La sabiduría olvidada de los Reyes Magos
En el manto de la Virgen de Guadalupe aparecen 46 estrellas que el Instituto Astronómico de México identificó con la posición de estrellas reales en el cielo de México en el momento de la aparición de 1531
por Antonio Yagüe
Siempre me ha sorprendido que los primeros en conocer, sin ayuda de ángeles, cuándo y dónde había nacido el Mesías no fueran unos judíos, ni tan siquiera alguien que conociera las Sagradas Escrituras. Toda una nación, expectante por siglos, orgullosa de su Dios, de las promesas recibidas, con costumbres y tradiciones de origen divino, que oraba por la llegada del Mesías y disponía de abundantes profecías escritas desde hacía siglos, fue incapaz de reconocer el momento clave que ansiaban durante siglos y generaciones.
Por el contrario, otros personajes muy lejos de allí, a centenares de kilómetros, que pertenecían a otra cultura, aparentemente sin conocimiento de aquella gran promesa de un Redentor, fueron los que realmente la identificaron, interpretaron correctamente y sacaron provecho para sus vidas de tan importante momento de la historia.
Para ello, los Reyes Magos habían alcanzado una sabiduría, derivada de las estrellas y no de la Biblia, que no sólo les llevó al lugar preciso del nacimiento de Jesucristo, en el momento exacto, sino que además les informó de muchas cosas importantes sobre aquel Niño, único en la historia. Así por ejemplo conocían que además de ser hombre era a la vez Dios, porque le adoraron y le ofrecieron incienso. Para valorar la importancia de lo que entonces suponía entender esta verdad, basta recordar que más de treinta años después, Jesús le decía a Pedro al confesar este mismo conocimiento: Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos .
Pero aquellos Reyes de Oriente además sabían mucho de la misión que aquel Niño Dios traía a la Tierra pues conocían que tenía que pasar por la muerte, a pesar de ser Dios, y por ello le regalaron mirra, con la que embalsamar su cuerpo al tiempo de la sepultura. De nuevo, para valorar lo que suponía admitir esta realidad hay que recordar que los apóstoles no la quisieron asimilar a pesar de que Jesús se la predijo hasta tres veces.
Todavía más sorprendente es que supieran que aquel Niño era Rey, entonces de los judíos, independientemente de la pobre apariencia y humilde condición con que lo veían en el pesebre, y que en el futuro también lo sería de ellos mismos. Por ello ya le entregaron el oro de su contribución, pues para cuando llegara el momento de su futura manifestación como Soberano de toda la tierra, ellos podían ya no estar en el mundo. En otras palabras, sabían de una venida posterior como Rey, tras la muerte a la que estaba ligada la mirra, algo que los apóstoles solo conocieron después de la Ascensión.
Por si todo lo anterior no resultara suficientemente insólito, es aún más impresionante comprobar que lo que sabían no era un conocimiento muerto sino que les movía a una espera vigilante realizando observaciones astronómicas regulares, expectantes por cumplir algún día el deseo ardiente de su corazón de poder conocer y adorar a aquel Niño.
Por ello, cuando finalmente la señal surgió en el cielo y por sus cálculos comprendieron que el momento ansiado había llegado, no tardaron en ponerse en marcha para hacer un largo e incómodo viaje. En realidad no sabría decir si son más admirables por sus conocimientos o por cómo fructificaron en sus corazones como tierra fecunda que amaba los planes redentores de Dios que conocían a través de los astros. Y Dios bendijo aquella sabiduría hecha amor haciendo que le encontraran, aceptando sus dones aparentemente excesivos y librándolos de las insidias que el poderoso Herodes tenía planeadas para ellos.
Este análisis del breve texto sagrado, en que aparecen fugazmente los tres hombres sabios de Oriente, conduce inevitablemente a una doble pregunta: ¿Cuál era aquella sabiduría no bíblica, sino escrita en los astros, que les llevó tan certeramente a encontrar a Dios y a saber tanto de Él? Y si finalmente conseguimos la respuesta a esta primera pregunta, surge una segunda: ¿Se contendrá en esa arcana sabiduría información sobre la próxima venida de Jesucristo, como existió sobre su primera venida al mundo?
