La hoja de ruta del Papa Francisco
El estilo del papa Bergoglio será de sencillez, gestos significativos y cercanía, sobre todo con aquellos que, por una u otra razón, más lo necesitan: pobres, desarraigados, distantes física o espiritualmente, olvidados por muchos o tal vez por todos, etc
O mucho me equivoco, y es probable que me equivoque y no poco dado que escribo sólo por intuición, o el Papa Francisco será un pontífice muy viajero, tanto o más que sus dos predecesores, en particular Juan Pablo II, pero no tanto para reunir grandes masas a las que impartir catequesis de amplio eco, sino acudiendo a las pequeñas Iglesias periféricas, fronterizas, necesitadas de apoyo y proximidad para sobrevivir o emerger en medio de un mundo extraño o acaso hostil.
El estilo del papa Bergoglio será de sencillez, gestos significativos y cercanía, sobre todo con aquellos que, por una u otra razón, más lo necesitan: pobres, desarraigados, distantes física o espiritualmente, olvidados por muchos o tal vez por todos, etc. No será, pienso yo, un pontificado de grandes referencias doctrinales, sino claramente pastoral, más inclinado a las necesidades de todo tipo de las personas que a los fundamentos de la fe, aunque también, paciente pero firme ante el fuego cruzado contra la Iglesia que disparan los enemigos desde las más diversas barricadas.
En un primer momento, tendrá que atender, como es lógico, a su propio hogar, la diócesis de Roma, de la que es, antes de nada, su obispo. Roma debe de ser una diócesis muy especial, la más especial y compleja de todas las del mundo, dada la inmensa cantidad de instituciones eclesiásticas de toda clase que ella residen, y el gran número de casas generalicias de órdenes, congregaciones, prelaturas, movimientos, etc., que en ella tienen su asiento.
A continuación tendrá necesidad de reordenar la curia vaticana, que tampoco debe de ser grano de anís, con muchos intereses cruzados de las dichas órdenes, congregaciones, prelaturas, movimientos, etc., aparte de alguna que otra ambición personal, que allí donde hay hombres –y mujeres- nunca faltan. Además, como es de suponer, el papa querrá adaptar todo el aparato vaticano a su propio estilo sencillo y austero, aparte de asegurarse un eficaz control sobre sus estructuras. Ello, por supuesto, exigirá una serie de nombramientos en los distintos y numerosos organismos de la Ciudad del Vaticano, en parte para reemplazar a los cardenales y otros altos cargos ya muy trajinados, y en parte para inyectar sabia nueva en maquinaria tan compleja. Sin embargo, personalmente estimo que los nombramientos no se harán de una manera abrupta y radical, sino suavemente, poco a poco, pues “chi va piano va lontano”. Creo, no obstante, que la reforma será amplia y profunda, o tal vez confundo mis deseos con la realidad. Los nombramientos del secretario de Estado y del vicario de la diócesis romana, nos darán pronto una pista de la orientación del papa Francisco.
Finalmente considero que este papa va a tener algo de las maneras de Juan XXIII, aquel papa de transición, elegido para salir del paso en una etapa de cambios inciertos, y la que montó con el Concilio. Vamos a ver qué pasa con este papa “venido del fin del mundo” y al que yo veo –perdón por mi arrogancia- transitando por los confines de ese amplio mundo que sin embargo se ha vuelto pequeño y recorrible por los espíritus intrépidos a lo Francisco Javier, empujados por la enorme energía del Espíritu de Dios.
El estilo del papa Bergoglio será de sencillez, gestos significativos y cercanía, sobre todo con aquellos que, por una u otra razón, más lo necesitan: pobres, desarraigados, distantes física o espiritualmente, olvidados por muchos o tal vez por todos, etc. No será, pienso yo, un pontificado de grandes referencias doctrinales, sino claramente pastoral, más inclinado a las necesidades de todo tipo de las personas que a los fundamentos de la fe, aunque también, paciente pero firme ante el fuego cruzado contra la Iglesia que disparan los enemigos desde las más diversas barricadas.
En un primer momento, tendrá que atender, como es lógico, a su propio hogar, la diócesis de Roma, de la que es, antes de nada, su obispo. Roma debe de ser una diócesis muy especial, la más especial y compleja de todas las del mundo, dada la inmensa cantidad de instituciones eclesiásticas de toda clase que ella residen, y el gran número de casas generalicias de órdenes, congregaciones, prelaturas, movimientos, etc., que en ella tienen su asiento.
A continuación tendrá necesidad de reordenar la curia vaticana, que tampoco debe de ser grano de anís, con muchos intereses cruzados de las dichas órdenes, congregaciones, prelaturas, movimientos, etc., aparte de alguna que otra ambición personal, que allí donde hay hombres –y mujeres- nunca faltan. Además, como es de suponer, el papa querrá adaptar todo el aparato vaticano a su propio estilo sencillo y austero, aparte de asegurarse un eficaz control sobre sus estructuras. Ello, por supuesto, exigirá una serie de nombramientos en los distintos y numerosos organismos de la Ciudad del Vaticano, en parte para reemplazar a los cardenales y otros altos cargos ya muy trajinados, y en parte para inyectar sabia nueva en maquinaria tan compleja. Sin embargo, personalmente estimo que los nombramientos no se harán de una manera abrupta y radical, sino suavemente, poco a poco, pues “chi va piano va lontano”. Creo, no obstante, que la reforma será amplia y profunda, o tal vez confundo mis deseos con la realidad. Los nombramientos del secretario de Estado y del vicario de la diócesis romana, nos darán pronto una pista de la orientación del papa Francisco.
Finalmente considero que este papa va a tener algo de las maneras de Juan XXIII, aquel papa de transición, elegido para salir del paso en una etapa de cambios inciertos, y la que montó con el Concilio. Vamos a ver qué pasa con este papa “venido del fin del mundo” y al que yo veo –perdón por mi arrogancia- transitando por los confines de ese amplio mundo que sin embargo se ha vuelto pequeño y recorrible por los espíritus intrépidos a lo Francisco Javier, empujados por la enorme energía del Espíritu de Dios.
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