Obispo Reig, sí, pero…
el PP actual no es un partido liberal, ni conservador, ni democristiano, ni nada de nada. Sólo una maquinaria de acarrear votos para mantenerse en lo alto de la cucaña, al frente de cuya sala de máquinas parece que se halla el tal Pedro Arriola
He leído detenida y repetidamente la pastoral de Mons. Reig Pla, obispo de Alcalá de Henares, publicada en estas páginas, criticando duramente la retirada por parte del presidente del Gobierno del proyecto de modificación de la criminal ley del aborto Zapatero-Aído de 2010.
Sigo, además, día a día, las manifestaciones que vienen haciendo muchos obispos españoles, todos en el misma dirección.
El obispo Reig es un hombre que no se muerde la lengua cuando cree que tiene que hablar alto y claro sobre cualquier asunto político-social que afecte a la salud moral de la sociedad. Una vez más ha suscitado una avalancha de adhesiones a su planteamiento, aunque no todas en mi opinión sean atinadas y justas. A esta catarata de adhesiones quiero sumar la mía, pero matizando algunas de sus expresiones que me parecen fuera de lugar y de tiempo o se prestan a confusión y, por ello, desvirtúan un tanto su mensaje central, haciéndole perder efectividad.
Habla, por ejemplo, del “imperialismo transnacional neocapitalista”, que no acierto a comprender qué capitalismo es ese, significa desviar la atención del tema fundamental que nos preocupa, que no es otro que el genocidio abortista y ver la forma de acabar con él.
Dice también que el PP es liberal (asimismo lo dicen y condenan otros). Eso quisiéramos más de uno, que aún considerándonos hijos de la Iglesia siquiera como los demás hijos de la Iglesia (¿estás de acuerdo Vicente Boceta?), celebraríamos que el PP fuese un partido realmente liberal, o liberal-conservador, como quieran. Pero no, el PP es hoy, bajo la batuta de Rajoy, un parido estatalista más como los demás estatalistas, mayormente colorados. De modo que aunque la mona se vista de seda, mona se queda.
Llevo años, muchos años estudiando el liberalismo desde una óptica creyente. El resultado de ello ha sido la reciente publicación de un libro de casi 300 páginas titulado “Defensa cristiana del liberalismo”, prologado por el profesor Carlos Rodríguez Braun. En él vengo a decir que liberalismo y cristianismo son las dos caras de una misma moneda. Ambos aspiran a la liberación del hombre, pero en distintos planos o a diferentes niveles.
El liberalismo en el plano político-social, es decir terrenal, en el que intenta liberar a la persona de la opresión social, económica y política. El cristianismo, por su parte, lo pretende en el plano celestial, o sea trascendente, liberando a esa misma persona del pecado y su servidumbre a fin de que pueda alcanzar la gloria eterna.
Juzgar al liberalismo con criterios y sentimientos del siglo XIX y sus obsoletas pugnas políticas, no es que sea un error, sino que es un anacronismo paralizante que dificulta en gran manera la comprensión de los fenómenos socio-políticos de nuestros días.
No ignoro, como explico en mi libro, los encontronazos del liberalismo decimonónico, fagotizado por la masonería, con la Iglesia católica. Las condenas pontificias, los dos Sylabus, etc., pero no fue porque la ideología liberal, en su terreno, propiamente secular, fuera incompatible con el espíritu cristiano, sino porque el liberalismo se desvió de sus orígenes, y el catolicismo no entendió, en un principio, aquel mundo nuevo.
El liberalismo fue, originalmente, aunque no se llamara así, una creación de clérigos católicos, como el jesuita Juan de Mariana (15361624) y los teólogos humanistas de la escuela de Salamanca (s. XVI-XVII). Desaparecida esta escuela debido a la decadencia española, retomaron el testigo pensadores protestantes, que le dieron una formulación más definida hasta que la masonería, con su sectarismo, lo emporcó todo. Ahora estaríamos en una recuperación de las ideas básicas del liberalismo para hacer frente a la invasión del Estado en todos los campos y por todos los partidos que se disputan el botín del poder.
