Martes, 05 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Hoy es Pentecostés


Viendo las gentes tu palabra ´no encarnada´ en quienes hoy tendríamos que ser libro abierto de esa Palabra tuya, te ves obligado a repetir como aquel día del Pan de vida en la sinagoga: ¿También vosotros queréis iros?, porque se están yendo de la Iglesia, de las entrañas maternas de la Iglesia a chorros cada día

por Rafael Higueras

Hoy es Pentecostés. Una palabra que me suena como un trueno que repite en eco agigantado: IGLESIA, IGLESIA, IGLESIA.

Leyendo este artículo del Beato Manuel Lozano Cuando el Espíritu sopla donde quiere: Angelita la chica que dijo SÍ, hoy, justamente en este día de Sinaí y de Cenáculo; de Pentecostés de Antiguo Testamento (con Moisés y las tablas de piedra en el Sinaí), y Pentecostés de Nuevo Testamento, (en el cenáculo, ya sin Jesús, pero todavía con María y con los apóstoles), hoy siento la necesidad, la urgencia que me ahoga, de escribir de la Iglesia. Con pasión, con amor, con ardor.

Quiero hablar de la Santa Madre Iglesia; de la Señora y Santa Madre Iglesia. De la esposa del Señor, que como nueva Eva salió del costado de Cristo, del corazón rasgado, abierto en la cruz. De esta Iglesia peregrina, y por eso con manchas de barro en los pies; pero también por eso, una Iglesia que sabe que camina hacia la Jerusalén de arriba que es nuestra ‘madre’.

Casi me vienen a los ojos torrentes de lágrimas. Porque quiero decir a los cuatro vientos, que amo a la Iglesia, a esta ‘pobre y andrajosa’ Iglesia. Sí, sí: he dicho bien; ya veis si es pobre y andrajosa que yo estoy dentro de ella. Y yo no puedo darle más que miserias y ropas hechas jirones. ¡Porque no soy santo. Todo lo contrario!

Santo ¡¡¡SANTO!!! Solo es Dios.

En Pentecostés, en el cenáculo nació la Iglesia. Esta madre ya vieja de 2000 años, y sin embargo perennemente joven y refulgente, que no deja de parir hijos por la fuerza del Espíritu derramada sobre el seno maternal de la pila del bautismo, como fue aquel seno de Santa María Virgen, también fecundado por el Espíritu de Dios

Iglesia a la que amo con pasión, porque me dio nacer en Cristo por el agua del bautismo, crecer por la unción del oleo santo; Iglesia que quiere seguir dándome fuerzas por el Pan de vida y la Vino generoso del Cuerpo y la Sangre del Señor.

Quiero gritar al mundo que esta Iglesia en la que cabemos tantos ‘despiadados’, tantos pecadores que hacemos trizas su vestido único, su belleza radiante hasta ocultar esa luz, es la Iglesia que florece cada día con estas pequeñas flores como Angelita, la chica que dijo sí; es la Iglesia en la que en el siglo XX (solo en el siglo XX) se han contado 55.000.000 (cincuenta y cinco millones) de cristianos mártires; y otros muchos millones de cristianos anónimos cuyos martirios nadie ha conocido porque han sido sencillos hombres y mujeres de pueblo, en un rincón apartado del mundo, que cada día se han levantado diciendo ‘Dios, que grande eres; te quiero servir en mis hermanos, según lo que Tú quieras’. Y también en ella se dan hombres de ordenador que quieren hacer el bien traspasando a los renglones de su quehacer difícil un servicio al Evangelio; o mujeres, que ponen en el mundo su mano tierna y lo convierten en un mundo ‘más amable’; padres y madres de hijos por quienes se entregan cada día, les educan, les trasmiten la fe viva del Evangelio claro y entero. Todos esos mártires que son TESTIGOS con su vida. Son esos ‘Santos a manojillos’ que veía y contaba Lolo.

Iglesia Santa, que nos enseñas a Cristo. (“¿Qué sabríamos de Él si no fuera por ELLA?”). Iglesia Madre y Maestra, de la grande y única sabiduría que es conocer el Evangelio de Jesús.

