Primero de Mayo apolillado
Los sindicaleros de ahora van a la zaga en eso de sacar provecho de lo que otros sudaron y sufrieron.
Los sindicatos celebraron, como manda su santoral laico y reivindicativo, el Primero de Mayo, Día Internacional del Trabajo, que en muchas partes, como Estados Unidos y Canadá, ni se festeja siquiera, aunque los hechos sangrientos que dan origen a esta conmemoración ocurrieron en Chicago entre los días 1 y 4 de mayo de 1886. Una huelga convocada para el día 1 por elementos anarquistas exigiendo la jornada laboral de ocho horas, paralizó toda la industria de Chicago, a la sazón la segunda ciudad más populosa y fabril de EE.UU. No se sumaron al paro los trabajadores de McCormic, fabricante de maquinaria agrícola, que hicieron oídos sordos a las consignas sindicales, y por ello tildados de esquiroles.
El día 2 hubo de nuevo manifestaciones, disueltas por la policía con modales poco versallescos. El día 3 se repitieron los tumultos frente a dicha fábrica, donde los huelguistas esperaron a la salida de un turno de trabajo para sacudir de lo lindo a los “rompehuelgas”. Se montó una batalla campal, en la que finalmente intervino la policía que acabó disparando contra los revoltosos causando seis murtos y decenas de heridos. El periodista de origen alemán, Ficher, anarquista, publicó un panfleto verdaderamente incendiario haciendo un llamamiento a los huelguistas para concentrarse al día siguiente por la tarde, en el parque Haymarket. El alcalde autorizó la concentración pero durante el acto estalló una bomba de origen anónimo entre las filas de la policía que mató a un guardia e hirió a bastantes de ellos. Los policías reaccionaron enfurecidos, disparando contra todo lo que se movía, ocasionando a los concentrados numerosos muertos y heridos. Se declaró el estado de sitio y el toque de queda. La prensa clamó colérica contra los anarquistas y se procedió a la detención de centenares de obreros.
El resultado final de estas jornadas violentas fue, después de un largo proceso, la condena de ocho anarquistas, dirigentes obreros: Samuel Fielden, inglés, 39 años, pastor metodista, operario textil, a cadena perpetua; Oscar Neebe, norteamericano, 36 años, vendedor, a 15 años de trabajos forzados; Michael Schwab, 33 años, alemán, a cadena perpetua. Y los cinco siguientes a morir en la horca: Georg Engel, alemán, 50 años, tipógrafo; Adolf Ficher, alemán, 30 años, periodista, autor del panfleto antes citado; Albert Parsons, norteamericano, 39 años, periodista, se probó que no estuvo en el lugar de los hechos, pero se entregó voluntariamente para correr la suerte de sus compañeros; August Spies, alemán, 31 años, periodista, y Louis Lingg, alemán, 22 años, carpintero, que se suicidó en su celda antes de ser ajusticiado. La condena se cumplió el 11 de noviembre de 1887. El Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional, celebrado en París en 1889, apropiándose del sacrificio ajeno, acordó rendir homenaje a los mártires de Chicago (anarquistas) todos los Primeros de Mayo, con manifestaciones y algaradas callejeras si venía al caso. La Organización Sindical de los tiempos de Franco, quiso también sacar tajada de la efemérides con aquellas aparatosas demostraciones folklóricas de la Obra de Educación y Descanso en el estadio de Santiago Bernabeu, en la rebautizada festividad de “San José Artesano”, que ya eran ganas de mezclar el credo con la salve y adulterar la historia.
Pero tampoco los sindicaleros de ahora van a la zaga en eso de sacar provecho de lo que otros sudaron y sufrieron. Por lo pronto hay que ver los disfraces de los manifestantes de nuestros días, con sus pañoletas rojas, como si fueran a los encierros de San Fermín, muchas banderas también bermejas (a estas alturas de la película), y alguna que otra republicana que difundió don Alejandro Lerroux –el jefe político de mi padre- y adoptó la nefasta Segunda República.
Este año, el pretexto para montar su número ha sido la reforma laboral, con un lenguaje desgarrado, insultante y tosco que no lo habría mejorado ni el Largo Caballero de las jornadas aciagas de octubre 1934, ni el demagogo profesional don Inda. Los sindicaleros de nuestros días “exigen” que el Gobierno se siente a negociar con ellos. A negociar, qué. En virtud de qué norma o principio democrático tienen que ser tenidos en cuenta para negociar nada si no representan a nadie. En todo caso a ellos solos, y sólo a ellos, los famosos liberados. En la democracia de sufragio universal que tenemos en España, la única representatividad política legítima es la que sale de las urnas, y esa tiene su representación en las Cortes. Si los sindicatos llamados de “clase”, o sea políticos, a través de sus partidos asociados, no tienen diputados suficientes para imponer sus propuestas mayormente demagógicas, no hay nada que negociar con ellos, por mucho que monten jolgorios callejeros y vociferen en la calle. En todo caso sus gritos y gestos amenazantes, puñete en alto, no lograrán frenar el declive imparable de estos sindicatos de otros tiempos, restos apolillados y desfasados de la lucha de clases decimonónica y primera mitad del siglo XX. El progreso tecnológico y educativo y la revolución informática se ocuparán de darles la puntilla.
