donde se defi enda de verdad al hombre. ¿Por qué no se busca el consenso en esto y para esto de todas la fuerzas políticas sean de derechas, de centro o de izquierdas? Porque aquí sí que hay progreso y futuro. No puedo imaginar que fuerzas políticas y sociales, o que corrientes culturales que se dicen progresistas y avanzadas puedan oponerse al hombre y a la vida.

No quiero imponer nada, sino sólo salir en defensa del hombre, y trabajar por una civilización nueva del amor y por una cultura de la vida. Y esto, precisamente por la fe que me anima, tan conforme con la razón y la verdad que liberan, por la riqueza y el tesoro que he recibido de la Iglesia: el que es el mayor, más neto y más inconfundible SÍ al hombre, el que se nos ha dado en Quien, por su amor por los hombres hasta el extremo, fue crucifi cado en Jerusalén hace 2000 años por nosotros, los hombres, por su logro, su vida, y su salvación. ¡Qué confundidos están quienes, sin ir más lejos, los días pasados saludaban con alegría y algazara, como un triunfo de la libertad frente a presuntas ingerencias eclesiásticas. La Iglesia, los que vivimos en ella, estamos en comunión con ella, y nos sentimos Iglesia, no nos metemos donde no nos llaman ni es nuestro lugar, pero nada nos es ajeno y menos donde se juega la suerte del hombre, y no podemos dejar que el hombre perezca y sea víctima de los atropellos humanos; por servicio a la humanidad entera no podemos callar, ni silenciar esta verdad tan decisiva. Y por eso –porque creemos en el Dios que nos ha creado y redimido por amor, que lo ha dado todo por el hombre y lo ama hasta el extremo– apostamos por el hombre, decimos SÍ al hombre, defendemos al hombre, nos dejaremos la piel –si fuera preciso– por el hombre, especialmente por el pobre, débil, indefenso e inocente; para eso somos y para eso estamos. ¿Es esto acaso reprobable, no es razonable lo que ofrecemos y por lo que luchamos como manifestación de esa fe en Dios, inseparable del hombre, que ama al hombre hasta el extremo, que es compasión con la pasión del hombre, que es misericordia infi nita con la miseria humana y que quiere que el hombre viva, tenga vida, sea amado por sí mismo, no por lo que tenga o valga, no por los intereses del tipo que sean o los benefi cios que reporte? ¿Es esto condenable o sometimiento de conciencias, o, por el contrario, generador de libertad que se apoya en la verdad y que es inseparable del amor?

Pido a Dios, desde este rincón de paz y de mano tendida de Buenafuente, que conceda sabiduría a los hombres de gobierno, a los que sirven al bien común desde el campo de la política –sean de la formación política legítima que sean– o de otras instancias sociales, para discernir lo que es bueno y malo, lo que corresponde al bien común inseparable del bien de la persona, y que actúen en consecuencia. No juzgo ni menos aún condeno, ofrezco mi ayuda, mi colaboración y mi mano tendida, al menos desde la oración que es el arma más fuerte que tenemos los hombres, los que creen y los que no creen, porque Dios –segurísimo– está cerca de todos y escucha a todos. Que Dios nos ayude, o mejor, como decía mi buena madre, que nos dejemos ayudar por Dios, porque Él siempre nos ayuda y está dispuesto a echarnos la mano que necesitamos. Entre todos, ¡creemos una nueva cultura de vida, destronemos una cultura de muerte, eduquemos en una nueva conciencia a favor del hombre! Ahí está y se nos abre un futuro grande de esperanza. La Iglesia aportará siempre el tesoro depositado en sus frágiles manos. De los males Dios sacará bienes.

© La Razón
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