Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Lo que el Papa tiene que decir sobre los hombres y mujeres con VIH/SIDA


E Santo Padre, ante todo, apoya la formación del carácter y la educación que lleve a una conducta apropiada, como clave para evitar la enfermedad.

por Jane Adolphe

Opinión

Este artículo de opinión es en respuesta a Nancy Goldstein en el debate realizado en las Naciones Unidas sobre la redacción de la Declaración Política sobre el VIH y SIDA (ver "Why Won´t the Pope Let Women Protect Themselves From HIV?" (“¿Por qué el Papa no quiere que las mujeres se protejan del VIH?”) 8 de junio, Guardian).

Ella critica a Benedicto XVI (conocido como la Santa Sede en derecho internacional) por tener una delegación compuesta sólo por varones, pero de hecho, la delegación consta también de tres mujeres, dos de las cuales son profesoras de derecho. También deja caer que el Papa es anti-mujer, cuando de hecho, él promueve con fuerza el respeto inherente de las mujeres y las niñas en documentos fundamentales, así como en sus catequesis, discursos, mensajes, homilías, conferencias y otras actividades. Además, uno de los dicasterios del Vaticano, el Consejo Pontificio para los Laicos, tiene una sección dedicada al Estadio de la Dignidad y Vocación de las Mujeres, donde se implementan enseñanzas con particular atención a la igual dignidad de hombres y mujeres.

El Papa afirma que hay “profundas verdades antropológicas sobre el hombre y la mujer, la igualdad de sus dignidades y la unidad de ambos, la diversidad bien arraigada y profunda entre la masculinidad y la femineidad y su vocación a la reciprocidad y complementariedad, a la colaboración y a la comunión” (discurso de Benedicto XVI en la conferencia “Mujer y hombre, el Humanum en su totalidad”, 2008; cf. Papa Juan Pablo II, “Mulieris Dignitatem”, 1988, nº6). De esta manera el Papa rechaza una uniformidad indistinta entre las mujeres y los hombres, que constituye una aburrida y pobre igualdad y un escaparate de la comprensión de las relaciones entre mujeres y hombres que se enfrentan unos a otros en una lucha interminable por el poder.

Él destaca que las mujeres llevan en sí el peso de las consecuencias negativas asociadas con la negación de la complementariedad del hombre y de la mujer, que a menudo se adaptan a una visión desordenada de la masculinidad, y autonomía. Reconoce los “descorazonadores” resultados que vienen del simple hecho de ser una mujer, y la posibilidad reducida de: nacer, sobrevivir la infancia, evitar la violencia, recibir una alimentación adecuada, obtener una educación, acceder a los cuidados de salud básicos así como evitar el VIH y SIDA (cf. Papa Juan Pablo II, Discurso a los Miembros de la Delegación de la Santa Sede en la 4ª Conferencia Mundial sobre la Mujer, Pekín 1995; ver también el Discurso del Papa Benedicto XVI a los Participantes a la 5ª Conferencia General de las Conferencias Episcopales de América Latina y Caribe, Brasil, 2007).

El Papa promueve una respuesta al VIH y SIDA basada en los valores, que se centra en la eliminación del riesgo a través de: la abstinencia antes del matrimonio y la fidelidad mutua en el matrimonio, evitando los comportamientos de riesgo, y promoviendo el acceso universal a los medicamentos que previenen la difusión del VIH de madre a hijo. Con respecto a la prevención, Benedicto XVI no trata de convencer a las mujeres de que una conducta sexual irresponsable o de riesgo o los encuentros peligrosos forman parte de un aceptable estilo de vida. Sino que anima a cada persona humana a vivir conforme a las normas del orden moral natural, un enfoque que respeta totalmente la dignidad inherente de la persona humana que por naturaleza esta dotada de razón y de la conciencia de tener derechos y responsabilidades con respecto a sí mismo, a otros y con la comunidad. Siendo esta postura, por cierto, totalmente conforme a la ley internacional de derechos h umanos (por ejemplo véase la Declaración Universal de Derechos Humanos, preámbulo, párrafo 1, art. 1,29).

En resumen, el Santo Padre, ante todo, apoya la formación del carácter y la educación que lleve a una conducta apropiada, como clave para evitar la enfermedad. El punto de partida es que las mujeres y los hombres pueden y deben cambiar su conducta irresponsable. La posición contraria aceptaría estos tipos de comportamiento, a toda costa, para luego, simplemente, poner de relieve la reducción de los riesgos (por ejemplo el uso del condón o de las agujas limpias), como si las personas fueran, de alguna manera, incapaces de liberarse de un comportamiento autodestructivo.

 

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