Antes de responder a estas preguntas es necesario poner de manifiesto que el conocimiento de las estrellas que tiene el hombre moderno es muy diferente al que tenía cualquier mortal hace tan solo unos cientos de años. Los catálogos de estrellas antiguas no identificaban más que unas tres mil, las que se podían ver a simple vista. Hoy, gracias a los telescopios y los satélites, los astrónomos conocen millones de estrellas y distinguen desde galaxias hasta pequeños asteroides.
Pero este engrosamiento del inventario no sólo no ha añadido nada a la sabiduría que contenían las pocas estrellas que veían los Magos, sino que ha relegado aquellos conocimientos a algo propio de museos, inservible para la ciencia moderna.
Asimismo, el hombre medio del siglo XXI es un gran ignorante acerca las estrellas, en comparación con lo que sobre ellas sabían los de siglos anteriores. La luz artificial de las ciudades, en las que vive más del 80% de la población mundial, ha apagado la luz natural de las estrellas y ya no es posible realizar observaciones desde ellas a simple vista. Sin embargo, aún queda un resquicio con el que suplir con creces esta carencia. En nuestros omnipresentes ordenadores, tabletas y smartphones, podemos instalar programas gratuitos que muestran el firmamento estrellado en cualquier lugar y tiempo que deseemos. Por ello, si conocemos los principios de la sabiduría que guió a los Reyes Magos, cualquiera puede observar lo que ellos vieron, reflexionar y vigilar el futuro como ellos lo hicieron.
Para indagar acerca de cuáles son estos principios de arcana sabiduría celestial, la Sagrada Escritura señala que las estrellas fueron creadas por Dios para alumbrar sobre la tierra , y para medir los tiempos, los días y los años . La precisión del gigantesco reloj astronómico se utiliza no solo para saber el cuándo sino el dónde y así lo ha hecho el hombre durante milenios con el astrolabio o los GPS. Por ello, es lógico que a través de las estrellas los Reyes Magos fueran alumbrados sobre cuándo y dónde nació el Salvador.
Por otro lado la Sagrada Escritura dice que los cielos fueron dispuestos con inteligencia, de forma que proclaman la gloria de Dios. Un pregón que se transmite de noche en noche, sin palabras, sin que resuene una voz, pero que alcanza a toda la Tierra . Para anunciarlo, Dios asignó a cada estrella su propio resplandor y un nombre , las agrupó en forma de signos, que lógicamente tienen significado, y les asignó un orden por el cual aparecen en la esfera celeste, que los interrelaciona en el espacio y el tiempo.
En resumen, la sabiduría divina de las estrellas está en su nombre, en las figuras del zodíaco y en su orden interno de luminosidad y externo de disposición en la bóveda celeste o momento de aparición. Todos estos elementos casi no han cambiado en los seis mil años de historia del hombre sobre la Tierra. Las variaciones de posición absoluta de una estrella son imperceptibles y las del pivote sobre el que se mueve todo el conjunto estelar es muy leve, tan solo un signo zodiacal o 30º sexagesimales cada dos mil años.
Asimismo el número y figura de las 48 constelaciones antiguas, a pesar de parecer una agrupación arbitraria, se ha mantenido significativamente constante a través de las culturas de los distintos siglos. Asimismo el sentido de los nombres de las estrellas ha permanecido invariable en casi todas a pesar de ser traducidos a distintas lenguas. Todo ello indica que la descripción de la esfera celeste procede de muy antiguo, mucho antes de que se comenzaran a escribir los libros de la Sagrada Escritura y bastante antes del diluvio universal que aconteció hace 4.800 años. Los estudios sobre el movimiento de precesión de la esfera celeste precisan un origen de las constelaciones anterior a 5200 años.
