Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Sin participación de los parroquianos no hay parroquia


Los curas no confían en los seglares. Y los obispos menos. A veces tengo la sensación de que sólo nos quieren para hacer bulto, para llenar estadísticas, pero muy poco o nada para compartir la tarea de evangelizar, que es la misión fundamental de todo cristiano.

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

No me cansaré de repetir, con ocasión o sin ella, aunque no sé si alguien toma en cuenta lo que digo, que sin partir de las parroquias no hay plan, programa o empeño evangelizador, nuevo o antiguo, que pueda llegar muy lejos.

Los esfuerzos en este sentido de ciertas asociaciones, “nuevas realidades”, movimientos, congregaciones, órdenes religiosas o iniciativas individuales, generalmente muy meritorios, no dejan de ser iniciativas parciales, que por su misma naturaleza tienden al capillismo.

Ahora bien, hay que preguntarse de qué tipo de parroquia estamos hablando, porque a lo peor resulta que las parroquias que tenemos carecen de la vitalidad indispensable para llevar a cabo ninguna actividad misionera, evangelizadora.

La parroquia no puede ser el feudo personalísimo del párroco, al modo de Juan Palomo, “yo me lo guiso, yo me lo como”, donde los parroquianos no pasan de ser las clases pasivas, esas que los días de precepto llenan todavía los bancos en las misas, si los llenan. Reducidos a convidados de piedra, que escuchan y callan. No molestan, pero no participan.

Van a las misas del pueblo o del barrio, como pueden ir y van a otras cualesquiera de cualquier otro lugar. Porque no sienten ninguna vinculación con su propia parroquia, porque en ella no hay nada que hacer, aunque quieran hacer algo, ni pueden participar en tareas evangelizadoras, que brillan por su ausencia, más allá de algún quehacer de Cáritas a cargo casi siempre de mujeres beneméritas.

Los párrocos de estas parroquias no atraen, sino que ahuyentan. ¿Cuál es el futuro de estas parroquias? Una parroquia puede subsistir sin párroco, con un sacerdote itinerante que las visite y celebre cuando pueda o deba. Y aún sin sacerdote alguno, según las circunstancias, pero no hay parroquia sin parroquianos.

Hasta en los asuntos económicos, de administración parroquial, estos párrocos de que hablo son, con mucha frecuencia, muy personales y opacos. Pregunto al lector seglar, ¿su párroco les pasa cuentas periódicamente del movimiento económico de la parroquia, con detalle preciso de ingresos y gastos?

Ahora, en que el Papa está haciendo grandes esfuerzos y reformas para que las cuentas de la Santa Sede sean transparentes y de conocimiento público, para que el IOR (Instituto de las Obras de Religión, conocido como Banco Vaticano), opere con la nitidez de los bancos solventes, sometido a auditorías ajenas y neutrales, nuestras parroquias se rigen todavía, si no estoy muy equivocado, por el sistema de las cuentas de la vieja.

Aquella época del peligroso y turbio malabarismo financiero del arzobispo Marcinkus, y la administración unipersonal de don Bernardo Herráez en España, han pasado a la historia.

En Roma, el Papa Francisco ha encomendado la laboriosa tarea de limpiar los establos de las cuentas vaticanas, no a eclesiásticos precisamente, sino a seglares muy competentes del sector financiero. O sea, a profesionales. De total confianza, pero profesionales.

En España, don Bernardo, hasta su jubilación administraba todo lo que tuviera alguna dependencia de la Conferencia Episcopal: desde la propia Conferencia al reparto entre las diócesis de la asignación económica del Estado, la COPE, la Universidad Pontificia de Comillas, etc., etc., etc. Pero lo hacía de una manera enteramente personal, sin supervisión de nadie. Una inmensa temeridad de los obispos, porque se manejaban enormes sumas de dinero.

Y don Bernardo, como Marcinkus, aunque sin los grandes enredos de este último, también jugó un poquito a la pillería financiera, colocando a extratipo importantes cantidades de efectivo durante unas semanas o meses. El tiempo que mediaba desde que recibía la asignación del Banco de España y lo remitía a las diócesis. Estos intereses abultados le permitió levantar la sede de la Conferencia Episcopal en la calle Añastro, número 1, de Madrid. Un magnífico edificio moderno y funcional, pero el fin no justifica los medios.

Tales manejos, de los que me informó en su día un director general de Asuntos Religiosos, estuvieron a punto de provocar un enorme escándalo financiero y un gran perjuicio económico a la Iglesia española, de haberla “pillado” con esta clase de depósitos de dudosa legalidad, la quiebra súbita de la Banca López Quesada, de la que la Iglesia se libró por los pelos.

Yo no creo que los párrocos se hicieron sacerdotes para perder el tiempo contando y empaquetando monedas de las colectas de las misas, y llevarlas después al banco.

U ocuparse de tareas meramente burocráticas o mecánicas, que pueden desempeñar, con más acierto, laicos capacitados para ello.

Pero los curas no confían en los seglares. Y los obispos menos. A veces tengo la sensación de que sólo nos quieren para hacer bulto, para llenar estadísticas, pero muy poco o nada para compartir la tarea de evangelizar, que es la misión fundamental de todo cristiano.

Ahora bien, si los de arriba no hacen nada en este sentido, qué podemos hacer los de abajo. Lo que hacemos, vegetar y envejecer. ¿Hay forma de crear otro modelo de parroquia más dinámica, misionera y participativa? Hablaremos de ello.
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