«El País» enrojece... de ira
La gran osadía de estos periódicos engreídos, es que no se conforman con limitarse a su función de informar y comentar, incluso criticar la actualidad, sino que pretender dirigir el país.
Aclaro que enrojece de ira, porque un poquito colorado siempre está, aunque su modosa rojez pertenece más bien a la variedad de la “gauche divine”, a la izquierda de la gente guapa, acomodada, diletante, dueños en exclusiva de la razón y la verdad, que alguna vez vieron a un proletario fetén pero en fotografía.
Pues bien, “El País” andaba estos días atrás que se subía por las paredes, enfurecido, encabronado, echo una furia, a causa de ciertas reformas judiciales anunciadas por el flamante ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, hasta hace bien poco ojito derecho de los “paisanos” en el PP (igual les ha salido rana). Pero lo que ha terminado de rematar la faena, ha sido la sentencia absolutoria de Francisco Camps y su escudero Ricardo Costa, en ese enredo bufo de los trajes de “El Bigotes”, dictada por un jurado popular. ¡Fíjense que escarnio!
Eso se lo han hecho a “El País” y a sus amigos del alma, después de meses y meses de caza mayor inmisericorde, especialidad de la casa, de los dos encausados. Se ve que la mayoría de los miembros del tribunal popular de Valencia, no leen la Biblia por fascículos diarios de la progresía. Hacen bien. Yo tampoco la he leído nunca, ni siquiera cuando tenía la obligación de hacerlo, como redactor-jefe de la sección de nacional de la agencia Efe. Me bastaba ver los titulares. El resto lo daba por sabido y no me equivocaba. Conocía demasiado a sus cabezas rectoras, en particular a Juan Luis Cebrián Echarri. Además, una cosa tenía clara: haciendo lo contrario de lo que defendía dicho periódico, sabía que acertaba en lo que convenía a la causa que me era y me sigue siendo propia.
Al principio, cuando apareció “El País” en 1976, aún lo leía un poco, por simple curiosidad profesional, para ver qué derroteros seguía, pero en cuanto advertí que se estaba imponiendo el estilo espeso, plúmbeo, dogmático y maniqueo de su director, el hijo de Vicente Cebrián, que a su vez lo fue todo en la prensa del Movimiento Nacional (prueba de que en estos pagos seguían mandando los mismos, aunque cambiasen de chaqueta), dejé de leerlo. Me resultaba aburridísimo y cada vez más tendencioso. Pero si no lo leo, dirá algún lector perspicaz, ¿cómo me atrevo a llevarle la contraria? Muy fácil: me sirvo para estar al día de los resúmenes de prensa de los periódicos digitales. Son los únicos que veo. Me traen la información a casa y además gratis.
Inicialmente “El País” fue un periódico de escasa tirada, que a duras penas logró abrirse un hueco en el panorama, ciertamente anquilosado, del periodismo español. Pero llegó un momento en el que Polanco y Felipe González debieron de pactar una alianza de apoyo mutuo, porque los socialistas, en general de nueva planta, lo compraban a diario y lo llevaban consigo a todas partes, exhibiéndolo bajo el sobaco, aunque no sé si lo leían más allá de los titulares. Eso significó su despegue definitivo, terminando convirtiéndose en el santo y seña de la progresía andante.
La gran osadía de estos periódicos engreídos, es que no se conforman con limitarse a su función de informar y comentar, incluso criticar la actualidad, sino que pretender dirigir el país (nación), marcar la pauta que deben seguir los gobernantes no sólo nacionales, sino del mundo mundial, erigiéndose en portavoces a veces de cosmovisiones elaboradas en oscuros obradores, que sería el caso de “El País” (periódico). Aunque no es el único medio que en España se arroga funciones de intérprete y exponente de la “conciencia” nacional y aún internacional, sin que nadie les haya comisionado para ello.
Lo peor de “El País” son, en todo caso, esas cacerías desalmadas, sin ningún respeto a las personas y a su honor, que periódicamente emprende con saña y hasta crueldad contra personalidades a las que crucifica por simples motivos políticos o ideológicos. Es lo que hicieron con Camps y Costa. Es lo que están haciendo con la juez Coro Cillán, magistrada del juzgado de Instrucción núm. 43 de Madrid, porque pretende aclarar algunos extremos del terrible atentado del 11-M. Han dicho de ella que “tiene problemas con el alcohol” –o sea, que empina el codo- que es inestable y no sé qué cosas más, sin que el CGPJ haya sentado la mano a los difamadores. A lo más. una simple notita para salir del paso en defensa de la magistrada. ¿Temen a “El País” (periódico)? Si así fuera, indicaría que en este país (nación) alguien con espíritu inquisidor, pretende secuestrar la libertad y la dignidad nacionales.
