Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Aclaraciones a Fernández de la Cigoña


La distinta óptica con que Fernández de la Cigoña y yo vemos los hechos eclesiásticos acaso obedezca a cuestiones que van más allá del mero estilo literario de cada cual.

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

El lunes de la semana pasada publiqué un artículo en estas páginas titulado “Críticos desmedidos dentro de la Iglesia”. Francisco José Fernández de la Cigoña, autor del blog “La cigüeña de la torre”, que tiene muchos seguidores, así como sus comentarios en “La Gaceta”, sintiéndose aludido, replicó inmediatamente. Por mi parte nada que objetar a su réplica, entre otros motivos porque, en efecto, iba por él mi reflexión, pero no de un modo exclusivo. Cuando redacté el artículo tenía también en mente a blogueros de otros medios que se ocupan de cuestiones de Iglesia, a los que tampoco cité por sus nombres. Quizás por eludir polémicas.

Paco Pepe, como le llaman a veces algunos de sus muchos lectores, supone que nuestras discrepancias obedecen a los diferentes estilos literarios. “Cada cual tiene el que tiene”, dice, aunque personalmente estimo que se debe más bien a una cuestión de conceptos no siempre coincidentes, o, tal vez, a las distintas escuelas de las que procedemos.

Me formé, aclaro, religiosa y apostólicamente, primero en los círculos de estudios y retiros de la Juventud de Acción Católica, siendo a la sazón consiliario nacional don Manuel Aparisi, y sucesivos presidentes Enrique Pastor, Manolo Alonso, Miguel García de Madariaga, Salvador Sánchez Terán, etc., y después en la HOAC (Guillermo Rovirosa, don Tomás Malagón, Teófilo Pérez Rey...). En cuanto al ejercicio periodístico lo inicié en el “Telegrama del Rif” de Melilla, y ya en Madrid, mientras estudiaba en la Escuela Oficial de Periodismo, donde me gradué en 1959, en el semanario “Signo”, órgano de la citada JAC. Aquel “Signo” de Pérez Lozano, Antonio Herrero Losada, Alejandro Fernández Pombo, Eduardo García Corredera, Pérez Cebrián, Eduardo Marco, hasta el mismísimo Jesús Hermida. Es decir, que toda mi vida religiosa e informativa estuvo, desde el principio, estrechamente ligada a la Acción Católica, a la que debo mucho de lo que he sido siempre. (Pese a ello, nunca tuve acceso al “Ya” ni a la COPE).

La Acción Católica se definía como “la participación de los seglares en el apostolado jerárquico de la Iglesia”, o lo que era lo mismo, el apostolado seglar bajo la dirección de la jerarquía. De ahí, mi respeto hacia los mitrados, sin ignorar, por supuesto, que también ellos, alguno de ellos en algún momento, pueda meter la pata. Pero ese posible lunar no quita el afecto que profeso a la generalidad de nuestros pastores. Enrique Miret, por otro lado buen amigo mío, me lo reprochaba cuando un servidor dirigía “Vida Nueva”. A quién debía defender, si no, ¿a los imaginados “teólogos” de la Juan XXIII?

En cuanto a la revista “¿Qué pasa?”, de Joaquín Pérez Madrigal, la leía de vez en cuando, aunque no compartía el estilo fogoso y combativo de su director, ni recuerdo -¡han pasado tantos años!- la sección de F. de la Cigoña, “Al pan, pan, y al vino, vino”. Leía aquella revista de color sepia impresa en hueco, si la memoria no me falla, para ver qué decía Pérez Madrigal, antiguo masón –como tantísimos políticos de su época republicana- diputado en las Cortes constituyentes de la II República por el partido Radical Socialista de Álvaro de Albornoz, Marcelino Domingo y Ángel Galarza. Formaba parte del grupo vociferante y anticlerical rabioso que don José Ortega y Gasset tildó de “jabalíes”, al que pertenecían también Ramón Franco, el capitán sublevado en Jaca Salvador Sediles, Balbontín, etc. En 1933 Pérez Madrigal se pasó al partido Radical Republicano de don Alejandro Lerroux, entonces ya situado en el centro político, en el que militaba mi padre, de talante tan pacífico que sus mejores amigos en el pueblo donde vivió y murió, eran carlistas, o sea la reedición en miniatura del abrazo de Vergara. Luego, cuando llegaban las elecciones, cada mochuelo a su olivo.

Pérez Madrigal, muy radical durante la República, lo siguió siendo cuando cambiaron las tornas, lo cual no significa que tuvieran que serlo también sus colaboradores. En 1955 hizo los Cursillos de Cristiandad, donde encontró la fe que tanto había combatido anteriormente. Durante el franquismo creó la revista “¿Qué pasa?”, alineada con el carlismo de toda la vida. A mí Pérez Madrigal me inspiraba un cierto respeto por el hecho de haber sido peón de Lerroux, el hombre “centrado” que pudo haber salvado la República y evitado la guerra civil, pero la troika malvada de Alcalá Zamora, Azaña y Prieto, aliados en este asunto, lo impidieron al arruinar políticamente a don Alejandro con aquella campaña infame a propósito de la ruleta fraudulenta del “straperlo”, como explico con detalle en mi libro El caos de la II República (Libros Libres, 2006). Cuento todo esto para expresar que la distinta óptica con que Fernández de la Cigoña y yo vemos los hechos eclesiásticos acaso obedezca a cuestiones que van más allá del mero estilo literario de cada cual.
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