El día 2 hubo de nuevo manifestaciones, disueltas por la policía con modales poco versallescos. El día 3 se repitieron los tumultos frente a dicha fábrica, donde los huelguistas esperaron a la salida de un turno de trabajo para sacudir de lo lindo a los “rompehuelgas”. Se montó una batalla campal, en la que finalmente intervino la policía que acabó disparando contra los revoltosos causando seis murtos y decenas de heridos. El periodista de origen alemán, Ficher, anarquista, publicó un panfleto verdaderamente incendiario haciendo un llamamiento a los huelguistas para concentrarse al día siguiente por la tarde, en el parque Haymarket. El alcalde autorizó la concentración pero durante el acto estalló una bomba de origen anónimo entre las filas de la policía que mató a un guardia e hirió a bastantes de ellos. Los policías reaccionaron enfurecidos, disparando contra todo lo que se movía, ocasionando a los concentrados numerosos muertos y heridos. Se declaró el estado de sitio y el toque de queda. La prensa clamó colérica contra los anarquistas y se procedió a la detención de centenares de obreros.
El resultado final de estas jornadas violentas fue, después de un largo proceso, la condena de ocho anarquistas, dirigentes obreros: Samuel Fielden, inglés, 39 años, pastor metodista, operario textil, a cadena perpetua; Oscar Neebe, norteamericano, 36 años, vendedor, a 15 años de trabajos forzados; Michael Schwab, 33 años, alemán, a cadena perpetua. Y los cinco siguientes a morir en la horca: Georg Engel, alemán, 50 años, tipógrafo; Adolf Ficher, alemán, 30 años, periodista, autor del panfleto antes citado; Albert Parsons, norteamericano, 39 años, periodista, se probó que no estuvo en el lugar de los hechos, pero se entregó voluntariamente para correr la suerte de sus compañeros; August Spies, alemán, 31 años, periodista, y Louis Lingg, alemán, 22 años, carpintero, que se suicidó en su celda antes de ser ajusticiado. La condena se cumplió el 11 de noviembre de 1887. El Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional, celebrado en París en 1889, apropiándose del sacrificio ajeno, acordó rendir homenaje a los mártires de Chicago (anarquistas) todos los Primeros de Mayo, con manifestaciones y algaradas callejeras si venía al caso. La Organización Sindical de los tiempos de Franco, quiso también sacar tajada de la efemérides con aquellas aparatosas demostraciones folklóricas de la Obra de Educación y Descanso en el estadio de Santiago Bernabeu, en la rebautizada festividad de “San José Artesano”, que ya eran ganas de mezclar el credo con la salve y adulterar la historia.
Pero tampoco los sindicaleros de ahora van a la zaga en eso de sacar provecho de lo que otros sudaron y sufrieron. Por lo pronto hay que ver los disfraces de los manifestantes de nuestros días, con sus pañoletas rojas, como si fueran a los encierros de San Fermín, muchas banderas también bermejas (a estas alturas de la película), y alguna que otra republicana que difundió don Alejandro Lerroux –el jefe político de mi padre- y adoptó la nefasta Segunda República.
Este año, el pretexto para montar su número ha sido la reforma laboral, con un lenguaje desgarrado, insultante y tosco que no lo habría mejorado ni el Largo Caballero de las jornadas aciagas de octubre 1934, ni el demagogo profesional don Inda. Los sindicaleros de nuestros días “exigen” que el Gobierno se siente a negociar con ellos. A negociar, qué. En virtud de qué norma o principio democrático tienen que ser tenidos en cuenta para negociar nada si no representan a nadie. En todo caso a ellos solos, y sólo a ellos, los famosos liberados. En la democracia de sufragio universal que tenemos en España, la única representatividad política legítima es la que sale de las urnas, y esa tiene su representación en las Cortes. Si los sindicatos llamados de “clase”, o sea políticos, a través de sus partidos asociados, no tienen diputados suficientes para imponer sus propuestas mayormente demagógicas, no hay nada que negociar con ellos, por mucho que monten jolgorios callejeros y vociferen en la calle. En todo caso sus gritos y gestos amenazantes, puñete en alto, no lograrán frenar el declive imparable de estos sindicatos de otros tiempos, restos apolillados y desfasados de la lucha de clases decimonónica y primera mitad del siglo XX. El progreso tecnológico y educativo y la revolución informática se ocuparán de darles la puntilla.
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