Así pues la clave de toda la sabiduría de los Magos parte de los nombres de las estrellas. El nombre en la Biblia define lo más íntimo del ser o el significado de una misión divina y con frecuencia se asigna de modo solemne. Así Yahvé Elohim trajo ante Adán todos cuantos animales del campa y cuantas aves del cielo formó de la tierra, para que viese cómo los llamaría, y fuese el nombre de todos los vivientes el que él les diera. Adán, con la ciencia que tenía antes del pecado original, dio nombre a todos los ganados y a todas las aves del cielo y a todas las bestias del campo . Son frecuentes los pasajes de la Sagrada Escritura que aclaran el significado profundo del nombre de sus protagonistas. El hombre llamó a su mujer «Eva», por ser ella la madre de todos los vivientes. Tu nombre será Abraham, pues padre de muchedumbre de pueblos te he constituido. Le llamó Moisés, diciendo: De las aguas lo he sacado. Una virgen concebirá y tendrá un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa Dios con nosotros. Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Al que venciere le daré (…) una piedrecita blanca, y en ella escrito un nombre nuevo, que nadie conoce sino el que lo recibe .
Por ello, sorprende que los animales individuales no tengan nombre pero que Dios si llama a cada estrella por su nombre. A partir del siglo XIX y XX, los trabajos de Rolleston, Seiss y otros indagaron los nombres que tenían las estrellas en las culturas antiguas y su significado, así como las figuras, significado y orden de las constelaciones. Poco a poco emergió de estos trabajos como el texto de tres grandes libros, compuestos cada uno por cuatro capítulos de cuatro páginas cada uno, en los que se narraba la caída del hombre, la promesa de un Redentor del género humano que nacería de una Virgen, sus sufrimientos, victoria y Reinado final, con multitud de detalles que aquí no hay lugar suficiente para exponer. Este era el libro que meditaban los Magos.
Nadie más que Dios puede ser el autor último de esta revelación. Él la plasmó a través de imágenes para que el hombre, aún desconocedor de la escritura, no olvidara la promesa ni perdiera la esperanza de un Salvador, realizada a las puertas del Paraíso, porque sabía que el Génesis no se escribiría hasta 2.500 años después. Esta Revelación sin duda la conocieron los patriarcas antiguos y pasó con Noé a la época posterior al diluvio.
Cuando los hombres volvieron a multiplicarse, en algunos lugares el diablo tergiversó aquel conocimiento en lo que hoy conocemos como horóscopo, de forma que Dios prohibió utilizar las estrellas como modo de adivinación y estableció entonces la vía escrita de la Revelación.
Pero la historia de los Reyes Magos es prueba de que la revelación divina original también pervivió, y como decía el Salmo 19, el mensaje se transmitió de noche en noche sin necesidad de una voz.
Desde nuestra situación actual en la historia podemos ahora entender que el conocimiento de la doble naturaleza divina y humana que tenían los Reyes Magos sobre aquel Niño procedía de las figuras de Centauro y Sagitario, que muestran esa doble naturaleza en forma de hombre-caballo. Sabían de su concepción y parto virginal a través del significado de las constelaciones de Virgo y Coma. Conocían su lucha y sufrimientos redentores porque están descritos en las constelaciones de Hércules y Ofiuco o en Víctima (Lupus) y la Cruz del Sur (Crux).
Por último, conocían su victoria definitiva por Orión, su resurrección por Perseo y el Águila y su realeza definitiva por Cefeo y Leo. Y estos sólo son unos pocos de los muchos detalles de la historia de la Salvación que Dios escribió en las estrellas.
Una de las propiedades más chocantes de ambas vías de la única Revelación es la inmovilidad de su mensaje. En las estrellas, es evidente que nadie puede cambiar su posición. En el texto original de la Sagrada Escritura, los hebreos siempre tuvieron a gala su conservación sin variaciones, hasta el punto que hoy se ha descubierto la existencia de marcas de agua o de autenticidad, pues cada N letras se forman palabras como Torah o Yahweh que descubrirían enseguida cualquier alteración. Pero entonces, si ambas vías de transmisión son inalterables, ¿cómo se puede dar a conocer mediante ellos un hecho aislado, no recurrente y de calendario inesperado, como serían la primera o segunda venidas del Salvador?
