Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Horarios comerciales y domingos


En la práctica esta mayor libertad de horarios no alterará apenas lo que está ya alterado.

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

La libertad de horarios comerciales decretada por la innovadora presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, ha provocado alguna objeción o reparo en ciertas personas por motivos religiosos. Temen, y no les falta al menos una pizca de razón, que ello puede degradar aún más el sentido sagrado del Día del Señor. Sin embargo hemos de reconocer, que la degradación del domingo como fiesta fundamentalmente de carácter religioso, hace muchos años, pero muchos, que empezó a perder su esencia religiosa. Los acontecimientos deportivos de masas, la holganza de fin de semana que se toman muchas personas, la escapada a la segunda vivienda de la sierra o la playa, el día en la nieve durante el invierno, las compras en las grandes superficies que ya abrían prácticamente cuando querían, etc., dejaron los domingos en un día más, pero sin la obligación de fichar en el trabajo. Es decir que en la práctica esta mayor libertad de horarios no alterará apenas lo que está ya alterado.

Esta nueva situación de más libertad comercial se veía venir. No ha tenido, por tanto, que pillarnos desprevenidos. Ya se hallaba extendida con la máxima amplitud en las zonas turísticas. Además, por simple contagio, se propagará, más pronto que tarde, por toda esta nación que sigue siendo España, aparte de que el público ha recibido la novedad de muy buen grado. Los vientos soplan en contra de los corsés burocráticos y reglamentista, verdaderas barreras contra la expansión económica, fuente de creación de puestos de trbajo.

De todas maneras, no hay que alimentar temores por lo que a la práctica religiosa dominical se refiere. Fijémonos en la Iglesia católica norteamericana, cada ver más sólida y misionera. Superados los grandes trastornos “progres” post conciliares, ahora ofrece una imagen robusta y renovada, con muchas vocaciones y las iglesias llenas en las misas del Día del Señor. Queda todavía algún rescoldo de disidencia dentro de algunos sectores minoritarios monjiles (como en España), que caminan por los vericuetos de la vida con el reloj muy atrasado, pero esos espasmos retardados no afectan al común de los fieles, que parecen ignorar a los corrillos amigos del espectáculo al modo de la monja benedictina catalana Teresa Forcades.

Algo sé de lo que hablo, porque durante una veintena de años, mientras vivió mi mujer, pasábamos anualmente como poco cuatro semanas con base en Denver donde vive una hija nuestra, muy comprometida con su parroquia, igual que sus dos hijas, ahora de catorce y doce años de edad. En esas estancias, rodamos como peonzas por muchos lugares del inmenso territorio USA, sin saber ni palote de inglés. Tampoco nos hizo mucha falta, porque cuando más apurados estábamos para entender o hacernos entender en esa lengua bárbara que es el inglés, aparecía el chicanito de turno, acaso un sin papales, que se prestaba amablemente a servirnos de intérprete.

En ese movernos como rabos de lagartija de acá para allá, oímos misa en los lugares más dispares e insólitos. Desde la catedral de San Patricio de Nueva York y la de la Inmaculada de Denver, hasta en una pequeña capilla perdida en plenas Montañas Rocosas, regida por un pastor protestante que los sábados y domingos cedía su uso, a determinadas horas, al culto católico. O en el santuario de la Madre Cabrini (santa Francisca Javier, fundadora de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón y apóstol de los emigrantes italianos a EE.UU.) sito en Golden (Colorado). Las misas, oficiadas en todos los templos por supuesto en inglés, nos dejaban a dos velas, pero daba igual. La maravilla de la universalidad (catolicidad) de la Iglesia católica, expresada en la uniformidad del rito donde quiera que estés, suplía nuestra falta del don de lenguas. Y siempre, en todas partes, las iglesias llenas. La libertad de horarios comerciales no es obstáculo para asistir a misa.

Definitivamente, la paulatina pérdida de asistencia a la Eucaristía dominical en España, no irá a peor con esta liberalización. El origen de la enfermedad hay que buscarla en otras causas, en la falta de músculo de no pocos pastores, en la flacidez religiosa de nosotros mismos, en el envejecimiento y cansancio de numerosas órdenes y congregaciones religiosas, más ricas que entusiastas. Cuándo despertaremos, cuándo tomaremos ejemplo de los denostados gringos, avanzadilla de la nueva evangelización. De sus catequesis parroquiales, de la cuidada solemnidad y el buen orden de sus eucaristías, de la participación activa de los parroquianos en las actividades de las parroquias, etc., etc. Cuánto bien les haría a la generalidad de los sacerdotes españoles pasar unas buenas “vacaciones” en aquellas parroquias. ¡Cuánto tenemos que aprender de ellos! Aunque estoy seguro que nadie recogerá el guante para sacarnos de la rutina y la modorra. Y seguiremos yendo a menos si Dios no lo remedia. Luego, con echar la culpa a otros o al empedrado, todo explicado.
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