Ser cristiano, profesión de alto riesgo
En tu casa cree y practica la religión que quieras, pero en la calle sólo puede existir el vacío religioso más absoluto para no "molestar" a nadie.
Un día sí y otro también nos llegan noticias de cristianos de esta o de la otra iglesia, prohibidos, perseguidos, encarcelados e, incluso, asesinados, en los lugares más dispares del planeta, bien sea a manos de musulmanes (fanáticos o “moderados”, que de todo se da), de regímenes comunistas –todavía-, de extremistas de otras religiones (como hindúes o budistas), y hasta de laicistas radicales en nuestro mundo occidental tan exquisitamente neutro.
El tremendo dilema en el que se halla el islam, incapaz de acomodarse al mundo moderno, ya lo comenté la semana pasada. Las dramáticas frustraciones que produce en los musulmanes la acelerada evolución del mundo, intentan resolverlas mediante la violencia, en particular contra los “cruzados”, como si estos fueran los culpables del atraso que padecen las estructuras sociales musulmanas, o como si fuera posible poner puertas al campo del desarrollo humano.
Ciertamente, el mundo altamente tecnificado de nuestros días, sometido a cambios constantes que parecen no tener fin, es hijo del humus cristiano de la civilización occidental, donde germina la libertad de los espíritus, para bien y para mal, que de todo hay en la viña del Señor, trigo y cizaña. Cuando Cristo dijo aquello de “dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”, estableció el principio definitivo de separación no sólo de poderes, sino de actividades, de tareas. Pero no todas las tareas son legítimas, sino que para ser moralmente aceptables deben someterse a la ley natural, que es ley de Dios, y al principio racional de reciprocidad, que es la ley básica –cristiana- de la convivencia pacífica: “No hacer a los demás lo que no quieras que te hagan a ti”.
La fe no debe tener ningún miedo ni reserva a la ciencia, ninguno. Como vemos en las informaciones que aparecen con frecuencia en este periódico, hasta los ateos más recalcitrantes terminan reconociendo, si son lógicos, que hay un Ser superior origen de todo, y que todo fue dispuesto y ordenado por Él. Si observamos con atención el progreso científico, podremos comprobar que los hombres de ciencia no crean nada ex novo, sino que, simplemente, o complejamente, según sea el caso, descubren –que no es poco- lo que ya existe inserto en la naturaleza, en las cosas, en los seres vivos y en las personas, o sea, en lo que ya fe creado anteriormente, “naturalmente” por el ser superior al que los cristianos llamamos, con precisión, Padre nuestro, según nos enseñó Jesucristo.
Los laicistas radicales –también afanosos perseguidores de cristianismo- no quieren reconocer, sino que rechazan de plano, estas verdades elementales que lo explican todo, mientras que ellos sostienen teorías negativas, nihilistas, relativistas, que, como toda negación, no explican nada. La negatividad refuta, pero no explica ni aclara. Lo vemos en los famosos minutos de silencio –invento masónico- con los que se pretende rendir homenaje a personas fallecidas. ¿Qué hay en esos minutos de silencio? Nada, vacío, oquedad. Sólo la mudez de los presentes. Muestra palmaria de la ideología de la nada. Pero como es una ideología totalitaria (atea, masónica o marxista, da igual) intenta imponer su “creencia” –porque en el fondo es una creencia, que “cree” que no cree en nada- a todo el mundo, reduciendo a silencio social a la “competencia”, en particular a todo lo católico.
O como dice en frase afortunada el sacerdote burgalés, super experto en sectas y masonería, don Manuel Guerra, sometiendo a la Iglesia católica a la situación de “arresto domiciliario”. En tu casa y en tu fuero interno, cree y practica la religión que quieras, pero en la calle sólo puede existir la nada, el vacío religioso más absoluto para no “molestar” a nadie. Es decir, el imperio del laicismo, la supresión visible y si es posible legal de cualquier credo religioso, en particular el catolicismo. No nos matan, como hacen los islamistas, pero intentan silenciarnos, borrarnos de cualquier presencia pública, como si no existiéramos. Difícil lo tenemos, pero mal que les pese, Dios está con nosotros, “es de los nuestros”. “Con este signo (la Cruz) vencerás”, según la visión del emperador Constantino, antes de la batalla de Ponte Milvio.