Pues bien, “El País” andaba estos días atrás que se subía por las paredes, enfurecido, encabronado, echo una furia, a causa de ciertas reformas judiciales anunciadas por el flamante ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, hasta hace bien poco ojito derecho de los “paisanos” en el PP (igual les ha salido rana). Pero lo que ha terminado de rematar la faena, ha sido la sentencia absolutoria de Francisco Camps y su escudero Ricardo Costa, en ese enredo bufo de los trajes de “El Bigotes”, dictada por un jurado popular. ¡Fíjense que escarnio!
Eso se lo han hecho a “El País” y a sus amigos del alma, después de meses y meses de caza mayor inmisericorde, especialidad de la casa, de los dos encausados. Se ve que la mayoría de los miembros del tribunal popular de Valencia, no leen la Biblia por fascículos diarios de la progresía. Hacen bien. Yo tampoco la he leído nunca, ni siquiera cuando tenía la obligación de hacerlo, como redactor-jefe de la sección de nacional de la agencia Efe. Me bastaba ver los titulares. El resto lo daba por sabido y no me equivocaba. Conocía demasiado a sus cabezas rectoras, en particular a Juan Luis Cebrián Echarri. Además, una cosa tenía clara: haciendo lo contrario de lo que defendía dicho periódico, sabía que acertaba en lo que convenía a la causa que me era y me sigue siendo propia.
Al principio, cuando apareció “El País” en 1976, aún lo leía un poco, por simple curiosidad profesional, para ver qué derroteros seguía, pero en cuanto advertí que se estaba imponiendo el estilo espeso, plúmbeo, dogmático y maniqueo de su director, el hijo de Vicente Cebrián, que a su vez lo fue todo en la prensa del Movimiento Nacional (prueba de que en estos pagos seguían mandando los mismos, aunque cambiasen de chaqueta), dejé de leerlo. Me resultaba aburridísimo y cada vez más tendencioso. Pero si no lo leo, dirá algún lector perspicaz, ¿cómo me atrevo a llevarle la contraria? Muy fácil: me sirvo para estar al día de los resúmenes de prensa de los periódicos digitales. Son los únicos que veo. Me traen la información a casa y además gratis.
Inicialmente “El País” fue un periódico de escasa tirada, que a duras penas logró abrirse un hueco en el panorama, ciertamente anquilosado, del periodismo español. Pero llegó un momento en el que Polanco y Felipe González debieron de pactar una alianza de apoyo mutuo, porque los socialistas, en general de nueva planta, lo compraban a diario y lo llevaban consigo a todas partes, exhibiéndolo bajo el sobaco, aunque no sé si lo leían más allá de los titulares. Eso significó su despegue definitivo, terminando convirtiéndose en el santo y seña de la progresía andante.
La gran osadía de estos periódicos engreídos, es que no se conforman con limitarse a su función de informar y comentar, incluso criticar la actualidad, sino que pretender dirigir el país (nación), marcar la pauta que deben seguir los gobernantes no sólo nacionales, sino del mundo mundial, erigiéndose en portavoces a veces de cosmovisiones elaboradas en oscuros obradores, que sería el caso de “El País” (periódico). Aunque no es el único medio que en España se arroga funciones de intérprete y exponente de la “conciencia” nacional y aún internacional, sin que nadie les haya comisionado para ello.
Lo peor de “El País” son, en todo caso, esas cacerías desalmadas, sin ningún respeto a las personas y a su honor, que periódicamente emprende con saña y hasta crueldad contra personalidades a las que crucifica por simples motivos políticos o ideológicos. Es lo que hicieron con Camps y Costa. Es lo que están haciendo con la juez Coro Cillán, magistrada del juzgado de Instrucción núm. 43 de Madrid, porque pretende aclarar algunos extremos del terrible atentado del 11-M. Han dicho de ella que “tiene problemas con el alcohol” –o sea, que empina el codo- que es inestable y no sé qué cosas más, sin que el CGPJ haya sentado la mano a los difamadores. A lo más. una simple notita para salir del paso en defensa de la magistrada. ¿Temen a “El País” (periódico)? Si así fuera, indicaría que en este país (nación) alguien con espíritu inquisidor, pretende secuestrar la libertad y la dignidad nacionales.
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