No, el PP actual no es un partido liberal, ni conservador, ni democristiano, ni nada de nada. Sólo una maquinaria de acarrear votos para mantenerse en lo alto de la cucaña, al frente de cuya sala de máquinas parece que se halla el tal Pedro Arriola de Villalobos, que tengo para mí que no cree en nada ni en nadie. Sólo en sus estrategias electorales.
Sigo, además, día a día, las manifestaciones que vienen haciendo muchos obispos españoles, todos en el misma dirección.
El obispo Reig es un hombre que no se muerde la lengua cuando cree que tiene que hablar alto y claro sobre cualquier asunto político-social que afecte a la salud moral de la sociedad. Una vez más ha suscitado una avalancha de adhesiones a su planteamiento, aunque no todas en mi opinión sean atinadas y justas. A esta catarata de adhesiones quiero sumar la mía, pero matizando algunas de sus expresiones que me parecen fuera de lugar y de tiempo o se prestan a confusión y, por ello, desvirtúan un tanto su mensaje central, haciéndole perder efectividad.
Habla, por ejemplo, del “imperialismo transnacional neocapitalista”, que no acierto a comprender qué capitalismo es ese, significa desviar la atención del tema fundamental que nos preocupa, que no es otro que el genocidio abortista y ver la forma de acabar con él.
Dice también que el PP es liberal (asimismo lo dicen y condenan otros). Eso quisiéramos más de uno, que aún considerándonos hijos de la Iglesia siquiera como los demás hijos de la Iglesia (¿estás de acuerdo Vicente Boceta?), celebraríamos que el PP fuese un partido realmente liberal, o liberal-conservador, como quieran. Pero no, el PP es hoy, bajo la batuta de Rajoy, un parido estatalista más como los demás estatalistas, mayormente colorados. De modo que aunque la mona se vista de seda, mona se queda.
Llevo años, muchos años estudiando el liberalismo desde una óptica creyente. El resultado de ello ha sido la reciente publicación de un libro de casi 300 páginas titulado “Defensa cristiana del liberalismo”, prologado por el profesor Carlos Rodríguez Braun. En él vengo a decir que liberalismo y cristianismo son las dos caras de una misma moneda. Ambos aspiran a la liberación del hombre, pero en distintos planos o a diferentes niveles.
El liberalismo en el plano político-social, es decir terrenal, en el que intenta liberar a la persona de la opresión social, económica y política. El cristianismo, por su parte, lo pretende en el plano celestial, o sea trascendente, liberando a esa misma persona del pecado y su servidumbre a fin de que pueda alcanzar la gloria eterna.
Juzgar al liberalismo con criterios y sentimientos del siglo XIX y sus obsoletas pugnas políticas, no es que sea un error, sino que es un anacronismo paralizante que dificulta en gran manera la comprensión de los fenómenos socio-políticos de nuestros días.
No ignoro, como explico en mi libro, los encontronazos del liberalismo decimonónico, fagotizado por la masonería, con la Iglesia católica. Las condenas pontificias, los dos Sylabus, etc., pero no fue porque la ideología liberal, en su terreno, propiamente secular, fuera incompatible con el espíritu cristiano, sino porque el liberalismo se desvió de sus orígenes, y el catolicismo no entendió, en un principio, aquel mundo nuevo.
El liberalismo fue, originalmente, aunque no se llamara así, una creación de clérigos católicos, como el jesuita Juan de Mariana (15361624) y los teólogos humanistas de la escuela de Salamanca (s. XVI-XVII). Desaparecida esta escuela debido a la decadencia española, retomaron el testigo pensadores protestantes, que le dieron una formulación más definida hasta que la masonería, con su sectarismo, lo emporcó todo. Ahora estaríamos en una recuperación de las ideas básicas del liberalismo para hacer frente a la invasión del Estado en todos los campos y por todos los partidos que se disputan el botín del poder.
No, el PP actual no es un partido liberal, ni conservador, ni democristiano, ni nada de nada. Sólo una maquinaria de acarrear votos para mantenerse en lo alto de la cucaña, al frente de cuya sala de máquinas parece que se halla el tal Pedro Arriola de Villalobos, que tengo para mí que no cree en nada ni en nadie. Sólo en sus estrategias electorales.
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