De lo que ha pasado en España, debe aprender Europa
El zapaterismo ha culminado el desastre total allí donde se proclamaba innovador y portador de un modelo nuevo de sociedad.
por Mario Mauro
La derrota más abultada de la historia española para el gobierno más "estadolátrico". La distancia abismal (16% de los votos) entre los populares de Mariano Rajoy y los socialistas de José Luis Rodríguez Zapatero marca el extraordinario fracaso por la política económica española durante la crisis que ha llevado el desempleo a unos niveles insostenibles para el país. Esta gestión inaceptable de la cosa pública ha sido posible por la separación total de la realidad y de la vida de los ciudadanos españoles, por la enfermedad de haber concebido la política como un arma orientada a encandilar al pueblo soberano con palabras nuevas, pero privadas de sentido y de historia.
El zapaterismo ha culminado el desastre total allí donde se proclamaba innovador y portador de un modelo nuevo de sociedad. El hombre, la persona con sus necesidades, con su experiencia, con la raíz de su humanidad profunda, era un enemigo y no la piedra angular de la realidad. En su lugar, estaba sólo el proyecto ideológico, el proyecto de poder, el intento de conquistar hasta el último átomo del espacio civil. Ha perdido quien ha intentado reducir la experiencia misma de lo humano a esa lógica, siempre determinada por la abstracción y por la violencia de la ideología.
Más allá del resultado global de las elecciones, hay otro dato importantísimo: Amaiur, el partido heredero de Batasuna, brazo político de ETA, se convierte en el primer partido del País Vasco por número de escaños (seis). Victoria de los extremistas, por tanto. También aquí Zapatero ha dejado su marca, gracias a su visión, obstinadamente ideológica, de las relaciones con los radicales.
Sabemos que en España ni el Partido Popular ni el Partido Socialista tienen en su mano cifras que les permitan vencer y gobernar con constancia. Para ello, necesitan el apoyo de los partidos nacionalistas. Un apoyo que se puede buscar sobre la base de un diálogo auténtico, que afirme la tarea común de la nación española, o bien se puede establecer intentando poner las propias exigencias por encima de las del resto. En la ilusión de Zapatero, se ha pretendido hacer esto mediante una simplificación ideológica que ha servido para alejar la misión que España está llamada a desarrollar en la historia. Zapatero ha querido hacer suya la agenda nacionalista y ha infringido el gran pacto por las libertades y contra el terrorismo que habían firmado los dos grandes partidos españoles.
El nuevo gobierno, una vez más, tendrá que hacer cuentas con este drama y está llamado a ser testigo de la verdad, es decir, de la razón por la cual los motivos de pertenencia a un pueblo nunca deberían convertirse en ideología nacionalista. De lo que sucede en España debe aprender también Europa, que no puede pasar de ser la patria del derecho al supermercado de los derechos y empobrecerse así humana y económicamente.
Mariano Rajoy tiene una gran responsabilidad. Sabe muy bien que para levantar a un país que vive de rodillas, como España en este momento, debe unir al rigor y al realismo en el ámbito económico y social una fuerza ideal imponente para devolver el coraje y la esperanza a una sociedad que quiere ser el verdadero motor del cambio.
www.paginasdigital.es
El zapaterismo ha culminado el desastre total allí donde se proclamaba innovador y portador de un modelo nuevo de sociedad. El hombre, la persona con sus necesidades, con su experiencia, con la raíz de su humanidad profunda, era un enemigo y no la piedra angular de la realidad. En su lugar, estaba sólo el proyecto ideológico, el proyecto de poder, el intento de conquistar hasta el último átomo del espacio civil. Ha perdido quien ha intentado reducir la experiencia misma de lo humano a esa lógica, siempre determinada por la abstracción y por la violencia de la ideología.
Más allá del resultado global de las elecciones, hay otro dato importantísimo: Amaiur, el partido heredero de Batasuna, brazo político de ETA, se convierte en el primer partido del País Vasco por número de escaños (seis). Victoria de los extremistas, por tanto. También aquí Zapatero ha dejado su marca, gracias a su visión, obstinadamente ideológica, de las relaciones con los radicales.
Sabemos que en España ni el Partido Popular ni el Partido Socialista tienen en su mano cifras que les permitan vencer y gobernar con constancia. Para ello, necesitan el apoyo de los partidos nacionalistas. Un apoyo que se puede buscar sobre la base de un diálogo auténtico, que afirme la tarea común de la nación española, o bien se puede establecer intentando poner las propias exigencias por encima de las del resto. En la ilusión de Zapatero, se ha pretendido hacer esto mediante una simplificación ideológica que ha servido para alejar la misión que España está llamada a desarrollar en la historia. Zapatero ha querido hacer suya la agenda nacionalista y ha infringido el gran pacto por las libertades y contra el terrorismo que habían firmado los dos grandes partidos españoles.
El nuevo gobierno, una vez más, tendrá que hacer cuentas con este drama y está llamado a ser testigo de la verdad, es decir, de la razón por la cual los motivos de pertenencia a un pueblo nunca deberían convertirse en ideología nacionalista. De lo que sucede en España debe aprender también Europa, que no puede pasar de ser la patria del derecho al supermercado de los derechos y empobrecerse así humana y económicamente.
Mariano Rajoy tiene una gran responsabilidad. Sabe muy bien que para levantar a un país que vive de rodillas, como España en este momento, debe unir al rigor y al realismo en el ámbito económico y social una fuerza ideal imponente para devolver el coraje y la esperanza a una sociedad que quiere ser el verdadero motor del cambio.
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