En el caso de las estrellas, los únicos elementos variables luminosos que pueden aparecer sobre el fondo fijo estelar son los planetas, la luna o los cometas. Los dos primeros son los más frecuentes y se mueven en una estrecha franja alrededor de la línea de la eclíptica, en las que están las 12 constelaciones principales del zodiaco y que en tiempo de los Magos no sabían predecir. La trayectoria de los cometas sobre el fondo celeste no tiene área determinada de aparición, pero su aparición es solo una pequeña fracción de las anteriores.
A la hora de determinar cuál fue la señal o estrella que guió a los Magos se han realizado cientos de hipótesis, muchas de ellas imposibles astronómicamente. Una vez analizadas de acuerdo con nueve características que señala el Evangelio de San Mateo, nos inclinamos por escoger como señal la conjunción triple de la estrella Regulus (el pequeño rey) y el planeta Júpiter que ocurrió a lo largo del año 2 antes de JC. Cualquier conjunción planeta-estrella produce un incremento de luminosidad importante para el ojo experto, pero poco resaltable para el inexperto. Esto explicaría el ambiente de indiferencia que encontraron los Magos en Judea. La posición de esta conjunción es acorde con las sucesivas orientaciones en que el fenómeno podría servir de guía al camino de los Magos en Oriente y en Jerusalén.
Por último, el tercer movimiento retrógrado de Júpiter en esta conjunción produce una parada aparente del astro de 6 días, que se sitúa sobre Belén al mirar desde Jerusalén, comenzando el 25 de diciembre. Esta fecha encaja con los últimos datos sobre la muerte de Herodes el año 1 antes de JC y la muerte de JC en abril del año 33 a la edad de 33 años. Asimismo coincide con las fechas que Ana Catalina Emmerick tuvo en 1821 sus visiones sobre el viaje de los Reyes Magos y su llegada al portal.
A partir de esta pauta de hallazgos, se puede establecer una sistemática vigilancia amorosa sobre posibles señales celestiales que apunten a la próxima Venida de Nuestro Señor. El mismo Señor anunció que poco antes de su Venida habría signos en el sol, la luna y las estrellas , lo que se podría considerar como una invitación a comportarnos como los Magos, cuando ya otras señales indiquen la cercanía de su llegada. Como dijimos, en nuestros días los programas informáticos es la herramienta que suple la dificultad de las observaciones directas.
En mi opinión, el plus de iluminación que supone la conjunción planeta-estrella se podría asemejar en la Revelación escrita a la información que aportan las apariciones marianas para desentrañar las profecías de la Sagrada Escritura. En el manto de la Virgen de Guadalupe aparecen 46 estrellas que el Instituto Astronómico de México identificó con la posición de estrellas reales en el cielo de México en el momento de la aparición de 1531. A su vez, la propia imagen de la Virgen en la milagrosa tilma de Guadalupe sigue la descripción que hace el Apocalipsis de una futura gran señal que apareció en el Cielo. ¿Por qué no leer un mensaje en esas 46 estrellas, como lo harían los Magos pensando en la segunda Venida de Nuestro Señor?
Asimismo en Garabandal, la Virgen habló de un próximo gran Milagro, para convertir al mundo entero, que se verá en el cielo en las cercanías de la aldea montañesa. ¿Podría también ese hecho coincidir con el descrito por San Juan en el Apocalipsis como la señal de la Mujer?
No es aquí el lugar para desentrañar toda la profundidad que sugieren las preguntas anteriores y otras muchas semejantes. Espero algún día cercano escribir un libro que facilite en nuestro idioma las bases para todo el que desee trabajar en responderlas. Mientras tanto realizo avances en los sitios de internet que mantengo sobre estos temas.
