Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Imitar a la Virgen María, camino a la eternidad


Bienvenida sea también esta nueva edición de Mística Ciudad de Dios ya que nos recuerda y facilita el conocimiento de un camino seguro para alcanzar la vida eterna: la imitación de María.

por Joaquín Javaloys

Opinión

Acaba de publicarse una nueva edición asequible de una obra cumbre de la literatura cristiana: Mística Ciudad de Dios, vida de la Virgen María, que desde su primera aparición –en el siglo XVII- cuenta ya con 173 ediciones en diez idiomas.

Esta nueva edición de Mística Ciudad de Dios ha sido realizada por Gaudete, cuyo director, José Antonio Ullate Fabo, dice que la lectura de esta excelsa obra, por su estilo “equilibrado psicológicamente y rigurosamente teológico,…produce serenidad por la firmeza teológica de la priora concepcionista, por su sentido común y su intimidad con Dios y con la Virgen María”.

Para entender todo lo relatado en Mística Ciudad de Dios por sor María Jesús de Agreda hay que tener en cuenta que ella dijo que la escribió por mandato divino y por obediencia a sus prelados y confesores. Además, dada su ignorancia e incapacidad para llevar a cabo esa obra más celestial que terrena, contó con la permanente inspiración e ilustración de la Santísima Virgen para redactarla. Lo dijo en estos términos:
“Tuya es también esta Obra que yo he escrito, no solo porque es de tu Vida santísima y admirable, sino porque tú le diste principio, medio y fin, y si tú misma no fueras la Autora y Maestra no viniera en pensamiento humano… Tu protección y amparo me asistieron para escribir tu milagrosa Vida; ayúdame ahora para ejecutar la doctrina, en que consiste la vida eterna. Tú quieres y me mandas que te imite; estampa y grava en mí tu viva imagen”.

La clave del por qué ella escribió esa biografía de la Virgen María comienza a desvelarla la monja de Agreda cuando afirma que la llevó a cabo “no como maestra sino como discípula, no para enseñar sino para aprender”, pues la Señora le dijo: “Hija mía, quiero que seas mi discípula y compañera… Mi vida y las obras de mi peregrinación y las maravillas que obró el brazo poderoso del Altísimo conmigo, han de ser tu espejo y arancel de tu vida”.

Por ello, al final de casi todos los apartados en que está dividida la Mística Ciudad de Dios es la mismísima Virgen María la que da explícitamente a su discípula de Agreda los oportunos consejos y preceptos para su perfeccionamiento espiritual, los que –mutatis mutandis- son aplicables también a todos y a cada uno de los lectores de la obra. Ello convierte a este libro en inmensamente valioso; ya que la Madre de Dios y Madre nuestra nos enseña en él a imitarla, para que haciéndolo lleguemos a practicar la imitación de Cristo, a la que ella dedicó toda su vida, pues Jesús de Nazareth es el Camino que lleva a la eternidad. Desde luego, para cualquier cristiano resulta más factible llegar a imitar a la Virgen María, que es solamente una criatura de Dios, aunque sea santísima, que conseguir imitar a nuestro divino Señor Jesucristo.

No es sorprendente entonces que, cuando esa Vida de la Santísima Virgen María se publicó en el siglo XVII, llegó a alcanzar una enorme popularidad y difusión, porque descubrió un eficacísimo camino de perfección cristiana: la imitación de la vida de nuestra Señora.

Actualmente, bienvenida sea también esta nueva edición de Mística Ciudad de Dios ya que nos recuerda y facilita el conocimiento de un camino seguro para alcanzar la vida eterna: la imitación de María. Esta singular y extraordinaria obra fue materialmente escrita, increíblemente, por una modesta monja de clausura de un humilde convento de un pueblo de Soria, en España. Sor María Jesús de Agreda fue conocida por su santidad de vida, sus éxtasis y sus levitaciones; así como porque –sin haber salido jamás de su convento- evangelizó a los indios de Nuevo México en una milagrosa bilocación y llegó a ser consejera espiritual –y política- del propio rey de las Españas Felipe IV, quien la visitó en su convento de Agreda.

En fin, la venerable sor María Jesús de Agreda fue solo un dócil y modesto instrumento que se limitó a cumplir lo ordenado por Dios, quien se lo explicó así: “No quiero dejar de ponerles delante esta mística ciudad de refugio; descríbela y dibújala como tu cortedad alcanzare. Y no quiero que sea esta descripción y declaración de su vida opiniones ni contemplaciones, sino la verdad cierta. Los que tienen oídos de oír, oigan; los que tienen sed, vengan a las cisternas disipadas; los que quieren luz, síganla hasta el fin”.

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