Vacaciones por semanas

Una muestra de lo anticuada que es la legislación laboral española la encontramos en la duración de las vacaciones, establecida en meses completos, aunque luego trabajadores y empresas puedan llegar a arreglos más flexibles o fraccionados. Pero en principio se trata de un mes, cuyo inicio no siempre coincide en lunes o termina el fin de semana. Ese año, por ejemplo, agostó empezó en miércoles, partiendo la semana por la mitad, y terminará en viernes, aprovechándose, sus beneficiarios, de dos días extra del fin de semana siguiente, con lo cual las vacaciones de agosto durarán de hecho 33 días, unas de las más largas del mundo. Como además la inmensa mayoría de trabajadores y funcionarios prefieren disfrutarlas en agosto, el país medio se paraliza, con el consiguiente perjuicio para la marcha de la economía.

En los países más desarrollados, el período vacacional se mide por semanas completas. Comienzan por tanto, un lunes, y concluyen el domingo de la semana que sea. En algunas partes duran cuatro semanas, aunque en Estados Unidos, por ejemplo, en la industria, el comercio y los servicios, sólo tienen tres, y a veces repartidas a lo largo del año, no concentradas todas en una mismas fechas. Lógicamente su productividad es mucho más alta que la española.

En España, si las vacaciones se fijaran en cuatro semanas completas, quedarían establecidas en 28 días, más las dos jornadas finales de la semana previa al tiempo vacacional, los días reales de vacación serían de 30, los mismos que en junio o septiembre ahora. Ello supondría un importante beneficio a la empresa privada, porque le permitiría programar su actividad de una manera más racional. Romper la semana laboral por la mitad, es la mejor manera de romper el ritmo productivo, tan perjudicial como los puentes o “viaductos” que “caen” en mitad de semana, sin provecho para nadie

Los sindicatos “mayoritarios”, correas de transmisión de los partidos de izquierda y cuya representación laboral se reduce a sus propios liberados y no mucho más, seguro que ante una propuesta de este tipo, pondrían el grito en el cielo y la rechazarían de plano, porque lo suyo es decir NO a todo, como el ministro aquel (comisario del pueblo) de Asuntos Exterfiores de la URSS en tiempos de Stalin, Viacheslav Molotov, al que en la ONU llamaban Mr. No. O un personaje de la película “El último cuplé” de Sara Montiel, que aparecía en las tertulias políticas de los cafés de la época, diciendo siempre: “No sé de qué están hablando, pero me opongo”.

Sin embargo la racionalidad en el sector laboral se impone, simplemente para sobrevivir en medio de una competencia tan dura en un mundo cada vez con menos fronteras. Lo mismo que el despido más o menos libre, aunque sólo sea para facilitar el empleo. Si no hay miedo a despedir, no hay miedo a contratar. Se quiera o no, al final cada empresa tiene sólo la plantilla que necesita, que siempre será la mínima por temor a las trabas y problemas que llevan consigo los despidos. Vivir todavía en ciertos aspectos del reglamentismo de José Antonio Girón de Velasco, o aprovecharse de la timidez del PP en este campo, es una manera segura de impedir el salto adelante que necesita nuestro desarrollo nacional y la creación de empleo, tal como piden nuestros socios comunitarios. La rigidez en las estructuras económicas sólo beneficia a los apoltronados en los viejos esquemas, por ejemplo, los sindicaleros, pero daña gravemente a los millones de parados que claman por un puesto de trabajo. Pero a esos los desprecian los sindicatos del régimen, del régimen actual, se entiende.