En cualquier caso todos estos datos y consideraciones llevan a considerar que ambas vías de la única Revelación, la estelar y la escrita, son sin duda complementarias. Y por ello también en nuestro tiempo, como ocurrió en la historia de los Magos al consultar en Jerusalén a los sumos sacerdotes y escribas del pueblo , sólo cuando se junten ambos conocimientos se podrá conseguir la respuesta que nuestro corazón busca.
Antonio Yagüe
Dr. en Ciencias Geológicas
Por el contrario, otros personajes muy lejos de allí, a centenares de kilómetros, que pertenecían a otra cultura, aparentemente sin conocimiento de aquella gran promesa de un Redentor, fueron los que realmente la identificaron, interpretaron correctamente y sacaron provecho para sus vidas de tan importante momento de la historia.
Para ello, los Reyes Magos habían alcanzado una sabiduría, derivada de las estrellas y no de la Biblia, que no sólo les llevó al lugar preciso del nacimiento de Jesucristo, en el momento exacto, sino que además les informó de muchas cosas importantes sobre aquel Niño, único en la historia. Así por ejemplo conocían que además de ser hombre era a la vez Dios, porque le adoraron y le ofrecieron incienso. Para valorar la importancia de lo que entonces suponía entender esta verdad, basta recordar que más de treinta años después, Jesús le decía a Pedro al confesar este mismo conocimiento: Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos .
Pero aquellos Reyes de Oriente además sabían mucho de la misión que aquel Niño Dios traía a la Tierra pues conocían que tenía que pasar por la muerte, a pesar de ser Dios, y por ello le regalaron mirra, con la que embalsamar su cuerpo al tiempo de la sepultura. De nuevo, para valorar lo que suponía admitir esta realidad hay que recordar que los apóstoles no la quisieron asimilar a pesar de que Jesús se la predijo hasta tres veces.
Todavía más sorprendente es que supieran que aquel Niño era Rey, entonces de los judíos, independientemente de la pobre apariencia y humilde condición con que lo veían en el pesebre, y que en el futuro también lo sería de ellos mismos. Por ello ya le entregaron el oro de su contribución, pues para cuando llegara el momento de su futura manifestación como Soberano de toda la tierra, ellos podían ya no estar en el mundo. En otras palabras, sabían de una venida posterior como Rey, tras la muerte a la que estaba ligada la mirra, algo que los apóstoles solo conocieron después de la Ascensión.
Por si todo lo anterior no resultara suficientemente insólito, es aún más impresionante comprobar que lo que sabían no era un conocimiento muerto sino que les movía a una espera vigilante realizando observaciones astronómicas regulares, expectantes por cumplir algún día el deseo ardiente de su corazón de poder conocer y adorar a aquel Niño.
Por ello, cuando finalmente la señal surgió en el cielo y por sus cálculos comprendieron que el momento ansiado había llegado, no tardaron en ponerse en marcha para hacer un largo e incómodo viaje. En realidad no sabría decir si son más admirables por sus conocimientos o por cómo fructificaron en sus corazones como tierra fecunda que amaba los planes redentores de Dios que conocían a través de los astros. Y Dios bendijo aquella sabiduría hecha amor haciendo que le encontraran, aceptando sus dones aparentemente excesivos y librándolos de las insidias que el poderoso Herodes tenía planeadas para ellos.
Este análisis del breve texto sagrado, en que aparecen fugazmente los tres hombres sabios de Oriente, conduce inevitablemente a una doble pregunta: ¿Cuál era aquella sabiduría no bíblica, sino escrita en los astros, que les llevó tan certeramente a encontrar a Dios y a saber tanto de Él? Y si finalmente conseguimos la respuesta a esta primera pregunta, surge una segunda: ¿Se contendrá en esa arcana sabiduría información sobre la próxima venida de Jesucristo, como existió sobre su primera venida al mundo?