PS: Manuel Guerra acaba de publicar en la Editorial Sekotia, un nuevo libro titulado Masonería, religión y política, de lectura obligada.
El tremendo dilema en el que se halla el islam, incapaz de acomodarse al mundo moderno, ya lo comenté la semana pasada. Las dramáticas frustraciones que produce en los musulmanes la acelerada evolución del mundo, intentan resolverlas mediante la violencia, en particular contra los “cruzados”, como si estos fueran los culpables del atraso que padecen las estructuras sociales musulmanas, o como si fuera posible poner puertas al campo del desarrollo humano.
Ciertamente, el mundo altamente tecnificado de nuestros días, sometido a cambios constantes que parecen no tener fin, es hijo del humus cristiano de la civilización occidental, donde germina la libertad de los espíritus, para bien y para mal, que de todo hay en la viña del Señor, trigo y cizaña. Cuando Cristo dijo aquello de “dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”, estableció el principio definitivo de separación no sólo de poderes, sino de actividades, de tareas. Pero no todas las tareas son legítimas, sino que para ser moralmente aceptables deben someterse a la ley natural, que es ley de Dios, y al principio racional de reciprocidad, que es la ley básica –cristiana- de la convivencia pacífica: “No hacer a los demás lo que no quieras que te hagan a ti”.
La fe no debe tener ningún miedo ni reserva a la ciencia, ninguno. Como vemos en las informaciones que aparecen con frecuencia en este periódico, hasta los ateos más recalcitrantes terminan reconociendo, si son lógicos, que hay un Ser superior origen de todo, y que todo fue dispuesto y ordenado por Él. Si observamos con atención el progreso científico, podremos comprobar que los hombres de ciencia no crean nada ex novo, sino que, simplemente, o complejamente, según sea el caso, descubren –que no es poco- lo que ya existe inserto en la naturaleza, en las cosas, en los seres vivos y en las personas, o sea, en lo que ya fe creado anteriormente, “naturalmente” por el ser superior al que los cristianos llamamos, con precisión, Padre nuestro, según nos enseñó Jesucristo.
Los laicistas radicales –también afanosos perseguidores de cristianismo- no quieren reconocer, sino que rechazan de plano, estas verdades elementales que lo explican todo, mientras que ellos sostienen teorías negativas, nihilistas, relativistas, que, como toda negación, no explican nada. La negatividad refuta, pero no explica ni aclara. Lo vemos en los famosos minutos de silencio –invento masónico- con los que se pretende rendir homenaje a personas fallecidas. ¿Qué hay en esos minutos de silencio? Nada, vacío, oquedad. Sólo la mudez de los presentes. Muestra palmaria de la ideología de la nada. Pero como es una ideología totalitaria (atea, masónica o marxista, da igual) intenta imponer su “creencia” –porque en el fondo es una creencia, que “cree” que no cree en nada- a todo el mundo, reduciendo a silencio social a la “competencia”, en particular a todo lo católico.
O como dice en frase afortunada el sacerdote burgalés, super experto en sectas y masonería, don Manuel Guerra, sometiendo a la Iglesia católica a la situación de “arresto domiciliario”. En tu casa y en tu fuero interno, cree y practica la religión que quieras, pero en la calle sólo puede existir la nada, el vacío religioso más absoluto para no “molestar” a nadie. Es decir, el imperio del laicismo, la supresión visible y si es posible legal de cualquier credo religioso, en particular el catolicismo. No nos matan, como hacen los islamistas, pero intentan silenciarnos, borrarnos de cualquier presencia pública, como si no existiéramos. Difícil lo tenemos, pero mal que les pese, Dios está con nosotros, “es de los nuestros”. “Con este signo (la Cruz) vencerás”, según la visión del emperador Constantino, antes de la batalla de Ponte Milvio.
PS: Manuel Guerra acaba de publicar en la Editorial Sekotia, un nuevo libro titulado Masonería, religión y política, de lectura obligada.
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