Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

El relevo de Rouco para cuándo


Madrid, desde el punto de vista meramente eclesial, no es una diócesis complicada ni puntillosa. Ni mucho menos aldeana y endogámica, al contrario que otras, y no quiero señalar. En Madrid nadie es forastero. Lo digo por experiencia personal.

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

Imagino que el papa Francisco habrá tenido tiempo de enterarse que están pendientes de aceptar las renuncias de los arzobispos-cardenales de Madrid y Barcelona, por edad. No sé si alguna diócesis española más. No sigo muy de cerca las vicisitudes meramente “reglamentarias” de la Iglesia española. Yo creo en la Iglesia por sí, no por sus hombres.

El cardenal Rouco cumplirá el 20 del mes que viene, agosto, 78 años, tres más de los previstos para la jubilación de los obispos. Esa prórroga está dejando su huella en la diócesis de Santa María de la Almudena. Personalmente la veo paralizada, como dormida, en estos tiempos que corren, tan urgidos de actividad evangelizadora fuerte.

Sin embargo es bastante comprensible que la pastoral diocesana esté un tanto parada. Ningún general se mete a reorganizar sus ejércitos y emprende una gran ofensiva en vísperas de su pase a la reserva.

Madrid, desde el punto de vista meramente eclesial, no es una diócesis complicada ni puntillosa. Ni mucho menos aldeana y endogámica, al contrario que otras, y no quiero señalar. En Madrid nadie es forastero. Lo digo por experiencia personal.

El último arzobispo de la tierra, y también el primero de la nueva archidiócesis, fue don Casimiro Morcillo, natural de Chozas de la Sierra, luego rebautizada con el nombre de Soto del Real, porque eso de Chozas no sentaba bien a una población que había dado a la Iglesia nada menos que a un arzobispo. Por eso y porque estaba en un magnífico lugar para convertirse en sitio de veraneo y desahogo de la capital, como es hoy.

Mons. Morcillo fue arzobispo de Madrid de 1964 a 1971. Le sucedió en la sede madrileña, el cardenal don Vicente Enrique y Tarancón, valenciano de Burriana (Castellón), que tuvo que lidiar los últimos coletazos del postconcilio y los tiempos nada sosegados de la Transición. A éste siguió el cardenal don Ángel Suquía, guipuzcoano, y finalmente el también cardenal don Antonio María Rouco, gallego, de Villalba (Lugo), la ciudad española con más personajes ilustres por metro cuadrado..., después de Burriana. Algún día hablaré de los buarrianeros distinguidos, además de Tarancón.

Sólo falta para completar, más o menos, la rosa de los vientos del mapa español en la cátedra de la Almudena, un arzobispo andaluz. Hay uno a mano en el propio Madrid, el castrense, don Juan del Río, que cumplirá 67 años en septiembre, natural de Ayamonte (Huelva) aunque formado y ejerciente siempre en Sevilla. En sus tiempos, cura periodista, muy estimado por los plumillas. No trato, con esta referencia, dar ideas a nadie –Dios me libre, pobre de mí-, pero dado su carácter afable y activo, pienso que no lo haría nada mal. Además cree en Dios.

Madrid, si desde el punto de vista eclesial es una diócesis bastante mollar dentro de lo que cabe, tiene pelendengues en el aspecto político. No cualquier eclesiástico por ilustre, virtuoso y docto que sea, puede servir para esta sede, siempre expuesta a las presiones y tarascadas de gobiernos, políticos, la “canallesca” de difusión nacional y “lobbys” de toda clase y condición.

Don Francisco Álvarez, obispo que fue de Tarazona, luego de Calahorra La Calzada-Logroño y después de Orihuela-Alicante, no aceptó la sede de Madrid porque no se consideraba con fuerzas para lidiar los incontables intereses tanto civiles como religiosos que bullen en la Villa y Corte. Finalmente fue nombrado arzobispo de Toledo, y en 2001, cardenal. Se jubiló al año siguiente.

Quién y cuándo vendrá el sucesor de Rouco. No tengo ni idea, pero sea quien quiera, debe venir con muchas ganas de trabajar, porque le espera un buen tajo. Diré algo de ello la semana próxima, si no es meterme en camisa de once varas.
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