Antes de responder a estas preguntas es necesario poner de manifiesto que el conocimiento de las estrellas que tiene el hombre moderno es muy diferente al que tenía cualquier mortal hace tan solo unos cientos de años. Los catálogos de estrellas antiguas no identificaban más que unas tres mil, las que se podían ver a simple vista. Hoy, gracias a los telescopios y los satélites, los astrónomos conocen millones de estrellas y distinguen desde galaxias hasta pequeños asteroides.
Pero este engrosamiento del inventario no sólo no ha añadido nada a la sabiduría que contenían las pocas estrellas que veían los Magos, sino que ha relegado aquellos conocimientos a algo propio de museos, inservible para la ciencia moderna.
Asimismo, el hombre medio del siglo XXI es un gran ignorante acerca las estrellas, en comparación con lo que sobre ellas sabían los de siglos anteriores. La luz artificial de las ciudades, en las que vive más del 80% de la población mundial, ha apagado la luz natural de las estrellas y ya no es posible realizar observaciones desde ellas a simple vista. Sin embargo, aún queda un resquicio con el que suplir con creces esta carencia. En nuestros omnipresentes ordenadores, tabletas y smartphones, podemos instalar programas gratuitos que muestran el firmamento estrellado en cualquier lugar y tiempo que deseemos. Por ello, si conocemos los principios de la sabiduría que guió a los Reyes Magos, cualquiera puede observar lo que ellos vieron, reflexionar y vigilar el futuro como ellos lo hicieron.
Para indagar acerca de cuáles son estos principios de arcana sabiduría celestial, la Sagrada Escritura señala que las estrellas fueron creadas por Dios para alumbrar sobre la tierra , y para medir los tiempos, los días y los años . La precisión del gigantesco reloj astronómico se utiliza no solo para saber el cuándo sino el dónde y así lo ha hecho el hombre durante milenios con el astrolabio o los GPS. Por ello, es lógico que a través de las estrellas los Reyes Magos fueran alumbrados sobre cuándo y dónde nació el Salvador.
Por otro lado la Sagrada Escritura dice que los cielos fueron dispuestos con inteligencia, de forma que proclaman la gloria de Dios. Un pregón que se transmite de noche en noche, sin palabras, sin que resuene una voz, pero que alcanza a toda la Tierra . Para anunciarlo, Dios asignó a cada estrella su propio resplandor y un nombre , las agrupó en forma de signos, que lógicamente tienen significado, y les asignó un orden por el cual aparecen en la esfera celeste, que los interrelaciona en el espacio y el tiempo.
En resumen, la sabiduría divina de las estrellas está en su nombre, en las figuras del zodíaco y en su orden interno de luminosidad y externo de disposición en la bóveda celeste o momento de aparición. Todos estos elementos casi no han cambiado en los seis mil años de historia del hombre sobre la Tierra. Las variaciones de posición absoluta de una estrella son imperceptibles y las del pivote sobre el que se mueve todo el conjunto estelar es muy leve, tan solo un signo zodiacal o 30º sexagesimales cada dos mil años.
Asimismo el número y figura de las 48 constelaciones antiguas, a pesar de parecer una agrupación arbitraria, se ha mantenido significativamente constante a través de las culturas de los distintos siglos. Asimismo el sentido de los nombres de las estrellas ha permanecido invariable en casi todas a pesar de ser traducidos a distintas lenguas. Todo ello indica que la descripción de la esfera celeste procede de muy antiguo, mucho antes de que se comenzaran a escribir los libros de la Sagrada Escritura y bastante antes del diluvio universal que aconteció hace 4.800 años. Los estudios sobre el movimiento de precesión de la esfera celeste precisan un origen de las constelaciones anterior a 5200 años.
