El embajador Vázquez da la voz de alerta
En esta falsa espiral de progresismo versus conservadurismo se rompieron todos los consensos sociales, y en materia de familia, educación y defensa de la vida, se impusieron unas nuevas leyes aprobadas por mayorías coyunturales y mínimas que dividieron y crisparon innecesariamente a los ciudadanos
El que fuera embajador del Gobierno de España ante la Santa Sede, Francisco Vázquez, desde febrero de 2006 a abril de 2011, anteriormente durante años alcalde socialista de La Coruña, ha publicado un artículo de mucho calado en la revista “Vida Nueva” (número 2.854, fecha 5 de julio), que por la calidad del autor, al que le he tenido siempre especial simpatía, su conocimiento de lo que habla y la importancia del tema, me permito reproducir íntegramente. El artículo se titula “Por una vez, la política” y dice así:
Próximo ya el tiempo de las vacaciones, no se necesita estar dotado del don de la adivinación para prever un otoño en el que los ataques a la Iglesia católica en España se conviertan en uno de los ejes del debate político.
De un tiempo a esta parte, los sectores dominantes en la hasta hace poco izquierda moderada consideraron que la mejor manera de tapar sus vergüenzas era reabrir el enfrentamiento con la Iglesia, resucitando un anticlericalismo decimonónico totalmente extemporáneo y ajeno a la realidad de la sociedad española actual.
Estos aprendices de brujo creyeron que esta estrategia les reportaría réditos electorales al asimilar a la Iglesia con la derecha, identificar la religión con sectores privilegiados y, según sus “cuentas de la vieja”, de lograr una respuesta “dura” de la jerarquía eclesiástica, que fijara un escenario donde la atención no se centrase en la crisis económica y sus responsabilidades políticas generadas por quienes no fueron capaces de preverla y afrontarla.
En esta falsa espiral de progresismo versus conservadurismo se rompieron todos los consensos sociales, y en materia de familia, educación y defensa de la vida, se impusieron unas nuevas leyes aprobadas por mayorías coyunturales y mínimas que dividieron y crisparon innecesariamente a los ciudadanos.
Cualquier modificación y vuelta atrás que democráticamente se plantee en esta situación impuesta se considera como una regresión reaccionaria y un intento de imponer unos valores morales de naturaleza confesional, conculcando supuestos derechos que carecen del más elemental fundamento constitucional.
De una manera planificada se intento hacer de la mentira verdad, buscando fijar la imagen de una Iglesia privilegiada, titular de prebendas y amparada por una normativa opaca que le permitía estar exonerada del pago de impuestos y financiarse a costa del dinero público que, por distintos cauces le suministraba el Estado en ingentes cantidades.
No cabe mirar hacia otro lado porque, lo que hasta ahora esquemáticamente expuesto, es un fiel reflejo de lo hasta ahora sucedido. Pero a lo hecho hay que añadir lo anunciado cuando, públicamente, se dice que los Acuerdos con la Santa Sede serán denunciados, no se admitirá la enseñanza de la Religión, o la actual Ley del aborto se considera innegociable.
Cuando no hay fundamentos ideológicos que permitan armar propuestas para hacer frente a la crisis económica y se considera que la radicalización fija los espacios electorales, se cae siempre en el mismo error, que no es otro que el de buscar un enemigo sobre el que centrar la atención y el debate. En este caso, ya se ha elegido: la religión y su asimilación con tiempos pasados, por cierto, superados gracias en parte a la actitud de la Iglesia.
En mi opinión, hay un factor que subyace no sé si consciente o inconscientemente en este sectario planteamiento. Pienso que también se busca ocultar el papel que la Iglesia está realizando silenciosamente a favor de todos los desfavorecidos y víctimas de esta crisis. Los millones de personas que, ante la incapacidad del Estado, reciben la ayuda y la atención de las instituciones religiosas y locales vinculadas a la Iglesia católica, que es la única esperanza y el solo apoyo que tienen en estos tiempos de tribulación los necesitados. El trabajo de unos pone en evidencia las carencias de otros.
