A propósito de «Madrid-Arena»
Muchas veces les he dicho y les digo a los jóvenes que no beban en charcos, cuando pueden beber agua viva y limpia: hay una inagotable fuente que es la única capaz de saciar su sed, su búsqueda y su esperanza de una felicidad que colme y dé la verdadera plenitud
Estos días, todos hemos sufrido con la muerte en la sala «Madrid-Arena» de cuatro jóvenes, unas niñas casi todavía, durante una fiesta; con sus familias, muy unidos a ellas en pena y plegaria, hemos vivido con muchísimo dolor y gran preocupación este suceso. Los comentarios se han centrado posteriormente en aclarar los hechos y en señalar responsabilidades. Está bien. Pero el problema es bastante más hondo que eso. ¿Qué es lo que les ofrecemos, qué le ofrece nuestra sociedad a los jóvenes: «fiestas», «movida», «botellón»,...? ¿Alguien piensa que todo eso les «llena a los jóvenes», que les puede satisfacer, o son más bien sucedáneos que los astragan, esclavizan, desvían y vacían? No creo que la «movida», las macrofiestas, o el botellón les llene.
Hace unos años un joven, inmerso en todas esas cosas, me decía algo que me impresionó por su franqueza; quedó muy grabado en mi memoria; algo que también he escuchado otras veces a no pocos jóvenes: «Cómo quieres que nos llene, me decía aquel joven, la “marcha y la movida”, los viernes y los sábados noche? ¿O es que te crees que los jóvenes somos unos ‘descerebrados’? ¿A quién le puede llenar cargarse de alcohol, o ‘estimularse’ con droga, o ‘acostarse’ con quien sea si te ‘apetece’? Eso no puede llenar, lo que se dice ‘llenar’, a nadie. Siempre te deja el vacío que tienes que volver a intentar apagar la semana siguiente. Y entre tanto el aburrimiento, el tedio o el vacío». Como este joven sincero, tampoco creo que puede llenar, pero tal vez no encuentran «algo mejor», o no lo buscan, o no se les ofrece, o no se lo ofrecemos. Pero, en realidad, ¿qué buscan y esperan? Porque, con toda certeza, su corazón busca y espera. Con todo lo que pueda parecer, y con lo que algunos, tal vez, piensen de los jóvenes de ahora, la vida, gracias a Dios, no ha cerrado ni apagado anhelos muy profundos y nobles dentro de ellos. Buscan ser felices (ellos dicen «pasarlo bien»); ánhelan llegar a ser libres de verdad; aman la vida y quieren vivir plenamente, «a tope»; les apasiona vivir con alegría, aunque el tedio y el aburrimiento, a veces, hagan presa de su corazón; anhelan que hayan un futuro grande, nuevo, para ellos, y que los llene de esperanza; tienen sed de verdad y les gustaría en lo más íntimo de ellos que los quieran, los comprendan, y también querer a los demás; buscan la justicia, la autenticidad, la lealtad, el amor no interesado, la comunicación sincera, Dios; quieren la paz, la tolerancia; quieren y necesitan urgentemente trabajo para todos. Buscan, aunque no estén muy seguros, que haya un sentido para la vida o que la vida tenga sentido. Con toda sinceridad y verdad, los jóvenes saben muy bien que a esos deseos suyos tan estupendos, y otros más, igual de grandes y nobles o más, cierto que la «movida», el botellón, o las macrofiestas o esas fiestas paganas” (importadas, como la del otro día, minadas de desesperanza y deshumanización), nos les dan la respuesta. No pueden darla ni la darán nunca, jamás. Se piden «medidas», y se buscan, tras lo acaecido, responsabilidades. Pero la respuesta no hay que buscarla sólo ahí, buscarla más allá.