Así pues la clave de toda la sabiduría de los Magos parte de los nombres de las estrellas. El nombre en la Biblia define lo más íntimo del ser o el significado de una misión divina y con frecuencia se asigna de modo solemne. Así Yahvé Elohim trajo ante Adán todos cuantos animales del campa y cuantas aves del cielo formó de la tierra, para que viese cómo los llamaría, y fuese el nombre de todos los vivientes el que él les diera. Adán, con la ciencia que tenía antes del pecado original, dio nombre a todos los ganados y a todas las aves del cielo y a todas las bestias del campo . Son frecuentes los pasajes de la Sagrada Escritura que aclaran el significado profundo del nombre de sus protagonistas. El hombre llamó a su mujer «Eva», por ser ella la madre de todos los vivientes. Tu nombre será Abraham, pues padre de muchedumbre de pueblos te he constituido. Le llamó Moisés, diciendo: De las aguas lo he sacado. Una virgen concebirá y tendrá un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa Dios con nosotros. Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Al que venciere le daré (…) una piedrecita blanca, y en ella escrito un nombre nuevo, que nadie conoce sino el que lo recibe .
Por ello, sorprende que los animales individuales no tengan nombre pero que Dios si llama a cada estrella por su nombre. A partir del siglo XIX y XX, los trabajos de Rolleston, Seiss y otros indagaron los nombres que tenían las estrellas en las culturas antiguas y su significado, así como las figuras, significado y orden de las constelaciones. Poco a poco emergió de estos trabajos como el texto de tres grandes libros, compuestos cada uno por cuatro capítulos de cuatro páginas cada uno, en los que se narraba la caída del hombre, la promesa de un Redentor del género humano que nacería de una Virgen, sus sufrimientos, victoria y Reinado final, con multitud de detalles que aquí no hay lugar suficiente para exponer. Este era el libro que meditaban los Magos.
Nadie más que Dios puede ser el autor último de esta revelación. Él la plasmó a través de imágenes para que el hombre, aún desconocedor de la escritura, no olvidara la promesa ni perdiera la esperanza de un Salvador, realizada a las puertas del Paraíso, porque sabía que el Génesis no se escribiría hasta 2.500 años después. Esta Revelación sin duda la conocieron los patriarcas antiguos y pasó con Noé a la época posterior al diluvio.
Cuando los hombres volvieron a multiplicarse, en algunos lugares el diablo tergiversó aquel conocimiento en lo que hoy conocemos como horóscopo, de forma que Dios prohibió utilizar las estrellas como modo de adivinación y estableció entonces la vía escrita de la Revelación.
Pero la historia de los Reyes Magos es prueba de que la revelación divina original también pervivió, y como decía el Salmo 19, el mensaje se transmitió de noche en noche sin necesidad de una voz.
Desde nuestra situación actual en la historia podemos ahora entender que el conocimiento de la doble naturaleza divina y humana que tenían los Reyes Magos sobre aquel Niño procedía de las figuras de Centauro y Sagitario, que muestran esa doble naturaleza en forma de hombre-caballo. Sabían de su concepción y parto virginal a través del significado de las constelaciones de Virgo y Coma. Conocían su lucha y sufrimientos redentores porque están descritos en las constelaciones de Hércules y Ofiuco o en Víctima (Lupus) y la Cruz del Sur (Crux).
Por último, conocían su victoria definitiva por Orión, su resurrección por Perseo y el Águila y su realeza definitiva por Cefeo y Leo. Y estos sólo son unos pocos de los muchos detalles de la historia de la Salvación que Dios escribió en las estrellas.
Una de las propiedades más chocantes de ambas vías de la única Revelación es la inmovilidad de su mensaje. En las estrellas, es evidente que nadie puede cambiar su posición. En el texto original de la Sagrada Escritura, los hebreos siempre tuvieron a gala su conservación sin variaciones, hasta el punto que hoy se ha descubierto la existencia de marcas de agua o de autenticidad, pues cada N letras se forman palabras como Torah o Yahweh que descubrirían enseguida cualquier alteración. Pero entonces, si ambas vías de transmisión son inalterables, ¿cómo se puede dar a conocer mediante ellos un hecho aislado, no recurrente y de calendario inesperado, como serían la primera o segunda venidas del Salvador?
