Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Por fin nuevo arzobispo de Madrid


Lo más seguro será que hablen de nombramientos continuistas, como si en materia doctrinal se puede ser de otro modo en la Iglesia. Luego viene el carácter, los modos de cada persona, las prioridades de cada diócesis en cada momento.

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

Por fin, el jueves último, 28 de agosto, la Nunciatura anunció que el Papa había aceptado la renuncia por edad y todas las prórrogas habidas y por haber del cardenal Rouco a la sede metropolitana de Madrid, nombrando en su lugar a Mons. Carlos Osoro, hasta ahora arzobispo de Valencia, que ha sido reemplazado de inmediato por el cardenal Antonio Cañizares, prefecto de la Congregación del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

Esta ha sido la noticia de la semana, que no por “sabida” de los enteradillos de turno, no ha dejado de producir un cierto revuelo en el mundo clerical y sus aledaños seglares (laicos se dice ahora como gran descubrimiento semántico).

Una vez publicada la noticia, ahora vendrán o ya habrán venido los plumillas sabelotodo de la “canallesca”, con la monserga maniquea y agotadora de si galgos o si podencos, de si conservadores o progresistas, que si de izquierdas o de derechas, etc., en esa obsesión de reducirlo todo a términos políticos, que es lo único que entienden, pero mal entendido. Lo más seguro será que hablen de nombramientos continuistas, como si en materia doctrinal se puede ser de otro modo en la Iglesia. Luego viene el carácter, los modos de cada persona, las prioridades de cada diócesis en cada momento, pero esta es otra cuestión distinta de lo fundamental.

Osoro, vocación tardía y mitrado de largo recorrido y buena mano izquierda (no necesariamente izquierdosa), parece que lo ha hecho bien en Valencia, según me cuenta gente de allá. Ya lo hizo bien en Orense. También enderezó a Oviedo, tras la deriva “progre” de don Gabino. Extraña conducta la de este hombre, cuyos padres fueron asesinados, los dos, por los “rojos”. Personas profundamente religiosas, tenían una tienda de ultramarinos, y fiaban a la gente más necesitada del pueblo, Mora de Toledo, sin reparar si eran de este o del otro color. Algún deudor debió pensar que eliminados los tenderos se eliminaban las deudas, y así ocurrió. Don Gabino fue criado por una tía suya, también muy de iglesia. El resto de su biografía puede hallarse en Wikipedia. Hombre de buena pasta, se afanó tanto en perdonar a los enemigos, que a poco termina como el Padre Llanos (dos de sus hermanos, jóvenes arquitectos, fueron fusilados asimismo al principio de la guerra), que de llevar la camisa azul debajo de la sotana acabó del bracete de La Pasionaria.

Cañizares vuelve a Valencia, a sus orígenes, después de un larguísimo periplo por Madrid, Ávila, Granada, Toledo y Roma, lo que indica su disponibilidad para ir donde el Papa decida. No parece que en el Vaticano haya tenido mucha fortuna. Por ello, no faltará quien hable de “fracaso” romano, porque hay plumas afiladas como navajas cabriteras. Ciertamente no suele ser corriente que un eclesiástico de alto rango y muy placeado, vuelva a su punto de partida, donde empezó como soldado raso. Pero en la Iglesia, todas las novedades en materia de nombramientos son posibles. Todo depende de las necesidades pastorales de aquí o de allá y del personal disponible.

Tengo con el cardenal Cañizares una viejísima amistad, por razones de paisanaje. En privado siempre nos hemos tuteado. Luego, en público, nunca he dejado de hablarle con el tratamiento requerido por su rango y cargo. En Ávila, donde coincidimos algunos años, solía venir de vez en cuando al camping que regentaba mi mujer, ya fallecida, en la carretera de la Virgen de Sonsoles, a tomar café y echar una parrafada conmigo. Otras veces me invitaba a comer en su casa –menú frugal- con el mismo objetivo. Apreciaba mis opiniones sobre el mundo político. A Toledo fui en más de una ocasión, bien con colegas de la UCIP-E (periodistas católicos) o a compartir mesa y mantel, llevando de la mano a Juan Pablo Villanueva, numerario del Opus, periodista y editor sagaz de publicaciones varias.

Creo conocer bastante bien al cardenal Cañizares. Hombre de sólida formación teológica y principios firmes. Por esa firmeza no suele gustar mucho a ciertos progres, pero eso es precisamente garantía de su solidez pastoral. En su carta, excesivamente larga, de presentación a los valencianos, insiste varias veces que llega a la archidiócesis valentina para servir a Valencia y a España.

Esa manifestación reiterada de españolismo, tiene para mí alguna intención. La Comunidad Valenciana sufre un cierto contagio del ébola independentista catalán. Todavía en pequeñas proporciones, pero como las meigas gallegas, haberlas haylas. Sobre todo en las formaciones políticas de izquierda, empeñadas en destruir a España. Y es posible que haya algún brote vírico de esta naturaleza en el clero. Tal vez por eso, digo yo, Mons. Antonio Cañizares haya querido dejar claro, desde el principio, su posición sobre la materia, por otra parte sobradamente conocida, para que nadie se llame a engaño.

Valencia es una archidiócesis mollar, en la que el espíritu cristiano tiene todavía un peso muy considerable, a diferencia de Cataluña, donde en muchas partes no quedan ya ni las raspas. Pero no hay que dormirse ni confiarse, porque la Cristofobia tampoco duerme. En eso, Don Antonio Cañizares no es de los desprevenidos.


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