Mientras no se den las respuestas verdaderas a sus anhelos más profundos, a sus búsquedas y esperanzas más grandes de ellos -las que corresponden a hombres y mujeres jóvenes- no se habrá avanzado nada o poco. Es la familia, es el sistema educativo, son los medios de comunicación, es la sociedad, es la Iglesia, son los jóvenes mismos. Es conocido que el «negocio de la juventud» es uno de los mayores negocios, uno de los que mueve más dinero a nivel mundial; los jóvenes son «clientes consumidores» de ese «negocio», devorador y generador de «víctimas». Parece normal, por razones obvias, que a ese «negocio» superpoderoso, unidos a otros intereses y poderes ideológicos, no interese que los jóvenes encuentren respuestas a sus necesidades más vivas. Pero lo que resulta extraño es que la sociedad y quienes estamos dentro de ella, personas e instituciones -instancias sociales, educativas, religiosas, políticas, las familias, las asociaciones, los medios de comunicación social,.... . - no reaccionemos de manera adecuada, tengamos cierto miedo o pudor a decir y actuar de otra manera coherente, o no nos esforcemos suficientemente en encontrar y ofrecer lo que los jóvenes andan necesitando. Urge que no les ofrezcamos «sucedáneos», que no nos «apuntemos» a la permisividad y al relativismo que tanto corroen y destruyen, que sepamos ofrecerles respuesta a su búsqueda de sentido; que sepamos abrirles a las nuevas generaciones un nuevo horizonte de verdad y sentido, un horizonte verdaderamente humano y moral, una formación con principios, fundamento, valores y fines que les permitan, como hombres y mujeres, existir en el mundo no sólo como consumidores, sino como personas, capaces y necesitadas de algo que otorgue a su existir dignidad, verdad y dicha de realizarse conforme a lo más propio del hombre. Nadie parece que se atreva a ser formador, a educar. Y esto es grave. Pero son ellos mismos, los jóvenes, los llamados a buscar y encontrar la respuesta y a seguirla. No pueden escaquearse. Lo tienen en sus manos. Tienen muy cerca la respuesta, está a su puerta, llama, espera. Lo saben, aunque se hayan olvidado, o les dé miedo escucharla y seguirla. Les dirán que no merece la pena, que se está mejor en el «rollo», o que lo «pasarán» mejor sin esas otras cosas.
Muchas veces les he dicho y les digo a los jóvenes que no beban en charcos, cuando pueden beber agua viva y limpia: hay una inagotable fuente que es la única capaz de saciar su sed, su búsqueda y su esperanza de una felicidad que colme y dé la verdadera plenitud. La fuente viva es Jesucristo: Él sí que sacia y colma más allá de lo que esperamos, es a quien buscan aún sin saberlo. Que vengan a Él los que están cansados y agobiados; El les aliviará y dará descanso, felicidad, sentido, vida plena y eterna. Verán cómo no defrauda y todo cambia y se llena de luz y esperanza.
Me atrevo a decirles a los jóvenes: «No destruyáis vuestras cualidades y valores, la verdad más honda y auténtica vuestra, poniéndoos al servicio de poderes del mal que existen en el mundo, ni os dejéis arrastrar por corrientes efímeras que anulan vuestra libertad. ¿Os dejaréis engañar por esos poderes o por esas corrientes, o “ambiente”, envolvente traidor y cazador cual tela de araña, que pretenden convertiros en instrumentos fáciles y manipulables al servicio de una cultura, mejor pseudocultura, relativista, permisiva, insolidaria, individualista, y sin horizontes?». Caeréis en la tentación de alienar el precioso don de vuestra vida con el poder del alcohol, o de la droga asesina y destructora, la fuerza cegadora del hedonismo, del sexo fácil, de la permisividad o del disfrute a toda costa, o la prepotencia irracional de la violencia? Probad a abriros a Cristo, veréis cómo todo cambia. No perdáis la esperanza. No la perdamos nadie. Que la sociedad cambie, eduque en la verdad: se llenará de luz.
© La Razón
Hace unos años un joven, inmerso en todas esas cosas, me decía algo que me impresionó por su franqueza; quedó muy grabado en mi memoria; algo que también he escuchado otras veces a no pocos jóvenes: «Cómo quieres que nos llene, me decía aquel joven, la “marcha y la movida”, los viernes y los sábados noche? ¿O es que te crees que los jóvenes somos unos ‘descerebrados’? ¿A quién le puede llenar cargarse de alcohol, o ‘estimularse’ con droga, o ‘acostarse’ con quien sea si te ‘apetece’? Eso no puede llenar, lo que se dice ‘llenar’, a nadie. Siempre te deja el vacío que tienes que volver a intentar apagar la semana siguiente. Y entre tanto el aburrimiento, el tedio o el vacío». Como este joven sincero, tampoco creo que puede llenar, pero tal vez no encuentran «algo mejor», o no lo buscan, o no se les ofrece, o no se lo ofrecemos. Pero, en realidad, ¿qué buscan y esperan? Porque, con toda certeza, su corazón busca y espera. Con todo lo que pueda parecer, y con lo que algunos, tal vez, piensen de los jóvenes de ahora, la vida, gracias a Dios, no ha cerrado ni apagado anhelos muy profundos y nobles dentro de ellos. Buscan ser felices (ellos dicen «pasarlo bien»); ánhelan llegar a ser libres de verdad; aman la vida y quieren vivir plenamente, «a tope»; les apasiona vivir con alegría, aunque el tedio y el aburrimiento, a veces, hagan presa de su corazón; anhelan que hayan un futuro grande, nuevo, para ellos, y que los llene de esperanza; tienen sed de verdad y les gustaría en lo más íntimo de ellos que los quieran, los comprendan, y también querer a los demás; buscan la justicia, la autenticidad, la lealtad, el amor no interesado, la comunicación sincera, Dios; quieren la paz, la tolerancia; quieren y necesitan urgentemente trabajo para todos. Buscan, aunque no estén muy seguros, que haya un sentido para la vida o que la vida tenga sentido. Con toda sinceridad y verdad, los jóvenes saben muy bien que a esos deseos suyos tan estupendos, y otros más, igual de grandes y nobles o más, cierto que la «movida», el botellón, o las macrofiestas o esas fiestas paganas” (importadas, como la del otro día, minadas de desesperanza y deshumanización), nos les dan la respuesta. No pueden darla ni la darán nunca, jamás. Se piden «medidas», y se buscan, tras lo acaecido, responsabilidades. Pero la respuesta no hay que buscarla sólo ahí, buscarla más allá.
