Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Por mucho que quieran, nunca será matrimonio


El hecho de que dos personas "homo", o cien, o las que sean, se junten para compartir cama, mesa y mantel, será lo que ellos quieran ser, y llamarse como ellos deseen llamarse, pero nunca matrimonio

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

Las principales señas de identidad de los que se tienen por “progresistas”, son ahora el aborto y el “matrimonio” gay, que a ellos les parece guay. No hay formación de izquierdas, allí donde se alza con el santo y la limosna, que no se apresure a imponer el genocidio del aborto en la práctica a escape libre, y esa demencia del presunto “matrimonio” entre iguales. El mito irrealizable de la igualdad llevado hasta el sexo.

El aborto es siempre un crimen, un crimen de lesa humanidad, con todos los agravantes que pueda imaginar el más riguroso de los juristas y sin ningún atenuante. Se mata a los seres humanos más indefensos e inocentes, se les ejecuta por los errores, pecados o culpas de otros, y el crimen lo promueve la propia madre, la persona encargada por la naturaleza de su defensa y protección. ¿Cabe mayor monstruosidad?

El “matrimonio” ese entre iguales no adquiere los niveles terribles del aborto, pero no deja de ser un disparate social, por mucho que lo apoyen y autoricen las normas legales que logren imponer sus partidarios. Ninguna ley, absolutamente ninguna, puede hacer posible lo que resulta totalmente imposible, como es la procreación, fundamento principal del matrimonio. De ahí que si la descendencia natural –repito, natural- es inviable por la propia fisiología similar de los “contrayentes”, no pueda existir matrimonio. Por consiguiente, el hecho de que dos personas “homo”, o cien, o las que sean, se junten para compartir cama, mesa y mantel, será lo que ellos quieran ser, y llamarse como ellos deseen llamarse, pero nunca matrimonio. El matrimonio regular, siempre entre hombre y mujer, formando la célula nuclear de la sociedad, es demasiado fundamental en el equilibrio social para corromperlo de ese modo.

De todas formas, esos trucos legales, en lugar de crear un clima de mayor respeto hacia los homosexuales, produce mayor rechazo. Así como un matrimonio normal bien avenido despierta simpatía y hasta admiración –si lo sabré yo-, una pareja homosexual, sobre todo si adopta actitudes llamativas, provoca repelús. El exhibicionismo retador del “día del orgullo gay”, o la difusión mediática de casos como ese “enlace” de la pareja de Montpelier, que ha estrenado la ley Hollande en Francia, contra lo que ellos puedan creer, no les favorece, no los hace más simpáticos y asimilables, sino todo lo contrario. El hecho de que encuentren mucha complicidad en determinados medios informativos, no los hace más amables, sino que provoca mayores recelos.

Yo he tenido, a lo largo de mi ya larga vida, numerosos amigos, incluso subordinados profesionales y empleados laborales, de manifiestas tendencias “homo”, y no me crearon –ni yo les creé- ningún problema de relación, pero si algún día, uno de ellos se me presentara con su pareja “matrimonial” del bracete, ciertamente me originaría una situación muy incómoda. Entiendo que en la vida particular, cada cual sea lo que quiera, pero restregar por la narices una forma de adulteración institucional tan manifiesta como el pretendido “matrimonio” homo, eso ya es un provocación expresa difícil de aceptar. Por eso comprendo la reacción contundente de la sociedad francesa, aunque ciertos medios de comunicación la tachen de “ultra”. Reacción de la laicista Francia que aquí echo de menos, pues ¡ya está bien que nos impongan a la trágala las malas maneras de una minoría muy minoritaria!
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