Quisiera seguir escribiendo con fuego, con sangre, con mi propia vida. ¡Mirad ésta es la Iglesia! La de Angelita; la de Lolo: nuestro Beato Lolo, periodista y ciego; inválido que vuela por los caminos del mundo en silla de ruedas; sembrador de esperanza.

¡Esperanza!

¿Tenemos crisis de fe o crisis de esperanza?

Si hemos puesto en Ti, Jesús, nuestra esperanza y te han matado en una cruz...

Si hemos puesto la esperanza en la Iglesia… y la Iglesia es perseguida por quienes no han palpado su belleza y por los que dentro de ella la hemos llenado de arrugas.

¡Esperanza! ¿En quién poner la esperanza?

A Cristo no lo veo ni lo toco; y la Iglesia que lo muestra (que lo debe mostrar) ¿es ‘yo’ (¡y tantos otros ‘yo’!)? Qué flaco servicio te hacemos, Cristo de Cafarnaúm.

Viendo las gentes tu palabra ‘no encarnada’ en quienes hoy tendríamos que ser libro abierto de esa Palabra tuya, te ves obligado a repetir como aquel día del Pan de vida en la sinagoga: ¿También vosotros queréis iros?, porque se están yendo de la Iglesia, de las entrañas maternas de la Iglesia a chorros cada día. Me duele tu Iglesia, porque -a pesar de mis pecados- la amo; me duelen quienes no ven el rostro de tu Iglesia; me duelen también quienes se esfuerzan por presentar un rostro desfigurado de la Iglesia, ¡aunque tengan razón al verme a mí…! Y me duelen los que para tapar sus debilidades echan mano de ‘es que la Iglesia es andrajosa…, antigua y traidora a la palabra de Jesús’

¡¡¡Iglesia, Madre de esperanza!!! Yo creo en esa Iglesia de mujeres sencillas que saben lo que es tener corazón; de hombres que se esfuerzan por hacer el bien; de jóvenes valientes, que dan de comer en tantos comedores de Cáritas (y en quienes -sin que nadie los vea- dejan la moneda para el pan y la sal que hay que poner en esas mesas); o en quienes pasan la noche atendiendo a un dolorido en el cuerpo o en el alma.

Pero me duele mucho no saber yo ser así, no ser valiente para presentar el agua clara, el pan blanco o el vino sin mezcla.

Y me duele que otros se escuden en ‘mi hacer’ así de ese modo tan falso que traiciona el Evangelio, que es claro, blanco y sin mezcla; porque entonces ‘por mi ser y por mi hacer’ reniegan de tu nombre y dicen ‘si el mundo entero está corrompido porque quien tiene que poner la sal la ha vuelto sosa, y quien tiene que encender la luz la ha puesto bajo el celemín’.

Decía Gandhi: Vosotros los que tenéis la Luz, ¿qué habéis hecho de ella?

El amor hace que la sal contagie el sabor y que la luz quite las tinieblas. Pero vinieron las tinieblas, se instalaron en la ceguera de la ofuscación confundiendo lo que es la luz y el amor, y quisieron decir este es el NUEVO evangelio, ofreciendo un vino aguado en vez del buen vino del Evangelio sencillo y limpio.

A quien esté (o a quienes estemos así esta noche: sin esperanza), por causa de quienes no sabemos mostrar la Iglesia, yo esta noche de Pentecostés -con el corazón en la mano-, no quiero darle un consejo ‘diciéndote que esperes, que no te falte la esperanza’.

Más bien te digo: Di tú también SÍ, como Angelita, como Lolo, como tantos mártires del siglo XX.

Di que SÍ, que SÍ, que SÍ; anda por favor, dilo. Que de ese modo podrás sembrar esperanza en quienes -por harapientos y maltrechos- solo nos queda un hilillo de futuro en la esperanza, y ese hilillo nos viene de tu fe que trae otra vez a cada mañana la esperanza.

Sé tú, quien quiera que leas, sé por favor para mí, para nosotros, retrato de la Iglesia viva, Maestra de fe y Madre de esperanza.

Porque hoy los valientes no son los que tiran piedras a la Iglesia; sino los que no se quitan aunque las vean cayendo a borbotones.
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