Mientras no se den las respuestas verdaderas a sus anhelos más profundos, a sus búsquedas y esperanzas más grandes de ellos -las que corresponden a hombres y mujeres jóvenes- no se habrá avanzado nada o poco. Es la familia, es el sistema educativo, son los medios de comunicación, es la sociedad, es la Iglesia, son los jóvenes mismos. Es conocido que el «negocio de la juventud» es uno de los mayores negocios, uno de los que mueve más dinero a nivel mundial; los jóvenes son «clientes consumidores» de ese «negocio», devorador y generador de «víctimas». Parece normal, por razones obvias, que a ese «negocio» superpoderoso, unidos a otros intereses y poderes ideológicos, no interese que los jóvenes encuentren respuestas a sus necesidades más vivas. Pero lo que resulta extraño es que la sociedad y quienes estamos dentro de ella, personas e instituciones -instancias sociales, educativas, religiosas, políticas, las familias, las asociaciones, los medios de comunicación social,.... . - no reaccionemos de manera adecuada, tengamos cierto miedo o pudor a decir y actuar de otra manera coherente, o no nos esforcemos suficientemente en encontrar y ofrecer lo que los jóvenes andan necesitando. Urge que no les ofrezcamos «sucedáneos», que no nos «apuntemos» a la permisividad y al relativismo que tanto corroen y destruyen, que sepamos ofrecerles respuesta a su búsqueda de sentido; que sepamos abrirles a las nuevas generaciones un nuevo horizonte de verdad y sentido, un horizonte verdaderamente humano y moral, una formación con principios, fundamento, valores y fines que les permitan, como hombres y mujeres, existir en el mundo no sólo como consumidores, sino como personas, capaces y necesitadas de algo que otorgue a su existir dignidad, verdad y dicha de realizarse conforme a lo más propio del hombre. Nadie parece que se atreva a ser formador, a educar. Y esto es grave. Pero son ellos mismos, los jóvenes, los llamados a buscar y encontrar la respuesta y a seguirla. No pueden escaquearse. Lo tienen en sus manos. Tienen muy cerca la respuesta, está a su puerta, llama, espera. Lo saben, aunque se hayan olvidado, o les dé miedo escucharla y seguirla. Les dirán que no merece la pena, que se está mejor en el «rollo», o que lo «pasarán» mejor sin esas otras cosas.
Muchas veces les he dicho y les digo a los jóvenes que no beban en charcos, cuando pueden beber agua viva y limpia: hay una inagotable fuente que es la única capaz de saciar su sed, su búsqueda y su esperanza de una felicidad que colme y dé la verdadera plenitud. La fuente viva es Jesucristo: Él sí que sacia y colma más allá de lo que esperamos, es a quien buscan aún sin saberlo. Que vengan a Él los que están cansados y agobiados; El les aliviará y dará descanso, felicidad, sentido, vida plena y eterna. Verán cómo no defrauda y todo cambia y se llena de luz y esperanza.
Me atrevo a decirles a los jóvenes: «No destruyáis vuestras cualidades y valores, la verdad más honda y auténtica vuestra, poniéndoos al servicio de poderes del mal que existen en el mundo, ni os dejéis arrastrar por corrientes efímeras que anulan vuestra libertad. ¿Os dejaréis engañar por esos poderes o por esas corrientes, o “ambiente”, envolvente traidor y cazador cual tela de araña, que pretenden convertiros en instrumentos fáciles y manipulables al servicio de una cultura, mejor pseudocultura, relativista, permisiva, insolidaria, individualista, y sin horizontes?». Caeréis en la tentación de alienar el precioso don de vuestra vida con el poder del alcohol, o de la droga asesina y destructora, la fuerza cegadora del hedonismo, del sexo fácil, de la permisividad o del disfrute a toda costa, o la prepotencia irracional de la violencia? Probad a abriros a Cristo, veréis cómo todo cambia. No perdáis la esperanza. No la perdamos nadie. Que la sociedad cambie, eduque en la verdad: se llenará de luz.
© La Razón
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