Cuando llegue el tiempo de conferencias y congresos, allá por el mes de octubre, se volverá a reabrir la cuestión religiosa que tanto pesar trajo a nuestro país e, irresponsablemente, se romperán los puentes que tanto fruto reportaron a la estabilidad de nuestra convivencia. Dicho queda.
Próximo ya el tiempo de las vacaciones, no se necesita estar dotado del don de la adivinación para prever un otoño en el que los ataques a la Iglesia católica en España se conviertan en uno de los ejes del debate político.
De un tiempo a esta parte, los sectores dominantes en la hasta hace poco izquierda moderada consideraron que la mejor manera de tapar sus vergüenzas era reabrir el enfrentamiento con la Iglesia, resucitando un anticlericalismo decimonónico totalmente extemporáneo y ajeno a la realidad de la sociedad española actual.
Estos aprendices de brujo creyeron que esta estrategia les reportaría réditos electorales al asimilar a la Iglesia con la derecha, identificar la religión con sectores privilegiados y, según sus “cuentas de la vieja”, de lograr una respuesta “dura” de la jerarquía eclesiástica, que fijara un escenario donde la atención no se centrase en la crisis económica y sus responsabilidades políticas generadas por quienes no fueron capaces de preverla y afrontarla.
En esta falsa espiral de progresismo versus conservadurismo se rompieron todos los consensos sociales, y en materia de familia, educación y defensa de la vida, se impusieron unas nuevas leyes aprobadas por mayorías coyunturales y mínimas que dividieron y crisparon innecesariamente a los ciudadanos.
Cualquier modificación y vuelta atrás que democráticamente se plantee en esta situación impuesta se considera como una regresión reaccionaria y un intento de imponer unos valores morales de naturaleza confesional, conculcando supuestos derechos que carecen del más elemental fundamento constitucional.
De una manera planificada se intento hacer de la mentira verdad, buscando fijar la imagen de una Iglesia privilegiada, titular de prebendas y amparada por una normativa opaca que le permitía estar exonerada del pago de impuestos y financiarse a costa del dinero público que, por distintos cauces le suministraba el Estado en ingentes cantidades.
No cabe mirar hacia otro lado porque, lo que hasta ahora esquemáticamente expuesto, es un fiel reflejo de lo hasta ahora sucedido. Pero a lo hecho hay que añadir lo anunciado cuando, públicamente, se dice que los Acuerdos con la Santa Sede serán denunciados, no se admitirá la enseñanza de la Religión, o la actual Ley del aborto se considera innegociable.
Cuando no hay fundamentos ideológicos que permitan armar propuestas para hacer frente a la crisis económica y se considera que la radicalización fija los espacios electorales, se cae siempre en el mismo error, que no es otro que el de buscar un enemigo sobre el que centrar la atención y el debate. En este caso, ya se ha elegido: la religión y su asimilación con tiempos pasados, por cierto, superados gracias en parte a la actitud de la Iglesia.
En mi opinión, hay un factor que subyace no sé si consciente o inconscientemente en este sectario planteamiento. Pienso que también se busca ocultar el papel que la Iglesia está realizando silenciosamente a favor de todos los desfavorecidos y víctimas de esta crisis. Los millones de personas que, ante la incapacidad del Estado, reciben la ayuda y la atención de las instituciones religiosas y locales vinculadas a la Iglesia católica, que es la única esperanza y el solo apoyo que tienen en estos tiempos de tribulación los necesitados. El trabajo de unos pone en evidencia las carencias de otros.
Cuando llegue el tiempo de conferencias y congresos, allá por el mes de octubre, se volverá a reabrir la cuestión religiosa que tanto pesar trajo a nuestro país e, irresponsablemente, se romperán los puentes que tanto fruto reportaron a la estabilidad de nuestra convivencia. Dicho queda.
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