En el caso de las estrellas, los únicos elementos variables luminosos que pueden aparecer sobre el fondo fijo estelar son los planetas, la luna o los cometas. Los dos primeros son los más frecuentes y se mueven en una estrecha franja alrededor de la línea de la eclíptica, en las que están las 12 constelaciones principales del zodiaco y que en tiempo de los Magos no sabían predecir. La trayectoria de los cometas sobre el fondo celeste no tiene área determinada de aparición, pero su aparición es solo una pequeña fracción de las anteriores.
A la hora de determinar cuál fue la señal o estrella que guió a los Magos se han realizado cientos de hipótesis, muchas de ellas imposibles astronómicamente. Una vez analizadas de acuerdo con nueve características que señala el Evangelio de San Mateo, nos inclinamos por escoger como señal la conjunción triple de la estrella Regulus (el pequeño rey) y el planeta Júpiter que ocurrió a lo largo del año 2 antes de JC. Cualquier conjunción planeta-estrella produce un incremento de luminosidad importante para el ojo experto, pero poco resaltable para el inexperto. Esto explicaría el ambiente de indiferencia que encontraron los Magos en Judea. La posición de esta conjunción es acorde con las sucesivas orientaciones en que el fenómeno podría servir de guía al camino de los Magos en Oriente y en Jerusalén.
Por último, el tercer movimiento retrógrado de Júpiter en esta conjunción produce una parada aparente del astro de 6 días, que se sitúa sobre Belén al mirar desde Jerusalén, comenzando el 25 de diciembre. Esta fecha encaja con los últimos datos sobre la muerte de Herodes el año 1 antes de JC y la muerte de JC en abril del año 33 a la edad de 33 años. Asimismo coincide con las fechas que Ana Catalina Emmerick tuvo en 1821 sus visiones sobre el viaje de los Reyes Magos y su llegada al portal.
A partir de esta pauta de hallazgos, se puede establecer una sistemática vigilancia amorosa sobre posibles señales celestiales que apunten a la próxima Venida de Nuestro Señor. El mismo Señor anunció que poco antes de su Venida habría signos en el sol, la luna y las estrellas , lo que se podría considerar como una invitación a comportarnos como los Magos, cuando ya otras señales indiquen la cercanía de su llegada. Como dijimos, en nuestros días los programas informáticos es la herramienta que suple la dificultad de las observaciones directas.
En mi opinión, el plus de iluminación que supone la conjunción planeta-estrella se podría asemejar en la Revelación escrita a la información que aportan las apariciones marianas para desentrañar las profecías de la Sagrada Escritura. En el manto de la Virgen de Guadalupe aparecen 46 estrellas que el Instituto Astronómico de México identificó con la posición de estrellas reales en el cielo de México en el momento de la aparición de 1531. A su vez, la propia imagen de la Virgen en la milagrosa tilma de Guadalupe sigue la descripción que hace el Apocalipsis de una futura gran señal que apareció en el Cielo. ¿Por qué no leer un mensaje en esas 46 estrellas, como lo harían los Magos pensando en la segunda Venida de Nuestro Señor?
Asimismo en Garabandal, la Virgen habló de un próximo gran Milagro, para convertir al mundo entero, que se verá en el cielo en las cercanías de la aldea montañesa. ¿Podría también ese hecho coincidir con el descrito por San Juan en el Apocalipsis como la señal de la Mujer?
No es aquí el lugar para desentrañar toda la profundidad que sugieren las preguntas anteriores y otras muchas semejantes. Espero algún día cercano escribir un libro que facilite en nuestro idioma las bases para todo el que desee trabajar en responderlas. Mientras tanto realizo avances en los sitios de internet que mantengo sobre estos temas.
En cualquier caso todos estos datos y consideraciones llevan a considerar que ambas vías de la única Revelación, la estelar y la escrita, son sin duda complementarias. Y por ello también en nuestro tiempo, como ocurrió en la historia de los Magos al consultar en Jerusalén a los sumos sacerdotes y escribas del pueblo , sólo cuando se junten ambos conocimientos se podrá conseguir la respuesta que nuestro corazón busca.
Antonio Yagüe
Dr. en Ciencias Geológicas
Comentarios