Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

El copago farmacéutico inevitable


Como a ningún jubilado le costaba a un solo céntimo cualquier medicamento que se le antojara tener en casa por si acaso, pues a pedir, que por pedir no quede.

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

Se veía venir desde hace años. Lo sorprendente es que haya tardado tanto tiempo en implantarse. Era un escándalo. Los viejitos, entre los que me encuentro, acumulaban verdaderos almacenes de medicamentos en sus hogares que caducaban, lógicamente, con el tiempo, y el enorme gasto que ello suponía al sistema sanitario “universal y gratuito”, aunque alguien tenía que pagar por supuesto la factura. Como a ningún jubilado le costaba a un solo céntimo cualquier medicamento que se le antojara tener en casa por si acaso, pues a pedir, que por pedir no quede. Ya lo dice la sabiduría popular expresada en los refranes: “de lo que no cuesta, se llena la cesta”.

Ibas a la farmacia y veías a otros clientes que llevaban auténticos tacos de recetas en rojo para esto, lo otro y lo de más allá. A mí, que soy lego en materia sanitaria, siempre me ha parecido que si un solo paciente se toma tal cantidad de medicamentos, tiene finalmente que reventar a la fuerza. Entiendo que haya enfermos crónicos, mayores y menos mayores, que requieran tratamientos específicos y prolongados, por caros que sean, y que necesiten un trato más protegido, sobre todo si carecen de recursos económicos, pero el gratis total sólo conduce a abusos y despilfarro. En sanidad y en todo. Y no sólo los viejitos. Ahí tenemos lo que se ha dado en llamar turismo sanitario, que ciertamente existe. O las familias marroquíes más que numerosas. Sólo hay que pararse en las salas de espera de hospitales y centros de salud para observarlo. A veces tienes la impresión de que nos han vuelto a invadir las huestes de Tarik y Muza, aunque sin lanza ni alfanje, pero con todas las mujeres de su aduar y las respectivas proles, que no son menguadas. Como además las moras no suelen trabajar fuera de sus hogares, pues no producen ni cotizan, sólo consumen, en particular los servicios y productos sanitarios –mayormente gratuitos hasta ahora,- que pagan los odiados infieles.

Ironías y lamentos aparte, es evidente que había que poner algún coto a tanto desmadre. Todos éramos conscientes de que no podía seguirse por el camino que llevaba la sanidad “universal y gratuita”, muy espectacular para el lucimiento de políticos populistas y manirrotos, pero que nos llevaba a la quiebra del sistema y a la ruina del país, como estamos viendo y sufriendo ahora. Podría haberse pedido a los médicos que fueran más comedidos a la hora de extender recetas a petición de parte –del viejito que surte a toda la familia, pongo por caso- pero tampoco podemos exigir a los galenos que hagan de gendarmes del sistema sanitario. Las locuras demagógicas de los políticos no podemos descargarlas en las espaldas de los médicos, sobre todo los de familia, que no sería correcto que asumieran el papel de malos de la película, precisamente ellos que se relacionan a diario con su clientela doliente. Se trataba de una decisión que debían tomar gobernantes y legisladores, y así lo han hecho como es su obligación.

Para terminar yo no creo que la medida tenga ningún propósito recaudatorio, que en todo caso no será muy sustancioso, sino disuasorio, didáctico, que haga ver sobre todo al inmenso colectivo de jubilados, cada vez más numeroso y costoso por el simple hecho de su creciente longevidad, que en esta vida nada es totalmente gratis, ni siquiera el aire que respiramos, que cada día requiere más medidas depuradoras, aunque esto último no hay que decirlo muy alto, no sea cosa que se enteren los sacamantecas de Hacienda y nos frían todavía mas con mayores impuestos para depurar la atmósfera y las almas de los pecaminosos consumidores. Pero, en fin, no está de más que se haga algo para limitar el despilfarro farmacéutico.
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